VISTO/OÍDO Beijing International Film Festival 2010

In by Simone

El programa completo del festival puede encontrarse acá

SONGZHUANG MONUMENTAL 

En la calle principal un cortejo fúnebre vestido de blanco, arrojando riquezas de papel y música histriónica, se dirige zigzagueando hacia el monumento que exhibe Songzhuang en su centro, un enorme pirulo cónico con base de adobe y pico metálico. Entre pico y base, estratos que recogen su historia material se suceden: ladrillo, cemento, acero corten; bichos hechos de palas de labranza lo recorren, desde la base suben hasta donde pueden, y cuanto más alto menos bichos, claro. Es una cosa fea pero audaz, resumen de lo que se ha convertido Songzhuang en la última década, una mezcla de suburbio campesino y zona artística sembrada de museos, galerías, residencias y estudios de artistas. 

A hora y media en bus desde Pekín, este distrito de cien mil habitantes -de los cuales, según dicen, 1000 de ellos son artistas- acoge también diversos festivales de cine y documental independiente, mayoritariamente chino. El lugar tiene un aire lejano a los espacios bohemios que florecieron en Pekín en los 80, un poco del documental Bumming in Beijing y otro tanto de Yuanmingyuan, artists village, y como en ellos, por aquí desfilan directores que siguen la estela inaugurada por Wu Wenguang o Hu Jie, fascinados por el extraordinariamente raro ambiente del que a su manera forman parte. Resulta el poblado una buena panorámica de las bambalinas de este arte cinético, de lo que se nutre y de lo que destruye, siendo su paisaje exactamente igual, aunque ambiguamente muy distinto, al sustrato expresivo de las películas, al detritus que subyace a las muy variadas versiones que se han mostrado en la Quinta edición del Festival de Cine Independiente de Pekín. 

ENCANTADOS CON EL APARATO 

Este año el festival se celebra conjuntamente con la primera muestra del Festival de Cortos de Estudiantes, muchas de cuyas películas se han rodado en los talleres del mismo estudio que organiza el festival, el Lixianting Film Fund. En una de sus salas acaba la película y se levanta el telón. Las charlas “Q&A”, donde espectadores y director comparten la experiencia del visualizado, articulan ese espacio único dónde creación y recepción se encuentran y que ha motivado el que se hable de sociedad civil o movimientos de base en los circuitos festivaleros de China. Sociedad civil o lo que sea, desde luego asistimos aquí al despliegue de una conciencia pública, y por tanto política: a un reflexionar en conjunto sobre las percepciones individuales de lo que nos es común. 

Éste incluye además una característica que lo diferencia de cualquier otro espacio político, algo más prosaico tal vez, y es que como todo lo demás en la institución cinematográfica, ni el encuentro mismo escapa a la intervención mediática de los muchos aparatos que inmortalizan el instante. Pantalla y proyector, más cámaras, vídeos, grabadoras, ipods y maquinitas que lo hacen todo, como algunas que hacen un ruido como de metralleta chirriante, que apuntan hacia el director y la audiencia, generando un juego de espejos tecnificado donde nadie es menos registrado que registrado. Como si aquí todos fueran conscientes de la importancia -o de la futilidad, según se mire- del momento compartido. Pero no se trata sólo de una conciencia, de un afán, de una deformación profesional. Es más bien la expresión de una urgencia, esa vieja querencia por registrar el presente siempre empeñado en escurrirse. Y aunque la querencia es vieja, la forma y el lenguaje, motivados, claro, por el contexto, por la experiencia que la circunda, no son solamente nuevos, sino que forman parte de la justa expresión que ha motivado la emergencia del mayor movimiento cinematográfico que China ha conocido. Ese gran salto adelante del cine chino independiente del que hablaba alguien entre el público del festival. 

CHAI (QIAN) DEMOLICIÓN… 

El fenómeno del chaiqian, la demolición y reubicación del espacio, es cada día más como la fiesta de los quince años mexicana, algo así como una ceremonia de iniciación por la que todos han de pasar, con la salvedad de que el chaiqian es un puro tránsito de la madurez no reconocida. Tiene ya nombre propio, chai-na, y, como rito iniciático de la econovida china del momento, su representación no podía faltar en este festival. En esta ocasión Xu Huijing y Lin Changrong nos la han presentado de modo explícito, respectivamente con River flow, river bank y The lost, ambos documentales sobre la demolición de un espacio determinado a las orillas del acaudalado Río de la Perla y la incidencia de las imágenes en la desaparición del sentido del espacio que la demolición conlleva. Hidropolítica y trauma nacional, o el desarrollismo y sus víctimas. 

