¿Pueden compararse las tradiciones letradas en China y en Latinoamérica? ¿De qué manera? En este artículo del sinólogo argentino Pablo Blistein se investiga el tema intentando despegarse de los prejuicios culturales que la opción plantea.
El autor determina las bases para una comparación entre la cultura letrada china y la cultura letrada latinoamericana. En este artículo se analiza también el peso que una tradición tiene sobre los intelectuales. ¿Hasta qué punto una “cultura” o una “tradición” determina la elección de los objetos de estudio y el desarrollo de los modos de reflexión? ¿Es posible pensar por fuera de su tradición? Y en el interior de esa tradición, ¿Cómo actúan los letrados chinos y los letrados latinoamericanos?
Introducción
A partir de un cruce comparativo entre las tradiciones letradas china y latinoamericana, en este breve trabajo nos proponemos explorar la condición de posibilidad en que un investigador puede establecer un trabajo comparativo. ¿Hasta qué punto una “cultura” o una “tradición” determinan la elección de los objetos de estudio y el desarrollo de los modos de reflexión? En este trabajo mostraremos que la posibilidad de una comparación esta ligada a la configuración de relaciones en las que se inserta el sujeto: es decir, en lugar de pensar sobre la base de a priori culturales, nos proponemos ofrecer a esta pregunta una respuesta a partir de un enfoque microanalítico, configuracional y generativo (inspirado de la micro-historia italiana) de la experiencia del investigador. Este enfoque nos permitirá abordar una evidencia significativa para pensar el modo en que los hombres determinan su relación con el pasado o con otros hombres de otras geografías: relación que, lejos de establecerse en el marco de “naciones”, “culturas” o “tradiciones”, es generada en cada experiencia local de apropiación de discursos y de objetos. Es precisamente en este trabajo de apropiación (del cual la comparación no constituye sino una forma entre otras) que el historiador integra pasado y presente y da forma a las configuraciones futuras de apropiación del pasado.
Hace un tiempo, cuando daba comienzo a mi tesis sobre los letrados del Medioevo chino, me dediqué a la lectura de un clásico de la historia-cultural latinoamericana, La ciudad letrada , de Ángel Rama.Había oído hablar de este libro algunos años antes, en la Universidad de Buenos Aires, cuando terminaba mi Licenciatura en lenguas clásicas. Como hasta ese momento no había tenido tiempo de leerlo –ya había decidido dedicarme a la historia china y quería terminar mi licenciatura– y como al comienzo de mis investigaciones de tesis buscaba fuentes de inspiración, sentí que aún cuando el libro hablaba de una tradición muy lejana, podía ayudarme a pensar en la figura del letrado chino.
¡Qué sorpresa fue descubrir que los letrados hispanoamericanos eran más parecidos a los letrados chinos delo que había imaginado! Una devoción análoga por la escritura, análoga mezcla de burocratismo y dehumanismo, representaciones análogas del poder político, conflictos análogos con el poder. ¡Y qué sorpresa además cuando descubrí que, así como Rama afirmaba en los años 80 que la tradición intelectual latinoamericana tenía sus raíces en el letrado colonial, así también Yu Yingshi afirmaba en su libro El letrado ( shi 士 ) y la cultura china que el intelectual chino tenía sus raíces en el letrado dela época imperial!Un año más tarde me encontraba en un seminario de historia global organizado por Laurent Berger y Anne-Christine Trémon en ENS-EHESS ; luego, en un seminario de Serge Gruzinski en el EHESS, que realizaba las mismas conexiones de la cultura letrada de los imperios portugués y español y la cultura letrada de la China de los Ming ; y al mismo tiempo discutía estas ideas con una colega argentina, Ana Hosne –especialista en Matteo Ricci y la Compañía de Jesús– que había hecho consideraciones similares acerca de las dos tradiciones letradas.
De esta asociación de ideas resultó, finalmente, un proyecto de investigación para comparar estas dos tradiciones letradas, tanto desde el punto de vista de la historia social como de la historia cultural e intelectual.Pero se plantearon nuevas preguntas: ¿realmente se habían descubierto dos tradiciones análogas? ¿O era simplemente una ilusión? Y aún si no fuera una ilusión, ¿para qué comparar las dos tradiciones ?¿En qué contexto? Finalmente, en tanto que « intelectual latinoamericano », ¿era yo realmente un« heredero » de la tradición del letrado colonial hispanoamericano? ¿O también esta idea era una ilusión?
No se trataba en absoluto de una cuestión de « identidad » latinoamericana o de una« alteridad » china: se trataba simplemente de comprender qué vías llevan a hacer una comparación en ciencias sociales y los motivos por los cuales queremos servirnos de ella, en el marco más general de la producción del saber histórico. Porque es en la producción de este saber que el historiador establece sus lazos con los muertos, en un tiempo y en un lugar determinados, y toma la decisión acerca de las formas bajo las cuales esos muertos serán juzgados en el porvenir. Motivos de la comparación Se podría pensar en varios motivos para establecer una comparación. Se compara, como se lo hace a menudo en las ciencias sociales, para encontrar la especificidad de un fenómeno.
