Si miramos bajo el mito del histórico orden absolutista en China, veremos lo dinámica y cambiante que ha sido su historia. Más allá de los líos de corte o las guerras internas y externas, la larga vida de este país cuenta entre sus cicatrices miles de sublevaciones campesinas y revueltas, con alcances tan grandes como el cambio de dinastías o la lucha por la dignidad frente a la humillación de las potencias extranjeras en el siglo XIX. De este eterno dinamismo, la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP) es, probablemente, una de las más grandes e importantes de las Revoluciones Chinas, cuyas consecuencias están más allá de las fronteras nacionales.
En la época, el Diario del Pueblo (人民日报Renmin Ribao) definió la Revolución Cultural como “la movilización directa de centenares de millones de integrantes de las masas a librar una gran lucha”. Esta gran lucha se extendió formalmente desde agosto de 1966 hasta abril de 1969, pero en la práctica se extendió hasta 1976, cuando, junto con la muerte del Presidente Mao, se arrestó a la “Banda de los Cuatro”, los dirigentes de la Revolución. No solo para China, sino que para gran parte del mundo, éste sigue siendo un capítulo polémico y complejo, que aún estamos muy lejos de dimensionar y comprender en su totalidad.
Una de las aproximaciones posibles al problema de la Revolución Cultural es comprender la disputa entre dos proyectos de modernización contrapuestos: el “modo socialista”, liderado por Mao Zedong; y el “modo reformista”, donde destaca la figura de Deng Xiaoping. Desde esta perspectiva, es posible comprender las bases en las que se asienta la actual condición de China, forjada al calor de la lucha de ideas, a través de una revolución en la revolución. En definitiva, la Revolución Cultural fue un punto de inflexión desde una modernización socialista clásica a una modernización socialista “con características chinas”, que abre espacios para que ingresen dinámicas capitalistas al sistema económico, sin necesariamente transformar el sistema político.
¡LA REVOLUCIÓN ESTÁ EN PELIGRO!
La Gran Revolución Cultural Proletaria surgió como consecuencia de una serie de amenazas externas como el conflicto entre China y la URSS y la escalada militar de EEUU en el Asia pacífico; así como del fracaso de algunas campañas internas, como el proyecto de industrialización llamado Gran Salto hacia Adelante y de la campaña de apertura a la crítica intelectual de las “cien flores”.
Entre las amenazas externas, un elemento muy influyente fue el conflicto chino-soviético, que desde 1949 era una cuestión latente y cada vez más complicada tanto en las relaciones bilaterales, como en la discusión de tácticas y estrategias al interior del Partido Comunista chino (PCCh). Por otro lado, la política militar de Estados Unidos en Asia no hacía las cosas más fáciles, y eventos como la Guerra de Corea (1950) o la Guerra de Vietnam (1958), alarmaron a todo el continente, especialmente al gobierno chino que manifestó la necesidad de que el pueblo debía prepararse para resistir y vencer. Pero el problema seguía sobre la mesa: ¿con qué entrenamiento enfrentarse a los EEUU? ¿De qué manera luchar y seguir modernizando a China?
La profundización de las diferencias al interior del Partido se fortaleció tras el fracaso del Gran salto adelante de 1958. Un ambicioso proyecto de industrialización y producción siderúrgica que culminó en una terrible hambruna. Mao dejó la dirección de la Revolución en 1959, ya que en él recayó toda la responsabilidad. En su defensa, criticó el burocratismo y el “aburguesamiento” de algunos sectores del Partido, lo que impedía un mejor conocimiento de lo que realmente estaba sucediendo en el país. En ese momento, con una nueva dirección, que incluía a Deng Xiaoping y Liu Shaoqi, la proyección de la polémica Moscú-Beijing en torno a las líneas de modernización del socialismo comenzaron a proyectarse dentro del Partido, y paulatinamente en la sociedad. Las diferencias entre los comunistas chinos y los soviéticos tienen su origen en los tiempos de la Guerra Civil China, a fines de los años 20. En 1926, Stalin aconsejaba a los revolucionarios chinos que “la marcha toda de la revolución china, su carácter, sus perspectivas señalan de modo indudable que los comunistas chinos deben permanecer en el Kuomintang e intensificar su trabajo en él”. No podía estar más equivocado, ya que las relaciones entre el Kuomintang (KMT) y el PCCh se tensaban cada vez más, al punto que en 1927, Jiang Jieshi (Chiang Kai-shek) decide romper el Frente Unido contra el Japón con una masacre en el medio de una huelga obrera liderada por comunistas en Shanghai. Fue un gran golpe para el Partido, el cual comenzó a combatir no sólo contra el imperialismo japonés, sino también contra sus antiguos aliados.
