Los tres abortos de la emperatriz

In by Andrea Pira

Heidy nació en el país de los hijos únicos. Pertenece a la generación de los “pequeños emperadores” o “xiao Huángdì” (小皇帝), término que se refiere a los niños mimados que se creen el centro del universo, emperadores de un reino donde los súbditos son sus padres y abuelos.
Cuando Heidy cumplió los 20 años tomó la valiente decisión de rasurarse los vellos de las axilas. El día que se llenó de valor para contárselo a su madre, esta la abofeteó, le dijo que era una estúpida, que tener vellos era normal, que cada parte del cuerpo tenía una razón de ser y que ir contra eso era una insensatez. Durante semanas no le dirigió la palabra hasta que el paso de los días hizo que la tensión se apaciguara. Distinta fue la reacción cuando Heidy, a los 17 años, le confesó que estaba embarazada. Cuando por fin le dijo, su madre la miró fijamente, le preguntó por qué no se había protegido y de quién era el bebé. Después guardó silencio mientras buscaba un número en su agenda telefónica. “Querido, necesito pedirte un favor, dame el número de un doctor discreto que pueda ayudar a mi hija”, le dijo a un amigo de años. “Listo, tenemos cita para mañana con el Dr. Hong a las 8am”, le dijo a Heidy después de colgar el teléfono. “Cita para qué”, preguntó la adolescente. “Para que te saquen ese problema”, contestó su madre. Así se resolvió el primer gran problema de la vida de Heidy. Antes no había tenido una razón para realmente preocuparse. Su vida estaba marcada por una constante: solo tenía que abrir la boca y pedir para que sus padres o abuelos le cumplieran hasta el mínimo capricho. Era la hija única de un matrimonio de dos pekineses, cada uno con un departamento en la capital china.

Ellos no crecieron en la misma ciudad cosmopolita que su hija. Beijing, treinta y cinco años atrás, era otra. Casi no había carros, sino bicicletas. Tampoco edificios altos ni tantos extranjeros. Era una China donde recién se había instaurado la política de reforma y apertura que permitió el ingreso de la inversión extranjera al país y lo transformó. A fines de los 70 también se instauró la política del hijo único, misma que hace poco se derogó, pero cuyas huellas se evidencian en la generación actual. Se estima que durante los 30 años que estuvo vigente, 400 millones de chinos dejaron de nacer. El objetivo era controlar la explosión demográfica en un país que había dejado de pensar que “era bueno tener muchos hijos para que vayan a la guerra” como en la época de Mao Zedong. Si las parejas seguían teniendo 5 ó 7 hijos, no se habría alcanzado los programas de desarrollo. Pero más allá de la economía, la política del hijo único inevitablemente influyó en la psiquis de toda una generación. A menudo calificados como “engreídos”, los jóvenes de esa nueva generación de chinos ya llegaron a la mayoría de edad y hoy configuran un nuevo rostro para la China que, por la apertura comercial, es cada vez más occidental.

El segundo

Los expertos en comportamiento del consumidor aseguran que el paladar de los chinos se está occidentalizando. El café, el vino y los extranjeros forman ahora parte de los menús de los chinos. Tres cosas que Heidy adora. A su primer novio extranjero lo conoció en el gimnasio. La clase de spinning le apasionaba mucho más que las tres carreras universitarias que intentó seguir en la Universidad. Heidy no tuvo que competir con los demás adolescentes de su edad por un cupo para estudiar en una prestigiosa universidad de Beijing. El gaokao “高考” (examen de ingreso a la universidad en China) nunca fue su dolor de cabeza. Comenzó a estudiar Arquitectura, luego Diseño de Interiores y después Diseño Gráfico, pero en ninguna persistió. Prefería pasarse las tardes andando en bicicleta estática al ritmo de las canciones de Katy Perry o Taylor Swift. Podía pasar hasta tres horas haciendo spinning sin aburrirse.