Pero en realidad, de un modo repetitivo y simpático, el chaiqian aflora en muchas otras películas del festival, aún cuando su tema parezca otro. Este es el caso de la primera película de ficción de Zhao Dayong, que ya nos había hablado de otro tipo de demoliciones en Ghost Town o en Nanjing Street. Ahora la desaparición da un vuelco, o una vuelta de tuerca, más prieta: la misma trama o su demanda propia de coherencia, se aniquilan conscientemente y nos aportan el retrato inconexo de un policía poeta, aprisionado en su texto sucio, reteniendo a los demás en sus versos sádicos, y el de un joven timador de tres al cuarto, su amor con la mantenida, su estafa de poca monta, su artesanía descuidada y sus aspiraciones ilusorias vestidas de ópera china: ¿cómo se entretejen las dos? Narrativamente el enlace es espacial, el chaval es arrestado por participar en unas sesiones de pyramid wealth (con características chinas) y su historia acaba en la comisaría donde trabaja el poeta. Emocionalmente, ambos personajes comparten una anomia y un sinsentido, una culpa también, que les hace y nos hace parecidos, algo así como los dos polos de la empatía por el desamparado y por el que cumple órdenes, porque ¿no estamos todos algo desamparados en nuestro cumplir órdenes? Trasposición cinética, imagen especular, como siempre, de nuestra propia subsunción a un mundo donde el poderoso caballero se nos aparece más vistoso que nunca. 

DINERO, DINERO 

En The High Life, el irónico título de Zhao Dayong, el tema de la demolición nos remite al del dinero, al del empleo, al de la clase, al de los millones de seres buscándose la vida allí donde el horizonte ya ni siquiera promete. Porque aunque el resultado pueda ser el mismo, una cosa es perseguir una promesa, andar por una esperanza, y otra muy distinta es andar en pro de la propia pequeñez, de la propia impotencia y con el fracaso como antecedente. 

Lo más interesante del festival en retratar esto último ha sido la película de animación de Liu Jian, Piercieng I, que narra la historia de dos chavales de pueblo buscando hacer dinero en la ciudad. Los dibujos, precisos, de trazo duro y clásico, van retratando el ambiente sórdido de la ciudad china o la que sea, pero china por sus cualidades externas, arquitectónicas, táctiles: el cierre de las fábricas estatales, la alianza corrupta del estado empresarial, la violencia y muerte por las calles amuralladas. Los protagonistas tratan de estafar también, pero están condenados desde el principio, y el que lo sepan es precisamente el punto de inflexión entre un polo y el otro. 

Por otra parte Cecilia Ho en HERstory, sobre las trabajadoras indonesias que viven en Macao, y Ai Weiwei, al que el festival ha dedicado una sección con tres de sus documentales, nos han mostrado (los restos de) lo primero. Los tres de Ai Weiwei se mantienen rigurosamente en la denuncia social, alejadas en forma y fondo de la vanguardia de las otras facetas del artista: Sanhua sobre el cruelísimo comercio de gatos, Beautiful Life sobre la cruelísima historia de un exiliado chino en el aeropuerto de Narita, y An isolated man, acerca del cruelísimo caso judicial corrupto de un condenado a muerte. Crueles, o crudas, también en un sentido formal, van trazando la historia y la falta y sobra del dinero. Investigación fílmica, documental en su sentido más directo, son las muestras del festival que se detienen en la tradición del cine político, a medio camino entre la antropología y la lucha social. 

Un poco también en esta línea política, pero mucho más cerca del cine experimental y mucho más atento a la postproducción y al montaje, es la película de Huang Yinyu, que retrata en Wuguwang N. St. To Taipei no sólo la mano de obra tailandesa en Taiwán, como dice su sinopsis, sino la experiencia colectiva del oversea de clase, de la diáspora asiática en sus múltiples facetas. La cámara se cuela en las reuniones casuales de los venidos de fuera. Monta secuencias urbanas de la cotidianidad con imágenes oníricas de selvas y perros. Testimonios directos y juegos visuales en un blanco y negro musical que sobrepasa el gran tema de fondo que lo motiva, el dinero, siempre el dinero. 