En el marco de una lógica que trata de clasificar el mundo en géneros y especies, si se quiere determinar lo que es específico de una realidad cualquiera –lo que la hace única o al menos diferente de otra– es necesario explicar en relación a qué esta realidad es única o diferente. Esta comparación no debe forzosamente hacerse en relación a algo existente: puede ser también una posibilidad, algo que habría podido producirse, pero que no se produjo. Es el caso del « juicio de posibilidad », la hipótesis contrafáctica de la cual se sirve Weber para la determinación de las causas en la historia.
El objeto de la comparación podría ser el letrado colonial, pero también podría ser un campesino, un comerciante, o letrados de otros momentos de la historia china. Cualquiera sea este otro punto de comparación, es a partir de las diferencias que se llega a establecer una especificidad en el marco más general de una especie. Pero la comparación no se limita a su uso en el marco de esa lógica. Podemos servirnos de la comparación, como yo había tratado de hacer, para encontrar en el fenómeno a estudiar los aspectos en los cuales yo no había pensado.
Por ejemplo, en el caso del manejo de la escritura como elemento de prestigio –un elemento compartido por la cultura letrada china y la lusoamericana– puedo buscar en los estudios sobre el letrado latinoamericano elementos que no hayan sido subrayados en el letrado chino. Puedo –como se dice a menudo de modo más impreciso– « inspirarme » en otros estudios para delimitar mejor el mío, del mismo modo que, con ese fin, me« inspiro » en el estudio del letrado chino de otras épocas de la China imperial. Así como no hay fenómeno humano idéntico a otro, sólo las analogías con otros estudios –y por lo tanto, con otras realidades históricas– pueden ayudarme a profundizar mis reflexiones, aún si los objetos son diferentes. Un antropólogo conoce muy bien este problema cuando aborda un campo nuevo: no puede desarrollar sus reflexiones más que en una tradición de estudios donde los objetos estudiados son siempre distintos al suyo. En esta forma de comparación, lo que ocupa el primer lugar no es la clasificación en géneros y especies.
Es más bien la comparación entre fenómenos que, por una u otra razón, resultan o no análogos.Podría mencionar también otras formas de comparar. En el seminario al que asistí hace unos años, Gruzinski hablaba de comerciantes portugueses que encontraban letrados de la China delos Ming a comienzos del siglo XVI, y que se sentían desconcertados frente a un enorme aparato administrativo que no comprendían. Por otra parte, en su libro Las cuatro partes del mundo , uno delos temas es Matteo Ricci, el cual, algunos decenios más tarde, tuvo menos problemas que los comerciantes portugueses para entenderse con las élites letradas chinas: al igual que esas élites letradas, y a diferencia de los comerciantes portugueses, Ricci daba a la palabra escrita un valor privilegiado.
De todos modos, la comparación entre los comerciantes portugueses y los letrados chinos, o entre Ricci y un letrado como Li Zhi, se presenta menos como el resultado de una analogía en la mente del investigador que como el resultado de un problema práctico real de los personajes estudiados: ¿por qué se entienden entre ellos? ¿Hasta qué punto se entienden? ¿O en qué no se entienden, y hasta qué punto no se entienden? La comparación entre dos universos intelectuales o entre dos tipos de ethos se vuelve inevitable si se quiere comprender la dimensión de los problemas de comunicación que estos hombres han podido o pudieron enfrentar durante sus encuentros.
En este caso, se trata entonces de hacer una historia comparada a partir de una historia conectada: la puesta en 4 paralelo de dos historias alejadas en el espacio, las cuales, en un momento y espacio dados, se cruzaron en el encuentro situado entre personas de distintas partes del mundo. Finalmente, un último ejemplo de comparación: la que se hace en el marco de una sociología o de una historia general. Es el caso, por ejemplo, de la sociología de Max Weber, ya sea en la línea de su sociología de las religiones –donde se pregunta sobre la compatibilidad de las éticas religiosas dominantes con el desarrollo de un capitalismo burgués racional 3 – o en la línea de su sociología general – Economía y sociedad –, donde intenta construir tipos ideales de acción social, de dominación, de burocracia, de burocracias patrimoniales (en las cuales se podría incluir tanto al letrado hispanoamericano o luso-americano como al letrado chino), etc.
Respecto del “letrado”, se podría haber retomado esta metodología de la sociología general: fijar la categoría de “letrado” – construida a partir de rasgos comunes en todas las figuras que pueden considerarse “letradas” en la historia universal– y buscar las especificidades en cada caso particular. Pero los riesgos inherentes al enfoque weberiano son evidentes: se corre el riesgo no sólo de violentar el fenómeno estudiado –nada garantiza que lo que en China se llamaba shi sea lo mismo que un letrado hispanoamericano– sino también el de desfigurar el objeto de estudio: en vez de entender la figura concreta situada en un contexto histórico particular, se busca un tipo ideal ya hecho, ya construido, y se cae así en la ilusión de que shi y “letrado” son una y la misma cosa.
