Mo Yan, vida y obra del nuevo Nobel de Literatura

In by Andrea Pira

Mo Yan, seudónimo de Guǎn Móyè (17 de febrero de 1955- ) acaba de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Esta distinción se suma a la lista de premios que ha recibido lo largo de su carrera, y representa el punto máximo del reconocimiento por parte de Occidente hacia su trabajo. Es así como se redondea la lista de honores otorgados a su producción literaria, que ha pasado por el ámbito nacional (Premio Mao Dun 2011), el académico (Premio al Segundo Sueño del Pabellón Rojo 2005), el continental (Premio Kiriyama 2005) y el internacional (Newman Prize 2009).

A pesar de haber sido muy mencionado este año como uno de los posibles ganadores del Nobel de Literatura, la presea resultó una sorpresa para muchos, incluyendo al propio Mo Yan. Con la tradicional modestia china, declaró su extrañeza ante el honor recibido pues -según dijo- existen otros autores chinos más calificados e igualmente merecedores de dicho reconocimiento.

Superando las expectativas de quienes conocen el gusto de la Academia Sueca por premiar a autores disidentes o poco conocidos por el público general, Mo Yan -un autor de renombre internacional gracias a las traducciones al español, el inglés, el francés, el italiano, el alemán, el sueco y el japonés- obtuvo el codiciado premio ante la alegría del pueblo chino, quien lo acepta y celebra como suyo. Esto marca una gran diferencia con el premio otorgado hace doce años a Gao Xingjian, escritor de origen chino actualmente nacionalizado francés, integrante de la diáspora china y a quien los chinos no reconocen como representante de su Literatura ni tampoco como ganador de un premio Nobel que se pueda atribuir a su país de origen.

Por su parte, algunos escritores chinos actuales ven con desconfianza al ganador, pues su cargo como Vicepresidente de la Asociación de Escritores Chinos, junto con algunas de sus declaraciones y acciones, lo acercan más a un vocero del Partido Comunista Chino que a un crítico que señala las fallas de la sociedad o a un compañero solidario que apoya a sus semejantes cuando se ven perseguidos por el régimen.

En realidad, las relaciones entre el Estado chino y los creadores son complejas. Oscilan entre la censura y el premio, como bien lo deja claro el caso del cuento titulado “Rana”, que recibió una de las distinciones más altas de esa nación, el premio "Mao Dun". El texto, que consiste en una crítica hacia las consecuencias de la aplicación de la política del hijo único, parece ser la respuesta de Mo Yan ante sus detractores; la fórmula consiste -dice él- en afinar la sutileza de las narraciones para así poder disertar sobre asuntos contemporáneos. El traductor Eric Abrahamsen lo describe no sólo como un experto narrador, sino también como un gran conocedor de los límites que el Estado chino está dispuesto a concederles a sus creadores.

El resto del mundo también se muestra sorprendido ante la elección de la Academia Sueca. Algunos incluso manifiestan su decepción, pues consideraban más fuertes a los candidatos de su propio país. Por su parte, los críticos, traductores, conocedores y admiradores de su obra, tales como Jonathan Spence y el japonés Kenzaburō Ōe -Nobel de literatura en 1994- celebran un premio que consideran más que merecido.

Vida de Mo Yan

Los primeros años de Mo Yan transcurrieron en su pueblo natal de Gaomi, en la provincia de Shandong. Durante las tres estaciones menos severas, todos los pequeños, incluyéndolo, corrían sin ropas, pues no las había. Sólo en el más crudo invierno trataban de protegerse del frío con algunos harapos. El hambre afectó tanto al pueblo que convirtieron todo tipo de materiales en alimentos. Cortezas de árbol, hojas e incluso un cargamento de carbón fueron ingeridos por Mo Yan, cuya barriga hinchada destacaba sobre sus flacas piernas y su estrecho cuello. En su más temprana infancia, Mo Yan ayudó a su familia cuidando vacas. A falta de otra compañía, se dedicó a estudiarlas hasta conocer y distinguir el carácter de cada una. Es ahí donde se originó su gran capacidad de observación y de creación de escenas vívidas, plenas de colores, sabores y olores en los que se desarrollan los gestos, diálogos, vicisitudes y fortunas de sus personajes.

En los tiempos en los que una buena comida era tan solo una ilusión, Mo Yan y el resto de su pueblo alimentaban su imaginación con el relato de exquisitos platillos que quienes habían conocido tiempos mejores describían con lujo de detalles. El anhelo de hacer tres comidas al día fue lo que llevó a Mo Yan a la literatura, pues al escuchar a un joven educado aseverar que un escritor podía darse el lujo de comer jiaozi tres veces al día, decidió que la escritura era un trabajo más que satisfactorio.

A falta de interlocutores, Mo Yan hablaba consigo mismo desde la infancia, al grado que su madre se preocupó y le pidió que guardara silencio. Según una versión, Mo Yan, el seudónimo del autor (que significa “no hablar”), surge de aquella petición materna. A pesar de la prohibición, el niño continuó con sus soliloquios.

Su mundo imaginario se amplió a través de las voces de sus mayores, conocedores del amplísimo folklore chino. A través de estas narraciones orales, y no de lecturas formales, aprendió a contar historias. Los críticos literarios profesionales –hacia quienes el autor no siente un aprecio particular- han querido ver en la frontera ambigua entre realidad y ficción que se manifiesta en su obra la influencia de Gabriel García Márquez. Si bien es cierto que el premio Nobel colombiano figura entre la lista de lecturas favoritas de Mo Yan, también resulta posible leer la mezcla de cruda realidad, apariciones fantasmagóricas y eventos extraordinarios característicos de su obra como el reflejo del pensamiento del campesinado chino, para quienes las reencarnaciones, los espíritus malignos y las tradiciones milenarias continúan vivas hasta el día de hoy.

