Mucho es lo que se ha dicho en occidente sobre las “intenciones neocolonizadoras” de China y su “afán de hegemonía”. Se dice que los chinos quieren arrasar con los recursos naturales de África y América Latina para sostener su crecimiento económico, y que imponen a sus empresas en los contratos de las grandes obras de infraestructura que financian. La académica costarricense, Patricia Rodríguez, discrepa con esas opiniones.
Ella lleva años dedicada al estudio del sistema político chino y ha publicado varios libros al respecto. Recientemente estuvo en Beijing trabajando en una investigación con la Academia China de Ciencias Sociales. Rafael Valdez, periodista ecuatoriano radicado en China hace cuatro años, conversó con ella sobre las oportunidades y desafíos de las propuestas chinas del Banco Asiático de Infraestructura y la iniciativa de “Una franja y una ruta” que busca revivir la antigua Ruta de la Seda y así facilitar el intercambio comercial con Europa.
Rodríguez, quien hizo una Maestría en Administración Pública en la Universidad de Harvard, afirma que las organizaciones no gubernamentales (ONG) son utilizadas para impedir el avance de los proyectos chinos en occidente y, además, sirven para promover la democracia occidental en el mundo como una verdad casi religiosa.
Como socio principal en temas de infraestructura, China ha invertido mucho alrededor del mundo. Recientemente se han escuchado las propuestas del Banco Asiático de Infraestructura (BAII), el Fondo de la Ruta de la Seda, el Banco de los Brics, etc. ¿Con qué ojos deben mirar estas propuestas los países en vías de desarrollo?
A pesar de que Estados Unidos les dijo a sus aliados que no entraran en el BAII, ellos no pudieron resistirse. Entonces, los latinoamericanos seríamos muy tontos si no hacemos lo mismo. Esta es una oportunidad de desarrollo que se nos está presentando. China tiene exceso de capacidad en la construcción de carreteras y de trenes de alta velocidad y eso es lo que nosotros más necesitamos. La característica principal de la iniciativa “Una franja, una ruta” se puede resumir en una palabra: conectividad. Lo que los chinos buscan es conectividad porque quieren repetir en el mundo lo mismo que a ellos les trajo su gran éxito. Eso fue conectar el este con el oeste mediante carreteras y trenes. Los latinoamericanos no hemos hecho eso.
El premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, en una columna publicada en el diario El País, de España, señaló que “el que Estados Unidos se oponga al BAII no es consistente con sus prioridades económicas declaradas en Asia” y agregó que “por desgracia, este parece ser otro caso de inseguridad estadounidense sobre su influencia mundial”. ¿Qué opina usted?
Basta ver las campañas electorales en EEUU, China es el chivo expiatorio de todos sus problemas. Ellos tienen horror del ascenso chino y así ha sido siempre. Desde que Japón estaba creciendo tremendamente, en Estados Unidos se discutía cómo “bajar” a Japón. Igual pasó cuando Brasil quiso incursionar en el mercado de las computadoras, inmediatamente impusieron medidas comerciales para detener a Brasil. EEUU no puede permitir que surja alguien que amenace su hegemonía. De hecho, el prestigioso experto estadounidense en Relaciones Internacionales, John Mearsheimer, reconoce que EEUU simplemente no quiere que nadie cuestione su hegemonía, entonces ellos ven la propuesta china de “Una franja, una ruta” y el BAII como amenazas a su hegemonía.
Una de las críticas que se le hace al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial es que han condicionado la entrega de préstamos a cambio de que las naciones prestatarias se sujeten a su receta ideológica de desarrollo. ¿Están las propuestas chinas del BAII, el Banco de los BRICS y el Fondo de la Ruta de la Seda libres de ideología?
La única ideología que tienen los chinos es el pragmatismo. Pero esa forma de pensamiento no quiere imponer ningún sistema político, ningún sistema de valores, simplemente hacer buenos negocios que tengan la característica de ganar-ganar. En el esquema darwiniano de la competencia que existe en occidente, las palabras “ganar-ganar” y “cooperación” no existen, solo existe la “competencia”.
Lamentablemente, hay otras fuerzas detrás de quienes critican y se oponen a muchos de los proyectos chinos en otros países. Algunos le llaman “sociedad civil” pero, en realidad, no es eso, sino organizaciones muy bien estructuradas con directrices hechas en EEUU y en Europa. Me refiero a las ONG, al activista pro democracia, pro derechos humanos. Lo que está ocurriendo es que en los países occidentales no se pueden plantear propuestas porque siempre hay ONG que se oponen a algo y como ellas trabajan en red y, por ejemplo, las ambientalistas se unen a las que son antiglobalización, las pro gay y las feministas, todas se unen en cualquier causa que atañe a una de ellas. Entonces si en un país se necesita combatir un proyecto, todas se juntan, aglomeran un montón de gente para protestar en las calles, los gobiernos tienen miedo y no toman decisiones. Esas ONG no son representantes de la “sociedad civil” porque no toman en cuenta a las mayorías, sino que solo toman en cuenta los intereses de quienes las financian.
