Sinología: Corea del Norte: Cambios en el poder, mismo comportamiento. Las relaciones con el nuevo liderazgo chino

In by Andrea Pira

El presente documento, escrito por el sinólogo Carlos Blanco Torres, de la Universidad Complutense de Madrid, analiza la fuente de legitimidad del líder de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) Kim Jong-un, los cambios ocurridos en la élite gobernante norcoreana tras la muerte de Kim Jong-il, la vigencia del esquema tradicional de comportamiento de la RPDC y, por último, las relaciones de régimen comunista con el nuevo liderazgo chino. 

INTRODUCCIÓN

La muerte de Kim Jong-il en 2011 puso a prueba, por segunda vez, la capacidad del régimen creado por Kim Il-sung en 1948 para gestionar la sucesión en el poder. En un proceso acompañado de masivas muestras de dolor por parte de la población, Kim Jong-un (tercer y más joven hijo de Kim Jong-il) fue formalmente designado Líder Supremo de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) el 28 de diciembre del mismo año. Se confirmaban de esta manera las predicciones realizadas mucho antes por analistas de medio mundo, preocupados por conocer qué tipo de persona estaba a punto de hacerse cargo de los destinos de un país que cuenta con el cuarto mayor ejército del mundo, además de capacidades nucleares recientemente adquiridas.

Pese a las esperanzas iniciales de gran parte de la Comunidad Internacional, el Brillante Camarada Kim Jong-un pronto optó por continuar con el modelo de tensión/negociación establecido por su padre, del cual la crisis de 2013 no es más que el último ejemplo. Dejando de lado por el momento los evidentes réditos que el régimen norcoreano obtiene haciendo uso de esta táctica de máxima presión sobre sus rivales, y la necesidad de Kim Jong-un de mostrar al exterior su liderazgo interno, conviene recordar de dónde emana la legitimidad del tercer miembro de la familia Kim que consigue acceder a la presidencia de la Comisión Nacional de Defensa (CND), el cargo más poderoso que se puede desempeñar en el Estado norcoreano.

La idea Juche

En 1955, dos años después de la guerra de Corea, Kim Il-sung subrayó la necesidad de que el país mantuviese una posición independiente respecto a la URSS y a China. Así, la idea Juche (traducido al español como “sujeto”, en el sentido filosófico del término) nace para otorgar un elemento diferenciador a la revolución llevada a cabo en el país, su naturaleza específicamente coreana, y para conceptualizarla como heredera de sus propias complejidades y peculiaridades. El proceso revolucionario debe ser sostenido por la responsabilidad del propio pueblo en cada país, y sobre todo, debe ser llevada a cabo desde un marco de independencia innegociable, zazusong, y bajo la guía de un líder. En palabras de Kim Jong-il: “…el Líder sentó la verdad de que la revolución debía realizarse no bajo la aprobación o directiva de nadie, sino con la fe propia y la propia responsabilidad, resolviendo de una manera independiente y creadora todos los problemas que se presentaran en este proceso. Este es otro punto de partida de la idea Juche”. Ello se aplica tanto a la vida cotidiana de los ciudadanos norcoreanos como al diseño de la política económica o exterior estatal.

No obstante, la idea Juche se fue expandiendo, con el paso del tiempo, a todos los ámbitos posibles de la política norcoreana, pues así como en un principio sólo hacía referencia al contexto ideológico, de desmarque respecto a las influencias soviética y china, para pasar más tarde a guiar las políticas diplomática, económica y militar. En 1974, la idea fue rebautizada como Kim Il-sungismo o Kimismo, permitiendo de este modo la identificación entre Líder e ideología. Cuando en ese mismo año Kim Jong-il es declarado futuro sucesor de su padre en el poder, se le otorga a la vez la legitimidad filosófica de la propia idea, lo que permitirá su instauración monolítica en la cúspide del sistema. Las masas deben estar fuertemente cohesionadas en torno al Partido de los Trabajadores de Corea (PTC), que a su vez lo estará en torno al Líder. En el contexto coreano, las masas han de ser organizadas por un líder que actúa como cabeza ideológica visible del Estado. Teóricamente, el mandato para liderar al pueblo viene dado por el propio pueblo y por la confianza puesta en su representante, por lo que aquél podrá levantarse contra un líder que no sea merecedor de tal puesto, según su experiencia y mérito.

El desarrollo de la idea Juche legitima a su vez el desarrollo de las políticas de tipo military first, definidas bajo el concepto de sŏn’gun, que tiene como expresión práctica la priorización absoluta de los asuntos militares sobre los de cualquier otra naturaleza, que la Defensa sea la primera preocupación de la actividad política, que el reparto de recursos tenga en cuenta en primer lugar las necesidades del Ejército Popular de Corea (EPC), etc. El EPC es desde luego la fuerza principal de la revolución, en el seno de la cual la unión entre ejército y pueblo defiende y garantiza la construcción del socialismo.

En 1995, apenas un año después del ascenso definitivo de Kim Jong-il a la cúspide del sistema, se comienzan a aplicar políticas de tipo military first, explicitándose como idea revolucionaria, y generando un gran conflicto que surge con la utilización de este concepto: el régimen otorga más importancia al poderío militar que a cualquier otro factor de la ecuación política y/o económica, pues con él se sirve al objetivo final, la construcción del socialismo. En un mundo crecientemente globalizado y en el que el hard power y el realismo han sufrido un desprestigio constante, esta postura se revela anacrónica. Corea del Norte fue, física e ideológicamente, producto de la Guerra Fría, y no ha conseguido abandonar la mentalidad de aquel momento histórico, perdiendo el tren del desarrollo y de los cambios auspiciados por la globalización.

Cualquier Estado persigue mejorar sus capacidades estratégicas, sobre todo a través de la modernización del equipamiento de sus fuerzas armadas, pero no lo hace a cualquier coste. En Corea del Norte el ejército no produce alimentos para ayudar a sus compatriotas en los no demasiado lejanos periodos de hambruna, pero sí produce ideología, algo mucho más valioso para el sistema5. Todo ello conduce indefectiblemente a que desde el Gobierno se potencien aquellas prácticas políticas que, desde su óptica, contribuyen a la supervivencia del régimen y a mantener la independencia del país6. Por supuesto, entre ellas está también la política armamentística nuclear, expresión del poder nacional. La lógica implantada desde arriba es muy básica: si es el poder militar el que disuade a los enemigos de atacar, el máximo poder provocará la máxima capacidad de defensa.

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[Crédito foto:
dailymail]