En nuestra entrega literaria semanal les traemos este cuento inspirado en el smog de Beijing. Un hombre se encuentra bloqueado por la contaminación y ya no puede salir de su casa.
El hombre se había dormido unos minutos en el sillón y al abrir los ojos lo extrañó la oscuridad de la sala. “Se ha nublado”, dijo. Al acercarse a la ventana vio los vidrios completamente negros. Pensó que alguien le habría tirado con un tacho de pintura. Quiso salir a la calle y encontrar al gracioso. Pero la puerta estaba trabada.
Giró la llave para un lado y otro pero no pudo abrirla. Una gruesa gota de extraña jalea negra entró a la casa, manchándole los zapatos. El hombre se agachó y tomó con el dedo una pequeña muestra. Parecía aceite quemado. La probó y era dulce. Muy dulce. A la vez se le empastaba la boca como si hubiera masticado barro. Intentó abrir las ventanas, pero también estaban bloqueadas. Tomó el diario. Pero no leyó, se quedó mirando todo. La luz de la lámpara apenas alumbraba la sala. Tan oscuros estaban los cristales.
Por las bisagras se colaba un poco de jalea y caía densamente por la pared. Fue a la cocina, donde había otra abertura. Estaba completamente tapada. Trató de abrirla y comprobó que era imposible. Hizo palanca con un cuchillo, al retirarlo, estaba manchado. Le pasó la lengua cuidadosamente y obtuvo la misma sensación dulce y pastosa. Quiso más. Introdujo el cuchillo por la ranura y se relamió. Pero sólo podía sacar pequeñas cantidades de la pasta. Se dirigió a la puerta principal y vio el piso cubierto. Se llenó las manos y las llevó a la boca. Mientras tragaba sintió un dolor punzante en el estómago.
De todas maneras volvió a servirse y a lamerse los dedos. Pensó si la casa estaría rodeada de aquella pasta o sólo las aberturas. Quizás la ciudad estaba sumergida en un mar espeso. Entonces era mejor quedarse adentro en donde por ahora tenía oxígeno. Pasó la lengua por el piso.
Su cara estaba adherida a las baldosas y al arrastrarla y cambiar de posición se lastimaba. Se llevó una mano al vientre porque le dolía profundamente. Ya había sacado toda la jalea del piso. Lamió debajo de la puerta. Aquello era muy espeso y apenas si pasaba por la pequeña ranura. Por el hueco de la llave obtuvo unas gotas más. Pero, ¿qué era lo que tenía, hambre? Fue a la cocina y trató de comer algo, pero todo le resultaba horrible.
Se imaginaba que detrás de la puerta habría gran cantidad de jalea. Corrió y le dio un golpe con todo el cuerpo. No consiguió voltearla, pero le hizo un hueco a la madera. Se tomó la cabeza asustado. Pensó que si la derribaba se llenaría la casa de pasta negra y se ahogaría. Acababa de comprender que estaba encerrado. El orificio manaba un hilo de aquella sustancia. Acercó el rostro. Los parpados se le pegaban. Tragó más miel oscura. Se incorporó.
Puso el sillón contra el hueco para tapar la entrada. Estaba muy cansado y se adormeció. Al despertar vio que el sillón tenía una gran mancha negra. Comenzó a chuparla. Mordió. Estaba comiendo goma pluma del almohadón. Apartó el mueble y empezó a tragar directamente del chorro.
Luego de unos minutos tapó el hueco y volvió a sentarse. Un pesado cansancio se apoderaba de él, volvió a dormirse. Al despertarse, al otro día, tenía la vista borrosa. Se tocó el vientre, hinchado y duro. Sintió deseos de tragar un poco más. La sala tenía hasta diez centímetros de aquello. Recién ahora podía sentir su olor, casi tan dulce como su sabor.
Trajo del sótano maderas y herramientas tapó el hueco y se sentó frente a la puerta. Así pasó muchos días. Sin fuerzas, alimentándose únicamente de la jalea. Cada vez estaba más gordo y más débil. Ahora sacaba dos o tres veces por día las tablas y dejaba que el hueco emane. Una vez las quitó y no tuvo energía para volver a colocarlas. Desde ese día no se movió.
Se lo pasaba tirado, lamiendo del piso la gelatina. De repente el chorro cesó. El hombre lamió la puerta, los costados, pero ya no había más. Abrió los ojos con dificultad y vio que tras el hueco estaba la calle y la gente que iba y venía. Quiso abrir la puerta y salir, hacía tanto que no veía el sol, pero ya no tenía fuerzas. Incluso la respiración le resultaba trabajosa. Unos días después, los vecinos quisieron entrar al departamento. Un cadáver inconmensurable les bloqueaba la entrada.
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