La dedicación de Heidy, que ya tenía 21 años, la llevó a destacarse entre sus compañeras y pronto se convirtió en instructora de spinning. Allí conoció a Matt, un californiano de su edad que –como ella- dedicaba tres horas diarias al gimnasio. Su altura, color de piel y su pasaporte americano le llamaron la atención. La primera vez que lo vio levantando mancuernas de 35 kg con cada brazo, Heidy no pudo evitar imaginárselos viviendo juntos en California, caminando de la mano por la playa. Pronto se hicieron amigos. Después comenzaron a salir a bares y una de esas noches, con ayuda del alcohol, pasó lo que Heidy estaba buscando. Era la primera vez que estaba con un extranjero y quedó fascinada. El cuerpo de Matt y su desempeño sexual hicieron que ella se cuestionara por qué antes solo había estado con chinos. Matt era perfecto ante los ojos de Heidy, excepto por un detalle. No le gustaba usar preservativo y le había advertido que él no podía estar con una mujer que lo presionara a usarlo. Ella no quería separarse de él, así que aceptó. El resultado: a las pocas semanas comenzó a sentir una insoportable picazón en el área vaginal y se le había interrumpido la menstruación. Matt le había contagiado de una enfermedad venérea y además estaba embarazada. Heidy estaba aterrada por la enfermedad, pero no por el embarazo. Esa misma noche sacó cita con el Dr. Hong. A Matt le reclamó por haberla contagiado y lo dejó, pero no le mencionó sobre el bebé.

El tercero

El trabajo en el gimnasio pronto le valió las críticas de su madre que la presionaba para que consiguiera un trabajo “normal”, algo serio “como todo el mundo”. Los cuestionamientos se hicieron cotidianos y la paciencia de Heidy se fue agotando, así que se le ocurrió una idea para irse a vivir sola. Le dijo a sus abuelos que quería mejorar su nivel de inglés y enfocarse en el idioma durante las mañanas. Como el trabajo en el gimnasio era solo en las tardes, tenía tiempo suficiente para estudiar y hacer tareas de inglés en la mañana. Los abuelos estuvieron de acuerdo en pagarle una costosa academia de inglés donde todos los profesores eran extranjeros. Al poco tiempo de haber comenzado a estudiar inglés, Heidy le planteó otra idea a sus abuelos: la mejor manera para practicar inglés era vivir con un extranjero. “Será como tener un profesor en casa y gratis”, les dijo. Al inicio, ellos pusieron resistencia. Era impensable imaginar al tesoro de la familia durmiendo a solo una pared de distancia de un completo desconocido. Pero Heidy era persuasiva y llevaba una vida de experiencia manipulando a sus padres y abuelos. Así que al poco tiempo, alquiló un departamento en la zona de Caofang, al este de Beijing, en un área alejada donde se están construyendo muchos edificios. Puso un aviso en TheBeijinger.com, un portal donde los extranjeros encuentran vivienda, trabajo, mascota, sexo y hasta utensilios de cocina.

Dustin, estadounidense de 23 años, vio el aviso y llamó a Heidy. Quedaron en verse al día siguiente. La química fue inmediata. Él le contó que recién había llegado a China para estudiar el idioma durante un año y que mientras tanto pensaba enseñar inglés para ganar algo de dinero. A los pocos días, Dustin se mudó al departamento con Heidy. Ella estaba encantada de vivir con un musculoso chico rubio de ojos verdes y con pasaporte americano, por eso decidió conquistarlo. Le cocinaba a diario, lo ayudaba en sus tareas de la universidad y hasta ponía su ropa en la lavadora. Una noche, Dustin llegó borracho a casa. Estaba tan mal que se sostenía de las paredes para no caerse. Heidy escuchó desde su cuarto cómo Dustin iba tropezando con los muebles. Inmediatamente salió para ayudarlo. Lo acompañó hasta su cuarto. “Necesitas cambiarte de ropa, tu pantalón está muy sucio, parece que te has caído en la calle”, le dijo. Él solo asintió con la cabeza. Heidy sabía que era su oportunidad y lo besó. Esa noche fue la primera de tantas en las que Dustin y Heidy durmieron juntos. A los pocos meses, ella quedó embarazada. Aunque pensó en abortar de inmediato, se le ocurrió una mejor idea. Le contó a Dustin que iban a tener un bebé. Él, que se había enamorado y quería ser padre, le dijo que tendrían el bebé en EE. UU. y que allá harían su vida. Hicieron todos los trámites y cuando Heidy tuvo listo su visado y los pasajes, fue a la clínica de abortos. “Yo no quiero ser mamá, solo quiero irme de China”. Al llegar a California, Heidy fingió un aborto espontáneo. Dustin le creyó y hasta hoy aseguran vivir felices cerca de la playa.

[Crédito foto: reddragontattoo.blogspot.com]

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