Una de las banderas de los años de la Revolución Cultural en China era la campaña, diseñada por Mao, de “Apréndele al camarada Lei Feng”. La protagonizaba un anónimo y joven soldado que había muerto a los 22 años en un curioso accidente con un camión militar, que se convirtió en celebridad después de la publicación de su diario -probablemente apócrifo- un año después de su fallecimiento. Desde entonces se convirtió en el ideal del miembro del Partido Comunista, en el modelo para la juventud y en un icono de masas reproducido en afiches, cuadernos y libros. Cincuenta años después de su muerte, el joven soldado Lei Feng ha reaparecido con fuerza. Su imagen de nuevo adorna periódicos, estaciones de bus y libros, y de nuevo se trata de una iniciativa que viene ‘desde arriba’ con el ánimo de educar a la sociedad china para ser más solidaria.
Según la historia oficial, Lei Feng nació en Wancheng (hoy llamada Lei Feng), provincia de Hunan, un 18 de diciembre de 1940. Dada su orfandad, fue criado bajo el alero del Partido, llevándolo a la edad de 20 años a ingresar a las filas de la unidad de transportes del Ejército Popular de Liberación. Lei Feng se caracterizaba por gastar todas sus energías y todos sus ingresos en “servir al pueblo”. Enseñaba a los niños, ayudaba a los ancianos, trabajaba con esmero y estudiaba con pasión. Siempre estaba la colectividad por sobre el sí mismo.
Sin embargo, fue precisamente en esta ardua tarea de devoción por el pueblo que Lei Feng, ayudando a un camarada de armas, falleció. El camión de su amigo chocó contra un poste de teléfonos, el cual cayó y aplastó al amable soldado, poniendo fin a 22 años de servicio sincero y desinteresado.
No podemos decir a ciencia cierta si el relato es real o ficticio, no obstante, existe abundante evidencia de su existencia: el famosos Diario de Lei Feng, canciones y ensayos adjudicados a su nombre, novelas, películas dedicadas a su vida, museos y recopilaciones de objetos que le pertenecieron, testigos que le conocieron… Incluso hay un día –el 5 de marzo- en su honor, donde se invita a las personas a ejercer buenas acciones.
Lei Feng –mito o realidad- encierra parte importante de la cultura socialista china. Es el ejemplo pedagógico de una estructura de valores que desde la campaña 向雷锋同志学习 (“Aprendamos del camarada Lei Feng”) de 1963 hasta hoy en día, cuando se conmemoran 50 años de su muerte, se ha buscado edificar entre los chinos. Ahora bien, particularmente este año, dicha campaña se ha impulsado con particular fuerza, y explícitamente “exhorta a la gente a sentirse motivados por Lei, a mantener las virtudes tradicionales de la nación china, a actuar de acuerdo con la moral socialista y a desarrollar buenas costumbres sociales” (Renmin Ribao, 2012.3.3).
¿Por qué es importante potenciar la imagen de Lei Feng con tanta fuerza hoy en día? La cuestión es clara. La China actual ha implementado un sistema mixto, donde el instrumento del mercado capitalista interactúa con el sistema jurídico, político y social del socialismo realmente existente. En estas categorías la diferenciación se manifiesta de forma más o menos evidente.
Ahora bien, el punto crítico está en la cultura. Por un lado, desde el comunismo clásico (marxiano) y posteriormente tanto para la tradición eurocomunista como para el comunismo chino liderado por Mao Zedong, el problema de la cultura es una inquietud fundamental.
En consecuencia, la cuestión de la construcción del socialismo pasa por la “revolución de las mentes” en el decir de Mao, o en otros términos, por la construcción de una nueva hegemonía cultural en base a un determinado ideal de hombre – el hombre nuevo- cuyos principios rectores se justifican en la colectividad y no en la individualidad.
El revés de la moneda es la propuesta del capitalismo de nuestros días. El posicionamiento de productos cada vez menos depende de su precio, eficiencia, calidad o prestaciones, sino más bien del status que le adjudica al consumidor, es decir, de la propuesta suntuaria que subyace a la “experiencia” del producto (he ahí el éxito de marcas como Starbucks o Apple), que no necesariamente producen una mercancía cualitativamente superior o novedosa, sino que otorgan una cualidad asociada al consumidor. En esta experiencia se manifiesta el conjunto de valores de las sociedades liberales occidentales, entre ellos, el individualismo, la competencia, la diferenciación, el materialismo…
Los chinos de hoy no solo consumen los productos de occidente, sino que cada vez más se acercan a la experiencia cultural del otro lado del globo. Esto se traduce en que busquen y demanden determinados productos, actúen de determinada forma y acudan a determinados espacios, lo que en términos prácticos incrementa la demanda económico-cultural de la experiencia de occidente, y puede conllevar a que estos chinos exijan lo mismo que los ciudadanos de aquellos países en los que se inspiran.
Claramente hay una discrepancia en el espacio cultural, a la que el Partido pretende hacer alcance empleando los instrumentos que tiene a mano. Hemos sido testigos del reflote de la cultura roja en Chongqing, y no hace mucho nos enteramos de las nuevas regulaciones sobre los programas de competencia de talentos, todas medidas que apuntan en el mismo sentido: fortalecer los valores socialistas para que la ideología económica no hegemonice las bases de apoyo y legitimación del socialismo chino.
En consecuencia, estamos en las puertas de una revolución cultural de nuevo tipo, con nuevas metas y dimensiones. El Partido no quiere ser devorado por la vorágine de su experimento y ha empleado los métodos a su alcance para que el ser y sentido de la vida de los chinos no sea llenado con la salvaje ambición arrojada al capitalismo y el liberalismo, sino más bien encontrarlo en el servir a los otros, en la colaboración desinteresada, en el voluntariado, en la dedicación al estudio y el trabajo…
En otros términos, este Partido Comunista no ha abandonado del todo su labor fundamental en la creación del hombre nuevo y la defensa de un conjunto de principios que le otorgan legitimidad al orden que pretende construir.
*Pablo Ampuero Ruíz es licenciado en historia con mención en ciencia política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile)
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