Río abajo del Mekong: Historia de amor en Camboya

In by Andrea Pira

El río Mekong es uno de los más largos y caudalosos del mundo, atravesando 6 países desde su nacimiento en las montañas del sur de China, pasando por Birmania, Tailandia, Laos y Camboya, hasta su desembocadura en el sur de Vietnam cerca de Ho Chi Min. El río ha sido testigo de la historia del sudeste asiático, del auge y la caída de sus civilizaciones, de las batallas que se libraron en ambas orillas y de un siglo XX convulsionado en la región que manchó sus aguas de rojo. Con la reciente estabilidad en la zona sus países están resurgiendo: así se presenta Camboya para los turistas después de la guerra y el genocidio. La miré a los ojos, ella sostuvo la mirada y me dio una sonrisa. Se la devolví y el hombre que tenía al lado la tomó del brazo palpando la carne de la que gozaría más tarde. Ella era una camboyana de unos 20 años, o menos, aunque la apariencia puede ser engañosa porque incluso las mujeres mayores guardan rasgos adolecentes. El hombre, un occidental –probablemente estadounidense por el acento– debía de haberle contratado en una transacción de lo más común, y cuando me fijé en los demás comensales, el restaurante estaba lleno de parejas de este estilo. A nadie parecía importarle que la manoseara sin ningún reparo.

Esto ocurrió en Phnom Penh, capital de Camboya, donde la prostitución está lejos de ser un tabú y forma parte del día a día en un país pobre que sigue sin recuperarse de las cicatrices que el Khmer Rouge provocó hace 30 años. La prostitución es vista como una forma de ascenso social, pues representa una fuente de “bienestar económico” en un país profundamente desigual, con un PIB per cápita de 1.300 dólares americanos, según un reporte de No-trafficing.org. Es un país con una tasa de desempleo del 2.8%, según este mismo informe, donde la gente se rebusca para sobrevivir, pero, si solo el 2.8% está desempleado ¿en qué trabaja el resto?

En las calles lo que se comenta es que el 80% de las mujeres en algún momento de su vida recibieron dinero a cambio de sexo. Por eso, aunque la prostitución es ilegal, la imagen más común es la de hombres mayores blancos cenando en restaurantes, dando un paseo junto al río o tomando una cerveza con sus “novias” camboyanas. Este fenómeno ocurre abiertamente en Phnom Penh y está lejos de ser un negocio bajo la mesa. El turismo sexual de occidente le puso un precio al amor en Camboya; pero da con qué comer.

En el país se ven dos tipos de turistas: los hombres occidentales que se pegan una escapada con sus amigotes para dedicarse al placer en un país que se regala por un par de monedas; y los mochileros y las familias que llegan atraídos por los templos de Angkor, cerca de Siem Reap, el complejo religioso más grande del mundo. A grandes rasgos, las atracciones más importantes de la cultura ancestral Khmer son los templos, los monasterios budistas, y los vestigios de uno de los genocidios más grandes en la historia reciente (porque los camboyanos hicieron de su tragedia una fuente de ingresos); y un tercero: los que ven en las camboyanas un letrero de diversión.

Resulta curioso que la prostitución, hoy tan abierta, fuera castigada con pena de muerte durante la época del Khmer Rouge entre 1975 y 1979 en la que el caudillo Pol Pot quiso transformar a Camboya en una sociedad agrícola utilizando la fuerza. Cuando el Partido Comunista de Kampuchea, nombre oficial del Khmer Rouge, se tomó el poder en 1975, convirtió a la Camboya urbana en un país fantasma. Reubicó a toda su población en campos de trabajo rurales, separando a las familias y dejando las ciudades abandonadas, empezando por Phnom Penh. En el tiempo que estuvieron en el poder, hasta 1979, se estima que asesinaron entre 2 y 3 millones de personas de una población de apenas 8 millones. La infraestructura de ese periodo, y los horrores que dejó, es el otro atractivo turístico que hoy tiene el país. Hoy no es muy común ver personas mayores en la calle, pues quienes quedan fueron víctimas o victimarios del régimen cuando apenas eran unos niños.

En el corazón de Phnom Penh se encuentra la S-21, un antiguo colegio que durante el régimen fue adaptado como prisión y hoy es un museo que recuerda los episodios más crudos de aquellos años. Mientras funcionó se estima que por sus aulas de clase pasaron entre 17.000 y 20.000 prisioneros, pero los archivos desaparecieron después de 1979. De esta prisión hay registro de 12 supervivientes, de los cuales sólo 2 permanecen con vida y, por unos dólares, cuentan su historia en lo que en otro tiempo fue un campo de tortura.

La S-21 era el paso previo antes de llevar a los prisioneros acusados de espionaje a los campos de exterminio donde eran ejecutados. Para el Khmer Rouge, espionaje era ser intelectual, tener manos suaves –impropias para el trabajo agrícola– o simplemente llevar gafas. Hay historias de médicos que debieron dejar morir a sus familias porque demostrar sus habilidades era echarse la soga al cuello.

Chum Mey, uno de los dos sobrevivientes de la S-21, cuenta cómo colgaban a los prisioneros para torturarlos en las barras donde años antes los estudiantes se ejercitaban, cómo a las mujeres les arrancaban los pezones para sacarles una confesión inexistente y cómo debieron enrejar los pasillos de los pisos superiores para que las personas no se suicidaran saltando al vacío.

“Camboya ha sufrido mucho, y hoy se están gastando millones de dólares para juzgar a los antiguos líderes del Khmer Rouge que aún siguen vivos. Estos hombres ya son ancianos que le hicieron un daño terrible al país, pero Camboya es muy pobre y más que justicia el país necesita educación y comida. El que los condenen no le va a quitar el hambre a la gente”. Esa era la opinión del guía en la prisión: Camboya tiene que preocuparse más por su presente que de su pasado.

La S-21 es apenas una de las 150 prisiones que inundaron al país y Choeung Ek, el campo de exterminio al que llevaban los prisioneros de la S-21, uno de muchos. Choeung Ek es un potrero donde hace 30 años asesinaban a los prisioneros con un machetazo en el cráneo, golpeando a los bebes contra los árboles, y hoy está lleno de fosas comunes donde aparecen dientes en la tierra en la época de lluvias. A su alrededor el paisaje es el de una tierra arcillosa y rojiza, como la sangre del pueblo que la tiñó.

Cuando salí de Cheung Ek un niño me abrazo diciendo “te amo”, y a continuación: “por favor un dólar”. Lo saben decir en inglés, en español o francés, porque, aunque sean muy jóvenes para conocer su pasado y entender por qué su país está como está, esa es la realidad que les tocó vivir. Yo le di media botella de agua que tenía y el quedó inmensamente agradecido mientras abrazaba a otro turista.



También puedes leer:

Disney Shanghái sin fecha de inauguración

“Por más que quisiera, no es posible mezclar mis raíces latinas con la música china”: Daniela Rojas, cantante colombiana.

Caracteres chinos- El subtítulo muro (parte dos)