El recurso a la comparación es inevitable en el caso de una historia conectada como la de Gruzinski. Pero en todos los demás casos de comparación, allí donde no se había encontrado la conexión histórica real, las dificultades de la comparación parecen insalvables. En efecto, en los dos primeros casos –la comparación por géneros y especies y la comparación por analogías– la comparación corre el riesgo de caer en lo arbitrario: al fin de cuentas, nada garantiza que la comparación entre dos realidades no sea más que el resultado de las asociaciones arbitrarias del investigador. Frente a estos riesgos, ¿es necesario privarse de la comparación cuando no es posible establecer una conexión histórica real entre dos realidades? ¿Habrá que suponer que no se puede comparar dos fenómenos desconectados entre sí?
No obstante, es evidente que todas las comparaciones que he mencionado no sólo han sido emprendidas, sino que han sido el comienzo de una larga tradición de historia comparada. Historia conectada, historia comparada Reflexionemos un momento sobre el ejemplo de la sociología de Weber, que tomo aquí por el hecho de que ha sido y es aún un referente tanto para historiadores latinoamericanos como para historiadores chinos. Cuando Weber inició el proyecto de hacer una sociología general, necesitó construir puntos de apoyo: sus tipos ideales. Hoy, esos tipos ideales son parte de una tradición científica que se expandió por todo el mundo, de China a América Latina.
Cuando un historiador chino o latinoamericano de hoy en día se propone estudiar la figura del “funcionario patrimonial” 5 (sería el caso del letrado chino o del letrado hispanoamericano o luso-americano), no sólo suele retomar las categorías que Weber definió hace casi siglo, sino también los casos particulares que Weber incluyó dentro de la categoría“funcionario patrimonial”; cuando, por el contrario, el historiador se propone criticar esta categoría,no tiene otra opción que analizarla para encontrar en ella los elementos discordantes, las contradicciones, las reducciones excesivas. Pero tanto en el caso de una aceptación sumisa o como del caso de una crítica radical de la categoría, el comienzo es siempre el mismo: retomar las conexiones que Weber ha establecido en una categoría que agrupa sub-tipos alejados en el espacio y el tiempo,como puede ser el chinovnichestvo ruso, la nobleza de toga francesa o el mandarinato chino.
El investigador weberiano o el investigador crítico de Weber participan así, cada uno a su manera, de la historia del desarrollo de la categoría “funcionario patrimonial”, y en consecuencia de la historia delas conexiones intelectuales que han hecho posible la existencia de esta categoría re-apropiada sumisa o críticamente: ambos forman parte, quizá sin saberlo, de una historia conectada, la historia que conecta, en Weber, al “funcionario patrimonial chino” con los funcionarios patrimoniales de otros lugares y de otros tiempos de la historia universal. Hay entonces en Weber, en esta persona de comienzos del siglo XX, una conexión real de fenómenos sacados de historias en apariencia alejadasentre sí (fenómenos ligados al “funcionario patrimonial”), incluso si se considera que la conexión es el puro producto de una imaginación neo-kantiana a principios de siglo.
¿Acaso la conexión entre un Ricci y un Li Zhi y la conexión entre fuentes diferentes en la mente de un sociólogo de comienzos del siglo XX no son ambas conexiones que tiene lugar en un lugar y en un tiempo, es decir, en un punto determinado de la historia humana? ¿No son ambas, acaso, el encuentro de materiales heredados de la historia –formaciones letradas en Ricci y Li Zhi, materiales escritos en la imaginación de un sociólogo– en la experiencia de personas situadas históricamente? ¿O acaso Weber podría siquiera haber concebido su “funcionario patrimonial chino” si no hubiera tenido algún tipo de experiencia,mediada o no, con las huellas que ese “funcionario patrimonial” ha dejado en la historia?Lo que ocurre con las categorías de Weber ocurre, en realidad, con todo nuestro lenguaje: no es posible comenzar una comparación de cero, porque toda representación tiene lugar gracias a la ayuda de un lenguaje, y ese lenguaje tiene una historia propia.
¿Cómo suponer entonces que no hay puntos de apoyo preexistentes en mi representación que me permitan hacer una comparación? Es imposible: siempre hay algo en mi cabeza, siempre hay representaciones (erróneas o no) que preceden a la posibilidad de iniciar una comparación. De otro modo, ¿cómo habría podido yo asociar –como todos los que participamos de nuestro proyecto de investigación– las tradiciones letradas chinas e hispanoamericanas sin al menos una noción de lo que encontraríamos en una y otra tradición?
Si retomamos lo que he contado en el comienzo de este artículo, podríamos decir que la asociación entre las dos tradiciones letradas –al menos en mi caso– obedece a una experiencia personal con nuestro lenguaje científico: en primer lugar, simplemente he seguido una palabra, la palabra francesa lettré (mi experiencia científica con el término comienza en Francia), que se pretende una traducción de la palabra china shi (traducción, a decir verdad, bastante problemática) y un equivalente –aunque no siempre un verdadero equivalente– de la palabra castellana “letrado”. Esto eslo que me ha permitido establecer una primera conexión: la palabra, una palabra con una historia asociada a ciertas representaciones que son producto de la historia de las enunciaciones de la palabra“letrado” en distintas lenguas.