El Observatorio de Política China publicó recientemente su Informe anual sobre política china 2012. En él, analiza los acontecimientos más importantes ocurridos en China el año pasado, desde el XVIII Congreso del PCCh y el arribo de Xi Jinping a la cúpula del poder, hasta el escándalo de Bo Xilai. El informe también presenta brevemente el panorama económico de China, que pasó del sexto al segundo puesto en el ranking mundial. El reporte se extiende al ámbito social, analizando el impacto de la desigualdad social, los logros alcanzados con la promoción de la cultura china en el mundo y el avance en Derechos Humanos al prohibir la confesión mediante tortura.
El año 2012 ha sido revelador de las importantes tensiones y dificultades que habitan el universo chino. Lejos de ceder, estas parecen ir a más convirtiéndose inevitablemente en la primera prioridad de la agenda de Xi Jinping, el nuevo secretario general del PCCh elegido en el XVIII Congreso.
Este evento, “y sus circunstancias”, logró marcar, de principio a fin, un año “corto”, iniciado con el testamento político de Wen Jiabao en las sesiones anuales de la APN, en marzo, y la realización del propio congreso, en noviembre, tras una convocatoria tardía que fomentó la especulación a propósito de la existencia de graves divisiones en el seno del liderazgo chino.
El primer ministro Wen Jiabao sintetizó al cierre de las sesiones legislativas anuales el rumbo trazado por diversas declaraciones de signo similar que venía reiterando en los últimos meses, tanto dentro como fuera de China, a propósito de la necesidad de impulsar una reforma política de contenido incierto pero con el denominador común de limitar el poder y la discrecionalidad de los funcionarios, de enfatizar el apego a la ley y de fomentar la ampliación de los derechos de los ciudadanos.
El tono casi apocalíptico de las invocaciones de Wen Jiabao revelaba tanto la urgente necesidad de innovar el modelo de gestión sociopolítica como la soledad de sus postulados y, subsiguientemente, la ausencia de consenso en la máxima dirigencia para plasmar un plan creíble que amortiguara los crecientes riesgos que acechan la estabilidad.
Consagrándose como continuador de los postulados de su mentor, Hu Yaobang, Wen ahondó en esa faz populista tan común en su estilo de liderazgo, de buen acomodo pero a la postre de escasa repercusión práctica.
En dicho contexto, la defenestración de Bo Xilai, miembro del Buró Político y jefe del PCCh en la megalópolis de Chongqing, anticipada por el propio Wen Jiabao en dichas sesiones, acaparó todas las miradas, internas y externas. El PCCh se esforzó por presentar dicho incidente como expresión de su imparcialidad y contundencia a la hora de luchar contra la corrupción y el abuso de poder, lacras que lastran muy seriamente su credibilidad ante la opinión pública.
No obstante, sin quitar un ápice de importancia a los graves hechos delictivos que parecen confluir en el caso a la vista del novelesco relato revelado, la dimensión política tendría una lectura mucho más extensa y compleja, relacionada con la irrupción de los neomaoístas en el debate político chino y su exigencia de imponer otro rumbo a la reforma.
No es que Bo Xilai fuera neomaoísta. Su trayectoria en anteriores desempeños, a pesar del fomento de las canciones rojas en Chongqing, no parece dar crédito a esta militancia. Probablemente, a sabiendas de sus limitados apoyos en la cumbre, intentó valerse de dicha corriente y del malestar social derivado del agravamiento de las desigualdades para catapultarse, a la vieja usanza, al máximo liderato.
El propio Wen Jiabao, al mentar la tragedia de la Revolución Cultural, descalificaba de forma clara los intentos de involucrar a las masas en las luchas de palacio, recurriendo a consignas ideológicas para simplemente disfrazar las ambiciones de poder.
Las condenas de su esposa, Gu Kailai, y de su mano derecha, Wang Lijun, preceden a su propio juicio, a la espera de noticias. Pero sería erróneo pensar que el problema está resuelto purgando sin remisión a sus partidarios en todas las estructuras del partido y del Estado, sin atender a la superación de las causas que lo han motivado, todas ellas de carácter objetivo e inseparables tanto de las sombras del proceso de reforma como de las profundas asimetrías que hipotecan y amenazan la estabilidad.
Los llamamientos a la lucha contra la corrupción y a la defensa a ultranza de la “pureza” del PCCh han protagonizado el “nuevo” discurso oficial, en un alarde de gestos que tanto ha procurado dispensar una mayor y mejor satisfacción de las ansias de protección de los campesinos, especialmente en relación a sus derechos sobre el uso de la tierra, como un hostigamiento sin cuartel a la disidencia crítica que ambiciona ultrapasar las fronteras sistémicas.