Para citar un ejemplo, en Costa Rica han querido construir la carretera 32 vía al Limón que se necesita urgentemente para desarrollar el comercio por el Atlántico y no se ha podido porque ha habido mucha gente que se ha opuesto a que China la construya.
Asimismo, yo creo que la propuesta del tren interoceánico Brasil-Perú, que tiene el apoyo de China, va a ser muy difícil de concretarse porque las ONG estadounidenses se van a oponer. Si uno analiza los proyectos chinos en América Latina, uno se pregunta por qué México canceló, de un momento a otro, el proyecto del tren de Querétaro y el Dragon Mart en Quintana Roo, decisión que sorprendió a China. Cuando eso pasó, en las calles mexicanas había muchas protestas que definitivamente tenían influencia de ONG internacionales. Esto me da tristeza porque, otra vez, estamos perdiendo la posibilidad de desarrollarnos. Lo peor es que estos activistas no saben quién los está mandando porque es una cadena y quien, en última instancia, los financia es el Congreso de EEUU.
Así pasó en la Primavera Árabe, los activistas pensaban que estaban participando en política y cuando lograron tumbar el gobierno de Hosni Mubarak en Egipto, nadie sabía qué hacer. La promoción que hace EEUU de la democracia como si fuera una religión en países que no tienen las características ni la institucionalidad para ser democracias al estilo occidental, no está bien.
En el caso de la Primavera Árabe se aplica muy bien lo que dicen los chinos: el revolucionario nunca puede ser el constructor porque solo sabe destruir. Entonces China no quiere el camino de las revoluciones, sino el camino de la estabilidad y el aprendizaje para poder construir sobre la experiencia pasada.
Respecto a la propuesta china de “Una franja, una ruta”, considero que también está amenazada por las ONG porque es la vía por donde los poderes occidentales están haciendo la guerra a quienes no piensan como ellos. De hecho, esta estrategia tiene un nombre. Hillary Clinton, en todos sus discursos, decía que ella está aplicando el “poder inteligente” (smart power). Este concepto, en realidad, es de Joseph Nye, ex subsecretario de Defensa bajo la administración Clinton. Él sugiere que las estrategias más eficaces en la política exterior de hoy requieren una mezcla de recursos de poder duro y blando. “Poder inteligente” es servirse de autores no estatales para lograr sus propósitos.
Hay quienes hallan un paralelismo entre la iniciativa de “Una franja, una ruta” y el Plan Marshall que impulsó EEUU para reconstruir Europa después de la Segunda Guerra Mundial y, también, para extender su influencia allí. ¿Encuentra usted similitudes?
Yo diría que hay una similitud positiva en el sentido de que el Plan Marshall fue una iniciativa ganar-ganar porque ganó Europa y ganó EEUU. Pero la diferencia radica en que el Plan Marshall excluía a la Unión Soviética porque como EEUU ganó la guerra puso las reglas y dijo que quién no se alineaba con el sistema capitalista de mercado, no entraba, y obviamente los soviéticos no lo iban a hacer. Además excluyeron a Polonia y Checoslovaquia que querían adherirse, pero los soviéticos no los dejaron.
El Plan Marshall tenía una finalidad geoestratégica porque tenían terror de que el comunismo entrara en Europa, entonces ahí había una razón ideológica. En cambio, en el caso del proyecto “Una franja, una ruta”, se trata de revivir la vieja ruta de la seda que era una idea brillante porque lo que verdaderamente funciona contra el terrorismo, por ejemplo en la zona de Asia Central, es el desarrollo económico. En pobreza florece el terrorismo; en riqueza, no. Por eso los chinos siempre han pensado que esa zona hay que desarrollarla y este proyecto caló muy bien con Europa porque necesita integrarse a China a través de toda esta faja para superar la crisis económica que vive. Entonces es una gran solución para Europa. Es una alternativa que no lleva metida ideología alguna, sobre todo, porque integra países que son contrarios los unos a los otros. Imagínese que el Banco Asiático de Infraestructura integra a Israel e Irán. Eso no lo hacía el Plan Marshall. Se trata del pragmatismo chino y yo creo que el mundo está necesitado de eso. El mundo está cansado de politiquería, de la injerencia en asuntos domésticos y está cansado de no ver a largo plazo. El pragmatismo funciona y eso lo demuestran los hechos, sino mire a China. Las ideologías nunca funcionan.
[Crédito foto: Rafael Valdez] También puedes leer:
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