…Y (CHAI)QIAN, REUBICACIÓN 

Toda demolición conlleva algún tipo de reubicación, pasable o peor, y son varios los realizadores que aquí han mostrado sus perspectivas sobre el asunto. Mao Chenyu, que ya nos sorprendió el año pasado con su espectacular Triumph of the Will (traducción desafortunada de Mimiren, los que guardan un secreto), vuelve a sorprendernos esta vez con la historia de Not a bodhisattva, donde reconstruye la historia de un muerto en accidente a través de los testimonios de amigos y vecinos. La película se abre y cierra con un plano secuencia en blanco y negro a lomos de una moto que presumiblemente recorre la última carretera que llevó al protagonista invocado a su muerte. Y así Mao Chenyu pone sus cartas sobre la mesa desde el principio: se va a reconstruir la memoria de un suceso. A partir del recurso de las cabezas parlantes, Mao va construyendo un crisol donde la opinión y la creencia (el comportamiento en vida del muerto, las causas morales del accidente, la ira del fantasma) se complementan para ofrecernos un retrato fantástico y veraz, con exorcismo incluido, de la formación de la memoria colectiva, donde lo extraordinario reubica el tejido de la realidad. Al igual que en su anterior película, Mao hace recaer el peso de la trama en el colectivo y en sus rituales, por ejemplo a través de la ceremonia, donde mantiene la cámara en un plano fijo que permite en su plano secuencia la reproducción del tempo propio del ritual, entre excitante y estrambótico, un tiempo único que se acentúa y expande gracias a la presencia del aparato. 

Si la película de Mao Chenyu se reubica, y nos reubica al reubicarse, gracias a la construcción de la memoria mítica en tiempo presente, Madame de Qiu Jiongjiong nos pone frente a reubicaciones más individuales y nuevas formas de reaccionar a la demolición cultural, o tradicional, circundante. Madame explora la historia de un sastre que por las noches se transforma en Madame Bilan de Linphel, musa prostitutera del club donde canta y recita acerca de la amargura vital, blanco y negro que enfatizan el dramático negro del rimel y el blanco de la peluca de la diva nocturna. Intercalado con entrevistas que nos informan acerca del sastre que está detrás, la mayor parte del documental se construye en torno a las actuaciones de la madame donde el perfomance tragicómico nos ponen en escena y nos devuelven algo del sentido, anclado en las tres importancias, vida amor y muerte, que se nos escurre en la cotidianidad tras la apariencia normal y homogénea de un sastre cualquiera. No es una película sobre la homosexualidad o el trasvestismo, ni se acerca a los incipientes tópicos de este género de cine (a saber, un cine de género); se trata de una película sobre la liberación, o la reubicación existencial, con un ritmo entretenido y un montaje seductor. 

La temática homosexual ha tenido cabida en el festival también, por ejemplo con la película de ficción End of Love de Simon Chung, o en el corto ficticio también de Wong Menhoi, Opening Ceremony, que en apenas diez minutos, y rodado en un sola toma, nos da su visión de la sutil y a la vez martilleante incidencia de lo enorme -estructura, sistema, sociedad y demás- en nuestra pequeñez cotidiana con un relato que superpone la inauguración de los juegos olímpicos con una ruptura sentimental. Otras reubicaciones vistas en el festival andan más en la línea de la reubicación histórica, en la línea del documental como memoria del pueblo, retaguardia abierta hace unos años en China y que nos ha dado joyas como “60” de Zhang Ming o West of the tracks. En esta edición también hemos visto la nostalgia y ese “querer salvar” lo engullido en el corto de Wei Xiabo, Take Pictures, sobre sus abuelos en el pueblo; también, por cierto, la abulia, el aburrimiento y un paradójico “nada que salvar” en la muy poética y bellísima cinta de Li Honqi, Winter Vacation, y en la muy insulsa Three ingredients porridge de la realizadora Li Dong, esta última descorazonadora en todos los sentidos. 

