En la capital china, todos hablan sobre la nueva cúpula en el poder, cifras de crecimiento y el futuro económico de China. Muchos incluso se lamentaron por la estricta seguridad instaurada durante estos días. ¿Pero en la frontera occidental, cómo se vive este proceso? Todo marcha como de costumbre. En Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang, continúan los fallos de Internet, la fuerte presencia policial en las calles, las revisiones de bolsos en las tiendas por departamento, y la obligación de exhibir una identificación en la entrada de la ciudad. Entrevista a un estudiante uigur sobre la transición y de lo que aguardan las minorías de esta región con este nuevo liderazgo.
Alí espera en la puerta de la Universidad de Xinjiang, a las afueras de la capital de Xinjiang, que es casi del tamaño de México. “As-salam aleikum”, me da la bienvenida con el distintivo saludo del mundo musulmán. “La universidad es muy bonita en el verano”, me dice y apunta a los jardines en los que ahora sólo hay arboledas secas. Es noviembre y las temperaturas rondan los cero grados. El día 8 de este mes, mientras Beijing se ponía el traje negro y la corbata roja para iniciar el XVIII Congreso del Partido Comunista en el Gran Palacio del Pueblo, una fuerte nevada caía en Urumqi, la primera de la temporada, que vestirá de blanco a la ciudad hasta el marzo próximo.
“Algunos árboles dan manzanas, que luego pizcamos los estudiantes de la universidad”. Alí cursa una ingeniería en la mejor universidad de la provincia. Él es un “uigur”, término en el que se agrupa a los ocho millones que conforman su minoría reconocida por el Estado, la más numerosa entre las etnias que viven en esta región, como la kazaja, kirguís, uzbeka, rusa y tártara. Es originario de un pueblo en el sur de la provincia, famoso por su jade. “Lo que más queremos [la gente uigur] es libertad”, dice. “Aquí no somos libres”, y apunta hacia una cámara de seguridad en el techo.
La zona sur de Urumqi, donde viven los uigures, está repleta de cámaras en las aceras. En las avenidas se toma fotografía con flash de todo vehículo que pasa. Policías estilo SWAT marchan por las calles con bastones largos. A doscientos metros de las grandes mezquitas suele haber una camioneta blindada con policías que portan armas largas y una cara de pocos amigos. Viajar de una ciudad a otra exige cruzar por puestos de revisión militares que inspeccionan a los carros, uno por uno.
Pasamos a la cafetería de la universidad. El primer piso es para los uigures, que sirven comida halal, respetando la tradición musulmana. El segundo piso es comida china, llamada Han cai (‘comida de los Han’, la etnia predominante a la que pertenecen los chinos). La merienda consiste en medio plato de lajman (‘fideos’) y medio de polo (‘arroz frito’).
Alí afirma que jamás ha comido en el piso de arriba. “Nosotros somos diferentes, pero no nos dejan ser diferentes”, e insiste que tienen su propio idioma, sus costumbres, su religión y sus aspiraciones, que no siempre son reconocidos por el gobierno. El vertiginoso modelo económico chino es visto como una ola gigante que viene a arrasar primero con sus edificios y luego con sus estilos de vida, comenta. Sectores de Urumqi ya lucen como copias de Beijing o Shanghai, y Alí teme que se aplique la misma plancha a los pueblos de adobe en sur, donde radica el corazón de la cultura uigur.
Alí comparte el cuarto en el dormitorio con otros tres estudiantes uigures. En el fondo tienen termos con agua caliente que usan para beber y lavarse; de las camas cuelga ropa térmica puesta a secar; en el escritorio hay una computadora portátil, libros de ingeniería, una calculadora y un gran diccionario uigur-chino. “Nuestros cursos universitarios son en mandarín. Pero cada vez son más las escuelas primarias que enseñan en mandarín en vez de uigur”.
Alí y sus compañeros creen que las cosas “cambiarán poco” con el nuevo liderazgo del Partido Comunista. Las facciones liberal y conservadora discuten sobre políticas económicas y la tasa de crecimiento del PIB. En sus discursos apenas mencionan políticas sociales respecto a las minorías. Que gobierne una u otra facción, no hace mucha diferencia, ya que “todos ellos son igualmente chinos”, dice uno de los estudiantes, en alusión a la falta de una voz que legítimamente les represente en esos estratos.
Protestas y peleas han truncado grandes proyectos inmobiliarios (que son la avanzada del desarrollo chino), ya que han implicado demoler edificios tradicionales y desplazar a sus residentes. Los grandes centros comerciales apenas logran atraer a clientes uigures, quienes acuden a sus propios supermercados y tiendas de barrio, como las cadenas Arman e Ihlas y los bazares.
Sin embargo, los medios de comunicación oficiales y los cines siguen trayendo imágenes glamurosas de la vida en las grandes urbes chinas, lo que paulatinamente atrae a los más jóvenes. Mujeres uigures, cubiertas casi por completo con velos islámicos, caminan por esta ciudad entre carteles publicitarios que muestran a actrices chinas con poca ropa.
“Nuestra cultura está desapareciendo”, dice Alí. El joven, de 24 años de edad, confiesa ser fanático de la música española, saca la guitarra, y se pone a tocar “A mi manera” de los Gipsy Kings y luego “Canción del mariachi” de Antonio Banderas. No sabe español pero tararea la letra.
Los uigures destacan por sus habilidades musicales, en especial con la guitarra. Los músicos son vistos como paladines defensores de su cultura, como el guitarrista Abdulla Arkin. Fuera de la música y la danza, los uigures suelen carecer de recursos para producir obras culturales que ahonden en su identidad.
En esta extremidad del país, a más de tres mil kilómetros de Beijing, el XVIII Congreso apenas hizo ruido en las calles. Sin embargo, la aparente calma no implica necesariamente un desinterés del gobierno por esta provincia rica en minerales.
Días atrás, Nur Bekri, gobernador de esta región, dijo en Beijing que seguirá la lucha “larga, complicada y fuerte” contra “las tres fuerzas malignas del separatismo, extremismo y terrorismo”. Breki parece indicar que las mismas políticas serán continuadas por los nuevos dirigentes, quienes saben que –como apunta la medicina tradicional china– picar un nervio en la planta del pie puede afectar directamente a un órgano vital del cuerpo.
Mientras tanto, dan las cinco de la tarde y Alí se marcha al restaurante uigur donde trabaja de mesero para ahorrar algo de dinero. “En enero tenemos un mes de vacaciones. Planeo ir a mi pueblo natal, a visitar a mi familia y a mi novia, con la que me quiero casar el próximo año”. La vida continúa.
“Güzelim” del guitarrista Abdulla Arkin
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