Poco podría dudarse a priori de idéntico empeño en el mandato de Hu Jintao, que igualmente se inició con los “ocho honores y deshonores” (ahora son los “ocho requisitos” de Xi en la lucha contra el despilfarro) pero con un balance verdaderamente desalentador que argumenta el escaso eco de las consignas moralistas y la necesidad de innovaciones estructurales verdaderamente independientes y transparentes, un reto de difícil encaje aun sin una reforma política verdadera.
El destape de la implicación de los hijos de las elites políticas en las redes de negocios, visible en las primeras figuras del país (en activo y en la retaguardia), y las revelaciones de las fortunas atribuidas a los entornos familiares de Xi Jinping o de Wen Jiabao, desmentidas oficialmente, revelan la promiscuidad de las elites dirigentes y la abrasante tentacularidad de sus proyecciones a todos los niveles.
Esta circunstancia plantea graves dificultades a la hora de plantear medidas correctivas de cierta eficacia pues deben afectar de lleno a sus propios intereses. Por otra parte, sin una clarificación en tal sentido, todo cuanto se diga desde el aparato estatal y partidario puede quedar reducido a un brindis al sol con el consiguiente añadido de irritación cívica. La sombra de aquel descalabrado KMT, diezmado por la corrupción y derrotado por el Ejército Rojo planea sobre el PCCh.
La credibilidad del PCCh y de las autoridades ante la opinión pública atraviesa momentos críticos. El relevo en la cúspide del poder no ha sido fácil, con guerras intestinas, miles de arrestos por la propagación de rumores (desde un golpe de Estado a la desaparición de Xi Jinping), llamamientos a la disciplina en el EPL y bloqueo de las webs maoístas.
El balance final se ha saldado con un compromiso temporal que obligará a renovar la dirección política en 2017 en un nivel importante (los cinco nuevos miembros ahora incorporados) y con un consenso elemental que aglutina a las principales facciones comprometidas con el avance y la profundización de la reforma.
El retrato final del CPBP es más reflejo de los temores que de las ambiciones. Las lecturas externas que indican un triunfo de Jiang Zemin sobre Hu Jintao no alcanzan a reflejar con exactitud el signo del nuevo CPBP, como tampoco las adscripciones programáticas en atención a las filiaciones personales y clánicas.
Baste un ejemplo: Hu Jintao ha sido el principal defensor de un sector público fuerte instalado en los ámbitos estratégicos de la economía, mientras que su delfín Li Keqiang parece abanderar las tesis del Banco Mundial de adelgazar el sector público en aras de asegurar un progresivo desmantelamiento de la base económico-productiva del PCCh. Este reformista poco tiene que ver con el conservadurismo de Liu Yunshan, otro adscrito a la corriente de Hu Jintao.
Tampoco puede decirse que Yu Zhengsheng trascienda la fidelidad a Deng Xiaoping o que el propio Xi Jinping sea un afín incombustible de Jiang Zemin. Wang Qishang pudiera estar más cerca de Zhu Rongji que de ningún otro líder veterano.
En suma, si nuestras clasificaciones y adscripciones de tendencias (príncipes rojos o de la Liga de la Juventud, populistas o elitistas, reformistas o conservadores) y afinidades a duras penas consiguen reflejar la dispersión del poder y la diversidad presente en la cúpula china, lo verdaderamente incuestionable es esa floración de un consenso transitorio (que elimina los extremos representados por las derivas de los modelos Chongqing y Guangdong, a pesar de la persistencia de Wang Yang en el Buró Político) construido sobre la doble base de la incorporación de los líderes más propensos al acuerdo de las diferentes facciones y la necesidad de persistir en la reforma iniciada en 1978.
El consenso que ha determinado la composición del liderazgo es un arma de doble filo. Facilita la indispensable unidad y hasta puede que la integración, alejando escenarios, tan temidos, de división interna, pero también puede retardar la implementación de reformas necesarias y que se vienen dilatando desde hace tiempo.
La capacidad de adaptación, tan visible en la mutación camaleónica que ha vivido el PCCh en los últimos más de treinta años, pudiera ahora quedar en entredicho si en efecto no alcanza a reconocer los cambios que se vienen produciendo en los segmentos más avanzados de la sociedad china. Poco a poco se va conformando una clase media que anhela mayores libertades, que reconoce cuanto de positivo hay en la reforma pero muestra una creciente impaciencia por el avance de una apertura que se resiste.