Mao siempre mantuvo distancia de la línea soviética, incluso cuando se integró a la dirección del Partido en 1923, siguió firme en su “herejía”. Planteó su exitosa táctica de Guerra Popular: capturar las ciudades desde el campo; lo que significó un gran quiebre con la línea pro-soviética de sublevación obrera y alianza con la burguesía. Siguiendo esa línea de alianza de campesinos y obreros, Mao Zedong, ungido con la dirección del Partido, y Zhou Enlai, hacia 1935 comenzaron a golpear con dureza a las fuerzas del KMT y del Imperio del Japón, ganando batallas y, sobre todo, adhesión, ya que, como ha señalado Jack Dunster, “al contrario de todos los demás ejércitos de la historia de China, los comunistas habían pagado sin falta cualquier cosa que tomaran de los pobres”.
Dando cuenta de lo importante que era la transformación ideológica y cultural como primer paso de la Revolución, Mao escribió en las cavernas de Yan’an: “La lucha del proletariado y de las masas populares revolucionarias por la transformación del mundo implica el cumplimiento de las siguientes tareas: la transformación del mundo objetivo, así como la del propio mundo subjetivo de cada uno –de las propias capacidades cognoscitivas de cada cual, de la relación que existe entre el mundo subjetivo y el objetivo”. Para Mao este fue un punto trascendental, constituyendo uno de los aspectos más importantes en su interpretación del marxismo.
El 1 de Octubre de 1949 se fundó la República Popular de China, y el desarrollo de una economía planificada para la construcción socialista era una necesidad urgente. Este es el primer intento de modernización comunista en China. Tras la revolución triunfante, Moscú envió apoyo técnico, intelectual y económico al servicio de los chinos. La polémica no cesó, y el choque era evidente: Stalin pretendía transformar a la China Roja en otro Estado-satélite de la URSS; mientras que Mao buscaba sostener y proyectar la independencia de su país. La tensión llegó a su clímax cuando en 1960 Nikita Jruschov retiró todo su apoyo de China, llegando incluso a algunas confrontaciones militares en la frontera.
Nikita Jruschov es un referente vital en la polémica ideológica en el seno del Movimiento Comunista Internacional, que se proyectó en la discusión sobre la modernización de China. En el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) celebrado en 1956, Jruschov expuso su famoso “discurso secreto”, en donde criticó la política y las acciones de Stalin. En este Congreso se replanteó la idea de modernización socialista en la URSS, dividiendo a los Partidos Comunistas de todo el mundo. Para el caso chino, se abrieron nuevos espacios, como la “campaña de las cien flores” (1956), una oportunidad de crítica y propuesta al gobierno que culminó en un acrecentamiento de las contradicciones entre el nuevo Estado y la sociedad post-revolucionaria.
Desde otro flanco, aparece la escalada militar de EEUU en Asia, lo que encendió las alertas en China de la posibilidad inminente de un enfrentamiento armado contra los norteamericanos en territorio chino. La experiencia de la Guerra de Corea en 1950 y de Vietnam en 1958, gatilló en Beijing la construcción de una verdadera “fortaleza china”, donde cada niño aprendía desde temprana edad a cargar un fusil y lanzar granadas a los “yanquis imperialistas”, tal como dibujó Robinson Rojas tras su viaje por China en 1966. Con la amenaza de la revolución comunista en el país más poblado del mundo, se acrecentaba la sensación de una “nueva ola de revolución proletaria mundial”, por lo que Washington, procurando defender sus intereses en la región, comenzó a establecer bases estratégicas: Corea, Vietnam, Japón, Taiwán y otros más fueron los puntos centrales de la guerra fría asiática. Un avance sobre China no era una locura, en consecuencia, había que concientizar a todo el pueblo chino sobre la posibilidad de una invasión, ya que, como explicaba Robinson Rojas, “si en una fortaleza sitiada, los acorralados se dedican exclusivamente a fabricar más municiones y a cultivar alimentos, serán invencibles por una eternidad, porque llegarán al punto de la autosuficiencia. Pero si algunos de los sitiados comienzan a pensar en otras cosas que no sean municiones ni alimentos, empieza el despeñadero hacia la derrota”. Ese era el temor de Mao. Una fuerte oleada de críticas a la conducción política y la emergencia de una nueva clase de burócratas del Partido amenazaban tanto la proyección de la edificación socialista y la modernización comunista, como la seguridad nacional. En consecuencia, el llamado era a cerrar filas.
*Pablo Ampuero Ruíz es licenciado en Historia con mención en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso de Chile.
Lea la segunda parte de este artículo mañana, 13 de mayo
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