El cada vez mayor poder económico chino está transformando el perfil internacional y la percepción del mundo de la República Popular China. Aunque el cambio es gradual, hay indicios tanto de una nueva manera china de interpretar las relaciones internacionales como de un mayor activismo diplomático en su política hacia otros países de Asia. Partiendo de esta premisa, Fernando Delage, director general de Relaciones Internacionales del Ayuntamiento de Madrid, analiza las relaciones de China con las grandes potencias mundiales, especialmente Estados Unidos, y los países de su entorno.
El acceso de una nueva generación al poder tras el XVI Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) en noviembre de 2002 y el impacto de la adhesión –un año antes– a la Organización Mundial de Comercio (OMC), marcan un período de transición en el que las cuestiones internas absorben la atención de los dirigentes de la República Popular. El objetivo anunciado por Jiang Zemin en su último discurso como secretario general –cuadriplicar el PIB en 2020– y la consolidación de la clase media como pilar del PCCh orientarán la actuación de un Gobierno más preocupado por la estabilidad del sistema que por sus objetivos internacionales.
No se trata de desinterés por la política exterior; ocurre más bien que ésta viene condicionada por variables internas. Desde la perspectiva de Beijing, su estatus internacional y su seguridad externa derivan de su propia estabilidad nacional y del desarrollo de su economía. Al buscarse un equilibrio entre el mantenimiento de la legitimidad del régimen frente a sus ciudadanos y su posición internacional a más largo plazo, la diplomacia china depende tanto de la evolución de la reforma económica, de la paz social o de la autoridad del Gobierno comunista, como del entorno exterior. La consecuencia es que la proyección internacional del gigante asiático avanzará en una determinada dirección, o en otra distinta, según se consolide el impulso reformista o bien tropiece éste con alguna crisis –financiera, social o política– en el camino.
Otro rasgo de la diplomacia china puede explicar esa aparente indecisión internacional: su pasividad. Desde la fundación de la República Popular en 1949, China ha tenido una política exterior que puede calificarse como reactiva, al asumir durante varias décadas una función de pivote en la competencia estratégica entre otras potencias. Mao Zedong se situó primero junto a la Unión Soviética contra Estados Unidos y el mundo capitalista. Más tarde, el propio Mao se inclinó hacia Occidente para neutralizar la amenaza del “revisionismo soviético”. Aunque durante los años sesenta y setenta, sus líderes promovieron un modelo de orden internacional que hacía hincapié en la solidaridad con el Tercer Mundo, la política exterior china –como no podía ser de otro modo durante la Guerra Fría– operaba en un contexto básicamente determinado por otros.
Esa pasividad no parece haber desaparecido del todo: tal es la impresión al observar la actitud de Beijing con respecto a la guerra de Irak y la crisis nuclear planteada por Corea del Norte, asuntos a los que se hará referencia más adelante. Sin embargo, el marco en el que se formula la política exterior china se ha transformado radicalmente. También en el terreno de la diplomacia, Deng Xiaoping decidió abandonar los esquemas maoístas y buscar la modernización económica y militar de China mediante la asimilación de capital y tecnología extranjeros y evitando el alineamiento con unas u otras potencias.
De conformidad con ese pragmatismo, la posición internacional de China evolucionó a lo largo de los años noventa en la dirección de una creciente moderación y responsabilidad. Desde finales de la última década, Beijing ha mostrado una llamativa mejora en sus relaciones con Washington, en el acercamiento a otros países asiáticos y en la defensa de unos procesos multilaterales en los que anteriormente no creía. La prioridad del crecimiento y la realidad de la interdependencia desaconsejan probablemente cualquier otra alternativa. Pero al mismo tiempo, el cada vez mayor poder económico chino está transformando el perfil internacional de la República Popular y su propia percepción del mundo. Aunque es un cambio gradual, que no ha dado paso aún a una consistente doctrina estratégica, hay indicios tanto de una nueva manera china de interpretar las relaciones internacionales como de un mayor activismo diplomático en su política asiática.
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[Crédito foto: Revista Gente]