Ese bloqueo solo tendría la excusa de garantizar la pervivencia de un mandarinato burocrático cuyos privilegios podrían estar en riesgo si la transparencia o el control público le derriban los altos muros que ahora les protegen. La demora en la aceptación de ese cambio en la cultura política es un riesgo añadido para la estabilidad que difícilmente podrá solaparse auspiciando un nuevo impulso a las reformas económicas.
Algunas voces señalan que una vía alternativa podría establecerse sobre la base de la implementación de la Constitución vigente, lo que permitiría una mayor protección de los derechos de los ciudadanos y también la afirmación de procesos de autonomización efectiva del poder judicial o del legislativo.
Existen mandatos políticos datados hace más de dos décadas (en el XII Congreso del PCCh) que ya entonces conminaban a reducir la brecha existente entre el reconocimiento formal y la aplicación real de los mandatos constitucionales. Pero no es previsible que dicho recorrido se plantee en el próximo lustro con una mínima radicalidad.
La cesión instantánea a Xi Jinping de la presidencia de la CMC (la única alta institución no sometida al imperativo de los dos mandatos) ha evidenciado igualmente la obsesión de Hu Jintao por consolidar una institucionalidad que aleje los peligros de la confrontación interna.
Aunque también se ha interpretado como expresión de una debilidad política que se vería ratificada por el hecho de no haber sido entronizado como “núcleo” de su generación. Pero lo verdaderamente normal es lo primero. Lo segundo revelaría ese sedimento insalubre del culto a la personalidad que aún colea en algunas manifestaciones de la política china.
Probablemente, en los entresijos de esta delicada transición llevada a cabo sin el consejo y la impronta de grandes líderes veteranos están las claves de procedimientos oficiosos que deben asegurar a partir de ahora los relevos al máximo nivel. Dicha preocupación es inseparable de los empeños por reforzar el papel de una regularidad basada en la observación de la ley en la gestión del país, dando vida a un peculiar Estado de derecho.
La sucesión institucionalizada del liderazgo vendría a ser una muestra palpable de los resultados de la reforma política, con pautas aceptadas para alejar el fantasma de la fractura. La abolición del sistema de ocupación permanente de los cuadros a todos los niveles, un trauma que habitualmente ha complicado y desnaturalizado las previsiones estatutarias comunes en los partidos comunistas, permite suplantar la subjetividad y el mesianismo por la organicidad y la colegialidad.
Con estos mimbres, no obstante, el signo del rumbo que China puede adoptar en el próximo lustro apunta a una activación del reformismo económico y social y a un congelamiento timorato de la reforma política. En efecto, cabe esperar un impulso a los ejes esenciales del nuevo modelo de desarrollo, con activación del proceso de urbanización, del aumento de los ingresos de la población y, en paralelo, a la redefinición de los equilibrios público-privados en el orden económico que planteará importantes resistencias corporativas e ideológicas.
Mientras, en lo político, la lucha contra la corrupción primará sobre la generalización de los experimentos democráticos en curso y la habilitación de mayores espacios de transparencia a propósito de la gestión pública.
El perfil político que nos ofrece este nuevo CPBP del PCCh que dirigirá los destinos de China en los próximos cinco años, podría definirse como claramente nacionalista, equilibrado en lo económico pero dispuesto a avanzar por la senda del reformismo haciendo gala de un pragmatismo absoluto, mientras que en lo político se conducirá con extrema cautela sin concesiones al debilitamiento de la hegemonía del PCCh.
La actuación sobre los principales factores de descontento cívico (desde las desigualdades a los abusos de poder) puede permitir cierta contemporización con la estabilidad, confiando en que la mejora de la calidad del ejercicio burocrático haga olvidar otras reivindicaciones de mayor calado.
El PCCh es consciente de que atraviesa un periodo de aguas turbulentas pero sigue preso de esa contradicción que advierte de la necesidad de implementar reformas políticas estructurales y el temor a que su aplicación acabe por abrir la espita que conduzca al desmoronamiento del sistema.
Xi Jinping, el nuevo secretario general del PCCh, llamó a entender el “fondo histórico” del actual momento político para calibrar los desafíos sin precedentes que aguardan, enfatizando una vez más que la clave estriba en el papel del PCCh y su apego y fidelidad a un proyecto original que aspira a cerrar otro ciclo, el de la decadencia agravada en el siglo XIX. El PCCh ha renunciado a ser obstinado en lo táctico para mantenerse inamovible en lo estratégico.
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*Xulio Ríos es director del IGADI y del Observatorio de la Política China. Coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, es asesor de Casa Asia y colaborador de diferentes medios de comunicación, como los diarios El País, La Vanguardia, El Periódico o El Correo.
Este artículo fue publicado por el Observatorio de Política China
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