La historia a menudo parece un largo y sinuoso dragón que se muerde la cola.
A pesar de que sus minas de plata han sido de las más ricas en los últimos 400 años, Potosí, Bolivia, es uno de los lugares más pobres del planeta. No siempre fue así. Tuvo una edad dorada, o plateada, si se quiere. En 1572 el virrey Francisco de Toledo ordenó construir una Casa de la Moneda para acuñar la ingente cantidad del metal que hizo de Potosí, durante algunos años, una ciudad con más habitantes que Londres.
Pero es claro, todo tiene su precio y no todos están invitados a la fiesta. Las minas de Potosí fueron apodadas "Devoradoras de Hombres", pues la población de las comunidades de las que se llevaban indígenas para trabajar a las minas usualmente se reducía a la mitad, o a una tercera parte de lo que había sido.
El tsunami mundial de plata de las minas de Potosí, que a finales de siglo XVI representaba casi la mitad de la producción mundial del metal, detonó la primera cadena global de crisis relacionadas con los commodities.
En Manila, donde el imperio español estableció su principal centro comercial de Asia, los mercaderes chinos vendían textiles que luego eran importados a las Américas. La plata que entró a China por este comercio con los españoles, y por el que hubo con los portugueses en Macao, fue tanta que produjo inflación, especulación y una disrupción en los patrones económicos de la que China no terminó de recuperarse, y que eventualmente contribuyó al fin de la dinastía Ming, en 1644. Uno de sus grandes errores fue adoptar una reforma tributaria que hizo de la plata el metal de pago para todos los impuestos. Nada grave en época de abundancia, pero cuando el metal se volvió escaso y su precio aumentó de nuevo, los campesinos, que vendían sus productos en cobre, padecieron los efectos de una devaluación.
Los commodities son predecibles si se parte del principio de la desconfianza. En el año 2010, Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, ganó las elecciones celebrando las ventajas de montar al país en la locomotora minera. El ciclo de los commodities estaba en auge, y aunque muchos opositores advirtieron que no duraría para siempre, se volcaron las energías sobre una expectativa ahora frustrada.
El problema no comenzó con Santos, ni con su ex ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverri, hoy director ejecutivo de Ecopetrol. Lleva décadas de preparación y refinamiento. Desde que era profesor de economía, Echeverry decía sin rodeos que el presupuesto nacional dependía del precio del petróleo. Daba a entender que Colombia era una economía petrolera. La pregunta clave es porqué no ha podido dejar de serlo. Una respuesta es que se le ha seguido apostando a la opción que da dinero rápido: petróleo y minería.
Otra respuesta a los problemas de producir manufacturas se ha convertido en un caballito de batalla facilista de Donald Trump: se volvieron mucho más competitivas en el mercado global por culpa de los asiáticos. No creo que Trump lea historia. Ni siquiera creo que mire el History Channel, pero su queja sobre los chinos y sus textiles es la misma que trasnochaba a los mercaderes europeos y estadounidenses del siglo XVIII.
Una de las propuestas idiotas de Trump es un impuesto de 45% sobre bienes chinos importados a Estados Unidos. La idea es tan tonta que Ted Cruz, su contendor Republicano, aprovechó la oportunidad para darle la vuelta a la amenaza y preguntarles a los electores: "¿cómo les ayudaría que un presidente ponga un impuesto de 45% sobre la ropa que ustedes compran?".
Los mercaderes del XVIII llegaron a una solución que quizás haga a Trump salivar de gusto. Cuando el apetito europeo por el té, porcelana y seda detonó un abismal desequilibrio en la balanza comercial entre China, por una parte, y Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, por otra, la efectiva y descarnada estrategia para generar una demanda superior de sus productos fue inundar el país de opio producido en India y el sudeste asiático.
La gran ironía es que las manufactureras de textiles de Guangdong, donde entraba la mayoría del opio a China en los siglos XVIII y XIX, están ahora enfrentando dificultades por la competencia de las fábricas del sudeste asiático, que tienen mano de obra más barata.
Y a pesar de tener desde hace 30 años una de las minas de carbón más grandes del mundo, los indígenas de La Guajira, Colombia, mueren en el altar de codicias similares a las que se fermentaban en Potosí. El río del que subsisten los wayuu es desviado para extraer el carbón de Anglo American, BHP Billiton y Glencore, empresas que a su vez se quejan de pérdidas causadas por la caída en los precios de los commodities, a su vez generada por la sobreoferta mundial de minerales y la desaceleración de la economía de China.
Es que la historia a menudo parece un largo y sinuoso dragón que se muerde la cola.
[Crédito imagen: Inkdance Chinese Paintings]
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