Cuando un cibernauta chino usa Gmail, consulta la BBC o quiere leer el New York Times, pronto se da cuenta de que estas páginas tardan eternidades en cargar, se caen con frecuencia o simplemente no funcionan. Un usuario desprevenido pensaría que estas plataformas globales están sufriendo un fallo temporal o una caída del servidor.
La realidad es que en los últimos meses el llamado “ejército de los cinco maos” han trabajado hasta tres o cuatro veces más que antes debido al inicio de la transición política que marcará el rumbo de China durante la próxima década. Con la puesta en marcha del XVIII Congreso del Partido Comunista que definirá los nombres de los próximos líderes chinos, el rol de los censores en línea se ha vuelto más importante que nunca debido a la creciente participación ciudadana en la red.
El reciente florecimiento de denuncias en Internet por casos de corrupción y controversias ambientales, como la ampliación de una planta petroquímica en Ningbo, ha dejado al descubierto el lento despertar de una ciudadanía que hasta hace pocos años no se atrevía a opinar sobre los acontecimientos políticos o sociales que ocurrían en su entorno.
Ahora la sociedad china no sólo comenta sino que investiga y revela casos de corrupción, como el del funcionario público bautizado “el tío de los relojes” desde que los usuarios compilaron una serie de fotos en donde luce once relojes de marca. Al encontrar en espacios como el microblog Weibo un canal perfecto para dar voz a esas preocupaciones, los jóvenes de las generaciones nacidas después de los años ochenta han convertido a la red en un verdadero termómetro de la opinión pública china.
“A falta de un espacio público, los chinos toman Internet como su espacio de discusión, de opinión y como un medio para sentirse empoderados”, explica Glenn Mott de la Organización Hearst.
Este comportamiento ha activado las alarmas gubernamentales. Ante el riesgo de que las redes sociales puedan mancillar la imagen del Partido y amenazar su legitimidad, el gobierno ha tomado medidas para cortarle las alas a los cibernautas.
En el último año, China ha sofisticado su sistema de control sobre la red -conocido como el “great firewall”-, entorpeciendo la navegación en la misma con una censura “selectiva”. El nuevo sistema consiste en censurar de forma parcial el acceso a un sitio web o plataforma de información, bloqueando algunas de las direcciones IP que conectan al servidor con el usuario del servicio. En el caso de Gmail, bloquean tres de las cuatro direcciones IP a las que se dirige el servicio.
“Las autoridades se están volviendo cada vez más sofisticadas en la manera cómo manejan la disidencia. También se han dado cuenta de que no necesitan caerle encima a todo el que hace bromas fuertes en la red sobre el hijo de alguien”, explicaba Phelim Kine, investigador de Human Rights Watch, al Guardian.
Pekín, que comprende cada vez mejor cómo funciona la red, ha comenzado a moderar su uso según el momento, permitiendo la conversación sobre algunos temas relativamente inconvenientes pero que no resultan demasiado peligrosos.
Por esta razón, ni Wen Jiabao ni Xi Jinping vieron su imagen tan afectada ante los ojos de sus ciudadanos con las investigaciones del New York Times sobre la fortuna de la familia extendida del premier y la de Bloomberg sobre el entorno del vicepresidente, gracias al rápido pero efectivo bloqueo de sus sitios web y cualquier mención del tema. Por el contrario, la caída de Bo Xilai rápidamente fue comidilla en la red gracias a la permisividad de los censores de la red.
La preocupación del gobierno obedece al hecho de se trata de la primera vez que un Congreso del Partido ocurre en una “China conectada”, donde el principal ausente en la toma decisiones políticas es el pueblo. Por este motivo, los 530 millones de internautas chinos han encontrado en la red un espacio de debate público, idóneo para plasmar sus comentarios críticos, mordaces o sencillamente irónicos.
Desde la creación hace cuatro años de Weibo, la mayor plataforma de microblog en China, y gracias al uso extendido de las redes sociales por parte de los jóvenes de la generación nacida después de los años ochenta, la red china vive un proceso de transformación donde -bajo la figura del anonimato cibernético y a pesar de la constante censura gubernamental- todos pueden opinar de manera controlada pero libre.
“¡Qué viva el Congreso, qué viva el Congreso! ¡A ver si me armonizan este trino!”, escribía Li Chengpeng, el periodista investigativo sobre la corrupción en el fútbol chino, que se ha convertido en uno de los blogueros más influyentes de la red china. “Si no se puede comer bien, beber y divertirse, ¿entonces para qué ser miembro del Partido?”, escribía Li Weihua en Weibo.
Y en muchos casos, a pesar de la lucha de los censores, la naturaleza porosa y permeable de la propia red, ha abierto muchas válvulas de escape que permiten canalizar el descontento hacia determinados acontecimientos del ámbito local. Los cibernautas han encontrado múltiples maneras de hacerle el quite a la censura y proteger sus comentarios y fotos. Una de las técnicas más comunes es el juego con palabras que en mandarín suenan igual o parecido pero se escriben con caracteres diferentes.
Para referirse al Congreso, los cibernautas hablan de la antigua ciudad griega de Esparta, cuyo nombre tiene un sonido muy similar al del “décimo octavo congreso” -shibada- en mandarín. Al menos mientras los censores detectan la nueva ortografía de una palabra sensible y se debe buscar otra diferente.
Y aunque su impacto se limita en general a los círculos de internautas curiosos, Internet se ha convertido en una forma de participación que da voz a las exigencias ciudadanas de una mayor transparencia y libertad de expresión. Sin embargo, aún está lejos de ser un mecanismo efectivo de cambio. Precisamente, gracias al férreo control, la mayoría de las críticas y denuncias que logran destacarse en la red muchas veces están dirigidas contra las autoridades locales, con nombres que al inicio no resultan tan familiares, y difícilmente tocan a las altas figuras del gobierno central.
Publicado en el diario La Nación.
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