En términos de educación formal, Mo Yan, cuya familia era campesina, sólo pudo completar la educación primaria. A partir de los doce años estudió por su cuenta los libros de su hermano mayor. Su primer trabajo formal fue en una granja; el segundo, en una fábrica de aceite. En 1976 se unió al Ejercito de Liberación Popular Chino. A partir de ese año comenzó a leer en grandes cantidades, con la ayuda de una bibliotecaria. Él mismo se ocupó de crear una pequeña biblioteca para el Ejército.

En 1981 comenzó a escribir formalmente. Su primera obra fue un cuento maniqueo sobre la lucha de clases que resultó poco revolucionario según los lineamientos de la época. A pesar de este intento fallido, Mo Yan continuó escribiendo, pues su deseo no consistía en realizar ingeniería social por medio de sus escritos, sino en narrar lo que veía a su alrededor. Más tarde se convirtió en profesor de Literatura y en 1981 obtuvo el grado de Maestro en Literatura por la Universidad Normal de Beijing. Para mediados de la década de los ochentas, su nombre comenzaba a mencionarse en la escena literaria china.

Obra de Mo Yan

Beneficiado, como muchos otros escritores, por la gran cantidad de traducciones de literatura occidental contemporánea que entraron a China a principios del período de Reforma y Apertura, los críticos han visto en la obra de Mo Yan grandes similitudes con las de William Faulkner y Gabriel García Márquez. Las semejanzas entre ellos son más que evidentes, siendo todos escritores sumamente localistas y narradores consumados. A decir del propio Mo Yan, sus lecturas de estos y otros autores no están realizadas a través del filtro de la teoría literaria, sino de la búsqueda de mecanismos que permitan narrar una historia de manera original. Howard Goldblatt y Shelley Chan -sus traductores al inglés- consideran que cada una de los textos del autor es único, en algunos prevalece lo musical, en otros, la innovación y la sofisticación.

Famoso por sus novelas extensas, tales como Sorgo Rojo (Muchnik, 1992), Grandes pechos, amplias caderas (Kailas 2007), Las baladas del ajo (Kailas 2008), La vida y la muerte me están desgastando (Kailas 2009), La república del vino (Kailas 2010) así como por la adaptación de tres de sus obras al cine (dos de ellas bajo la dirección de Zhang Yimou), el nombre de Mo Yan ha ido cobrado fama en las últimas dos décadas, tanto en China como en el resto del mundo. El trasvase de su obra a la gran pantalla le ha permitido, al igual que a muchos otros escritores de su país, ser conocido por un público más amplio.

Tanto así que, de hecho, los cinéfilos chinos y extranjeros han tomado la costumbre de utilizar al séptimo arte como una guía del extenso paisaje literario actual chino. La popularidad de algunos directores chinos y el éxito de sus películas han llevado a muchos escritores chinos a adaptar sus obras para la pantalla, o a la escritura directa de guiones. Del texto escrito a la pantalla y de la butaca de cine a la librería, el vínculo entre Cine y Literatura ha permitido que muchos escritores chinos recuperen a un público que, tras haber quedado intrigado por la película, decide leer el texto original.

La mayor parte de las traducciones de la obra de Mo Yan se han centrado en sus novelas, ya sea porque resultan bastante vendibles, ya sea porque en China el género recibe mucho mayor reconocimiento que el cuento corto. El autor, sin embargo, está muy orgulloso de sus cuentos. Ha escrito más de ochenta, que se pueden leer en algunas antologías. Una de ellas se encuentra disponible en español, Shifu, harías cualquier cosa por divertirte (Kailas 2011).

Con frecuencia, el nombre de Mo Yan se vincula con la narración de acontecimientos de su pueblo natal, particularmente sobre el período de la hambruna ocurrido tras el Gran Salto Adelante. Si bien es cierto que gran parte de su obra se centra en torno a este período y que muchos de sus personajes son campesinos, Mo Yan también conoce y escribe sobre los chinos citadinos. La creciente urbanización, el desempleo, las consecuencias de la política del hijo único y los affairs extramaritales forman parte de los temas que toca su obra, sin dejar de lado nunca, por supuesto, la descripción precisa de los alimentos que consumen sus personajes.

Ahora que su obra ha alcanzado semejante reconocimiento y que las mesas de los banquetes a los que es invitado están colmadas de distintos tipos de pescados y ostras, cabe preguntarse qué ocurrirá con aquel niño que decidió escribir para poder comer. La respuesta que él mismo ha dado es: “Ahora que me puedo permitir comer jiaozi continúo escribiendo porque aún tengo cosas que decir.”

Adriana Martínez González se especializó en literatura contemporánea china en el Colegio de México y ha pasado dos temporadas en China como estudiante de BLCU y de la Universidad Marítima de Dalian. 

Si te intereso este artículo también puedes otros de literatura:


Mo Yan, nuevo Nobel de Literatura


¿Podría China ganar otro Nobel de literatura?


Comienza un ciclo de cine argentino muy literario, tanguero y con mucho humor


Hai Zi, el poeta de los estudiantes en 1989

Las letras latinoamericanas y asiáticas, según el escritor peruano Fernando Iwasaki

[Chineando] con la educación “china” de Madre tigre, hijos leones de Amy Chua

[Chineando] con Amor en la ciudad en ruinas de Zhang Ailing

El año de Gabriel García Márquez en China

[Chineando] con el mandarín callejero recopilado por Eveline Chao

Contra la profesión de dentista