NOSOTROS, PERO NOSOTROS MISMOS 

Las películas comprometidas han tenido un espacio más bien reducido en esta edición del festival. Aparte de las mencionadas más arriba, con Ai Weiwei a la cabeza de la sección, hemos visto en el mismo estudio pero en el marco del otro festival, el estudiantil, algunos cortos documentales que han querido utilizar la cámara sin piruetas egóticas ni narrativas. Dos de estos se han filmado en el pueblo de inmigrantes Picun, otro de esos espacios nuevos en los márgenes de los márgenes pekineses. Invisible wall de Xie Han nos muestra el problema nacional de la educación de los sin papeles (los que no tienen el permiso de residencia) desde el punto de vista de una niña que nos va contando sobre la encrucijada del tener que elegir y no poder elegir, entre ir a la escuela en el pueblo donde le corresponde o quedarse con sus padres en Pekín, donde trabajan sin más derecho que el del trabajo mismo. También hay lugar aquí para la reubicación. Utopía2 de Angel Cheng nos la enseña bajo la forma de una carpa de teatro que aúna gentes y políticas venidas de fuera, de Taiwán y de Japón y del interior del país, en un proyecto de reflexión y liberación colectiva. Estas y otras cuestionan en su filmar el tratamiento massmediático del tema elegido, pero no entran en las discusiones del, como lo llamó Nichols, modo reflexivo; discusiones acerca de los modos de representar y de las relaciones entre los que filman y los filmados. Siguen, por decirlo así, en ese espacio donde el documental es más simpático porque es más simpatizante del tema y no del medio, porque quiere empatizar e incidir en la realidad y lo demás lo suspende, lo deja a un lado. 

Precisamente todo eso que deja a un lado ha tenido especial relevancia ahora, aunque el debate en sí venga de lejos aquí como en otras partes. Dos películas han traído el tema de lo explícito, o han explicitado el tema, o las dos cosas, en esta edición. 798 station, de Zheng Kuo se desarrolla en torno al distrito artístico de Pekín que lleva ese nombre, y va narrando, la historia de lo que un día fue fábrica símbolo del socialismo y ahora se ha convertido en escaparate espectacular del negocio artístico en China, principalmente a través de entrevistas a los (muy famosos y cotizados) artistas que allí viven y a los transeúntes turistas que por allí pasean. Es la ya conocida historia de cómo la empresa gubernamental asume y absorbe, o traga por decirlo mejor, el subsistema artístico y todo el potencial subversivo que pudiera traer consigo. Podría ser la historia del propio festival cinematográfico donde nos encontramos, o en otras palabras, es un toque de atención reflexivo en toda regla. 

Pero más atención por parte del nosotros, de los del mundillo cinético, ha recibido la última película de Xue Jianqiang, jovencito azote de la cúpula indi, I Beat Tiger When I Was Young. Esta película parte y se desarrolla entera a partir del insulto con el que Xue Jianqiang recibió el premio a la mejor película en la pasada edición del festival de documentales independientes, donde espetaba a los directores “… idiotas, que sólo sabéis hacer documentales como series televisivas, os creéis que vosotros sois la mancha en el vídeo, y entonces os cortáis, y escondéis así muchos secretos detrás del documental. Puedo ver cada uno de vuestros cortes… Queréis que la sociedad sea abierta, que la gente que filmáis sea abierta, pero vosotros mismos no sois abiertos y lo cortáis, sois dictatoriales. Si filmáis a la gente debéis dejar que la gente os filme, de otra forma vuestra lógica es una lógica violenta. Gracias”. 

Hay algo profundamente inquietante en el hecho de que este haya sido el Q&A, el debate tras el visualizado, que más tiempo ha durado de todo el festival, y habla de un cierto fracaso el que para la mayoría de los filmados esto continúe siendo irrelevante. “A esta sociedad le gusta mucho enseñar a los que son golpeados pero no a quién golpea”, dice, así que en esta película, los golpeados son los que querían mostrar a los que son golpeados por otros: Wu Wenguang, Li Dan, Xu Tong, Zhu Rikun, Hai Bo y demás documentalistas “famosos” del círculo. Interesante sin duda, no deja de ser otra vuelta al refugio seguro del nosotros mismos. 

NOSOTROS, PERO VOSOTROS 

Me decía Yang Rui en el camino de vuelta a Pekín que la película que más le había gustado del festival es Yelang, una historia sobre desamores y corrupciones policiales del director Liu Yonghong. Ambientada en el sur, con el aire del sur y el verde inquietante y las costumbres del sur, exóticas también para cualquier chino han, algo nos ha querido contar el director sobre este extrañamiento, pues su título, que se presenta en chino para toda audiencia, es el nombre que los chinos del norte dieron a los chinos bárbaros del sur, agrupando y etiquetando así su mezcolanza étnica. A partir de aquí, el juego entre autoridad, represión, violencia, sistema e incomunicación se despliega ante nuestros ojos. A medio camino entre la ficción convencional y la película experimental, con una postproducción muy cuidada sobre todo al nivel del audio del audiovisual, no es extraño que sea la favorita de Yang Rui, ya que tiene un aire bastante próximo a su propia creación, Crossing the Mountain, ambientada también en el sur y alimentada por el mismo tipo de weltanschaung imposible, por la misma idea de inconmensurabilidad entre lenguas/mundos. 

