El taoísmo, que ahora Beijing busca promocionar a nivel mundial como parte integral de la cultura china y de su soft power, es una religión y doctrina de pensamiento inspirada en las enseñanzas del pensador de Lao Tse. A propósito de la iniciativa china de impulsar su expansión, China Files les presenta una breve mirada a esta filosofía, basada en el Tao te ching o Libro del Tao. Segunda de dos entregas del reportaje…
¿Cómo actuar como el Tao?
El que quiera unirse con el Tao, debe actuar de igual manera que éste. De ahí sale la doctrina de la acción que expone Lao Tse en el texto, y que llama wu-wey o “no hacer”.
Muchos la han entendido incorrectamente como pasividad, aunque en realidad se refiere a un “hacer-no-haciendo”, a no intervenir en una forma contraria a la del Tao. Por eso François Jullien, un estudioso del Tao te ching, lo define como “no hacer nada, pero que nada quede sin hacerse” (12) y Anne-Hélène Suárez-Girard, otra traductora del texto, lo describe como el no entorpecimiento del curso (23). Eso se logra al comprender, como dice Onorio Ferrero, que se trata de una “acción impersonal, espontánea, que actúa como los fenómenos naturales” (17). En últimas, para Ferrero, “la idea taoísta es la de un retorno a la acción espontánea, como la del niño que juega, únicamente por jugar, como la del viento que mueve los árboles, como la del riachuelo que corre” (16). Así, se acoge a la del Tao.*
El movimiento del mundo por excelencia sería el ir y el regresar, puesto que en últimas todo lo que emana del Tao vuelve para unirse a éste. Por eso Lao Tse dice que “el retorno al origen es el movimiento del Tao” (XL) y que “un viaje de ida es la vida / un viaje de regreso es la muerte” (L). Sólo así el movimiento queda completo.**
Por este motivo, la aspiración máxima de cualquier hombre es retornar al Tao y de esta manera unirse con el Cosmos, aunque el proceso para conseguirlo no es simple. Quien desea esa unión con el Tao debe actuar del mismo modo que éste lo hace. Debe entender cómo se mueve el mundo y proceder él mismo de esa manera, para no romper con el equilibrio que reina y que ordena todo a su alrededor. Sin embargo, son muy pocos los que lo logran y se convierten en hombres santos o sabios (Sheng Jen), no por su acumulación de conocimientos sino por su comprensión del mundo:
Aquél que se libera de deseos / contempla la secreta perfección.
Aquél que se llena de deseos / contempla solamente sus fronteras (I).
Un santo sin voluntad propia
El hombre santo debe actuar entonces sin tener en cuenta su voluntad, porque cualquier gesto individual no podría estar en sintonía con lo que por excelencia es universal. Como señala Ferrero, la conciencia del «yo» “se adueña de la acción, la estropea y la malogra, porque la subordina a sus propios fines” (17). Por esta razón, son hombres que “actúan sin el sello de la personalidad, enseñan sin oficiar de maestro, ayudan en secreto sin que se sepa quién ayuda”, como explica Ferrero (219). Solamente al ser anónimo y sencillo, puede el hombre santo proceder de esta forma, y sus acciones gozar de estas cualidades:
No se luce y por eso resplandece, / no se justifica y por eso brilla.
No se alaba y por eso es alabado, / no se exalta y por eso es exaltado (XXII)
Es decir, es la persona que sabe lo que tiene pero no se jacta de ello. Se concentra en lo interior, no en las riquezas y lujos a su alrededor. El santo quien comprende el valor de lo pequeño, de lo que en apariencia es banal e insignificante, y así entiende el resto. Sabe ver más allá del parecer. Al fin y al cabo, el valor de lo pequeño radica en comprender que todo, inclusive lo más grande, comienza por ahí:
Un árbol que apenas se puede abrazar / nació de una minúscula raíz.
Una torre de nueve pisos / nació de un montículo de tierra.
Un viaje de mil millas / comenzó con un solo paso (LXIV)
Un sabio al que nadie ve
Este hombre serviría como modelo al resto de las personas si éstas pudieran verlo y reconocer lo que hay de valioso en él. Pero la gente común y corriente, que se fija en las cosas materiales, no se encuentra en capacidad de entenderlo. Como dice el Tao te ching, “de ahí que el sabio ande mal trajeado / y oculte el jade en su espalda” (LXX). Se esconde bajo el velo de la ignorancia, la torpeza o la locura porque, explica Ferrero, “no le queda otra actitud posible al conocer que las palabras de sabiduría no sólo no serán comprendidas sino que constituirán motivos risibles” (227).
El hombre santo no es entonces quien parece saber mucho sino, todo lo contrario, aquél a quien la mayoría despreciaría. Pero a él esto no le importa tampoco. “La ignorancia no permite a los hombres la comprensión del sabio”, explica Onorio Ferrero. “No siendo iluminados desde adentro, ninguna lámpara puede iluminarlos; tan sólo quien posee la luz puede ver la luz” (240).
Si todas las cosas regresan al Tao, esa es la aspiración del hombre santo. En su paso por la tierra, tiene lugar en él un proceso de transformación que, en la medida en que su comprensión del mundo aumenta, lo acerca cada vez más a ese Todo cósmico. El regreso al origen supone juntarse con el Tao. “Conocer la armonía es conocer lo duradero. / Quien conoce lo duradero es iluminado”, dice Lao Tse (LV).
En la medida en que más practica la renuncia y el desprendimiento de lo material, el sabio se aproxima más al Tao puesto que funciona de manera similar, actuando sin actuar. Para Lao Tse:
Quien se desdobla quedará entero, / quien se inclina será enderezado.
Quien está vacío será llenado, / quien anda andrajoso será adornado. (XXII)
Hay, sin embargo, diferentes maneras de volver al origen. Los hombres comunes también lo harán, pero sólo de modo físico, como un ciclo natural. En cambio, la inmortalidad del santo está, según Ferrero, “más allá de lo que el hombre concibe como vida o muerte” (231).
El proceso de iluminación viene acompañado por uno de gradual deshumanización, entendiéndolo no como una pérdida de las cualidades del hombre ni el convertirse en un salvaje o una bestia, sino en un irse desvistiendo de lo humano.
El Tao no es humano, y por lo tanto no está en capacidad de experimentar ciertas sensaciones y emociones como el amor. “Quien sigue el camino del Tao, se identifica con el Tao” (XXIII), y termina pareciéndose a éste.
Notas
*. Nótese que se pueden usar las enseñanzas de Lao-Tse sobre el funcionamiento del mundo para realizar actos reprobables. Por eso el Tao te ching no tiene nada que ver con una ética o una moral, conceptos que no son concebibles en el plano cósmico del Tao sino sólo en el humano.
**. Todas las citas del Libro del Tao provienen de la traducción de Onorio Ferrero. El numeral corresponde al capítulo del fragmento.
Biblografía
– Lao Tsé. Tao te ching. Edición y traducción de Carmelo Elorduy. Barcelona: Orbis, 1983 (1977).
– Lao Tzu. Tao te ching: edición bilingüe. Edición y traducción de Onorio Ferrero. Barcelona: Azul, 1999.
– Lao Zi. Tao te king: libro del curso y de la virtud. Edición y traducción de Anne-Hélène Suárez Girard. Prólogo de François Jullien. Barcelona: Siruela, 2003 (1998).
La primera parte de este reportaje puede leerse acá.
[Fotografía cortesía de Kate Belletje]