Es curioso, porque la conversación en sí misma pone de relieve aquello que estas dos películas subrayan: una dificultad y en todo caso una incomodidad acerca de los diferentes códigos que aquí se ponen en juego. Porque resulta que al público chino, en general, le ha gustado más, por ejemplo, Carnival que The Yellow Bank, le ha gustado más Ant City que The High Life, igual que en el pasado festival le gustó mucho más Tape que Fortune Teller, en esta lista las segundas son siempre las preferidas y referidas por “los occidentales”. 

Es este un terreno pantanoso por el que andar, el tema del gusto y la preferencia, presente en todos los festivales chinos, algo que entronca por medio del cine con discusiones de más calado y que merece un lugar aparte de esta crónica. Aún así, y por eso, es reconfortante cuando una película se gana el entusiasmo de todos, sea por cosas diferentes o iguales, y esto es lo que a veces pasa también, ahora por ejemplo con el largo Single Man y el corto Hot, Hunt, Heat, ambas sobre el amor y sus derivados matrimoniales o viceversa. Hot..son veinte minutos de charleston mudo en blanco y negro de un chiquillo en busca de su chiquilla ideal. Single Man, un retrato agridulce, con un humor empático y simpático, sobre la soltería en un pueblo donde faltan las mujeres (la China rural misma), los pequeños chantajes y sobornos del cariño y de las maneras en que la soledad se las apaña para no estar tan sola. Un retrato más veraz y honesto en todo caso de las políticas sexuales subterráneas que aquel de la comercial y urbana Red Light Revolution y menos dramática que la de Blind Mountain, que trata del mismo tema. Aquí magreos en la cama colectiva y viejos con viejos y con viejas. Cancioncillas verdes tradicionales y una fotografía excelente que nos dejan con una sonrisa duradera más alegre que triste a pesar de los pesares. 

EL TIEMPO, EL ESPACIO, LA PALABRA 

Ha sido este un festival, aunque esta crónica no lo refleje, como no lo refleja del todo él mismo, internacional. Se han proyectado algunas películas no chinas, principalmente de animación japonesa, pero también un corto como vanguardista australiano, dos documentales belgas, y una experimental americana. De la australiana Die Eigenheit nada que decir (sería otra incursión en eso del gusto y la preferencia con lo que no me aclaro); China 1971 y China from the Abacus to the Computer, de Gerard Valet y Henri Roanne, es una memoria hecha de retazos fílmicos del año 1971, cuando los realizadores visitaron por primera vez China, y de 1997, cuando recorren de nuevo la ruta original por el país, Mao y postmao. Cambio dramático del paisaje, simplemente otro lugar y otro tiempo. Es en este otro lugar del hoy donde se recrea The Yellow Bank, donde JP Sniadecki rueda en una sola toma de 27 minutos, la cámara fija desde la tarima de un barco, el paseo por el Huangpu en el momento en el que se produce un eclipse solar. Su ritmo lento nos deja reflexionar sobre el espacio/tiempo no sólo del paseo, del río, de los edificios luminosos y los barcos de carga y el agua turbia, sino también de la propia imagen y del cine mismo, que como todo arte es una suerte de reflexión postergada, algo que se detiene y agranda para poder ser pensado más allá de los ángulos que a simple vista nos ofrece. 

En Taipingchuan de Hai Bo, la secuencia de un viejo mirando una libreta en una habitación, de espaldas a la ventana, reloj redondo en la pared, minutos, el tiempo. El objeto adquiere una dimensión nueva en la pantalla, imposible por ejemplo en el teatro. Y es así como la imagen viene a auxiliar a la palabra, llevarla allí donde el discurso no alcanza, donde la condición contemporánea se le escapa. Precisamente este ha sido el argumento de la película que cierra festival y crónica, la locura masoquista que carece de discurso y aún de su posibilidad que de nuevo Li Hongqi nos ha mostrado en Are we so far from the madhouse? Construida sobre el pretexto de la gira del grupo PK14, es una road movie incómoda, en el Q&A los espectadores se quejan del ritmo excesivamente descarnado, pero, una vez más, el artificio del cine logra comunicar lo que era incomunicable por el medio y el cortar y el pegar y el añadir, sonidos bestiales sobre imágenes cotidianas que apresan una verdad reconocida, la alienación comunicativa y el anhelo doloroso por reencontrarnos.