Ser la segunda economía del mundo ha traído males financieros que azotan con fuerza a China. Los precios no paran de subir, a pesar de que el control de la inflación es hoy en día uno de las principales prioridades del gobierno.
El malestar comienza ya a sentirse en la sociedad. Li He, empleada de servicio, exclama con preocupación que la fruta y las verduras están carísimas. Una apreciación común últimamente para las familias de clase baja chinas: el gasto en comida puede llegar a la mitad de sus sueldos mensuales.
Además de golpear la canasta familiar, la inflación también comienza a tocar la vivienda, en compra y alquiler. Cada vez se hacen más notorias las denuncias de abusos de precios por parte de los propietarios, que de un momento a otro deciden aumentar un 30% la renta. La burbuja inmobiliaria se está convirtiendo en una amenaza implacable del crecimiento chino en la última década a la estabilidad social y no se ha logrado frenar el aumento inverosímil de precios. “Nunca me podré comprar una casa en Pequín” comenta Zhao Ning, ingeniero mecánico.
Para un profesional como él, dentro de las reglas sociales chinas, esto se convierte en una gran frustración. Por ello ha estudiado intensivamente español y está intentando obtener los permisos para viajar a España y trabajar un año para los socios de su tío, quien fabrica e importa bicicletas.
En abril, según cifras publicadas por el Gobierno chino, la inflación disminuyó ligeramente respecto a marzo, pero continúa muy por encima de las previsiones del gobierno. El IPC alcanzó un 5,3%, mientras que los precios de los alimentos incrementaron un 11,5%. En marzo la inflación resultó la más alta de los últimos 32 meses, en un 5,4%. El gobierno estipuló para este año una subida máxima del 4%, pero desde principios de año éste se ha superado cada mes.
Aunque la ligera disminución de la inflación no significa el fin de los problemas de la economía china, podría ser una pequeña y primera señal que los esfuerzos oficiales empiezan a surgir efecto. El gobierno estableció el año pasado un crecimiento moderado para China, de máximo 9,7% en el primer cuatrimestre, con el fin de controlar los precios y asegurar un crecimiento sostenible para el país. Los primeros indicadores de abril señalan que el crecimiento de las importaciones y de las manufacturas chinas se ralentizó, acción importante para reequilibrar la balanza comercial y enfriar una economía con exceso de líquido.
El Banco Central de China volvió a aumentar los requisitos de reserva obligatoria de los bancos, otro intento para contener la inflación galopante. La medida entrará en vigor el 18 de mayo y es el quinto aumento del año, llevando a un 21% la cuota de reserva que los grandes institutos de crédito necesariamente tendrán que depositar en el Banco Central.
Conscientes del sobrecalentamiento de su economía, las autoridades chinas anunciaron el pasado marzo, durante la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular, que el control de precios y la aplicación una política económica mas distributiva serían su máxima prioridad. La inflación es políticamente muy peligrosa para el Partido Comunista, pues si disminuye la riqueza de los ciudadanos, se desmonta la base de la legitimidad de su sistema.
Desde octubre el gobierno chino ordenó a la compañías mantener los precios bajos y no informar sobre éstos. Las órdenes de Pequín fueron especialmente severas para los fabricantes de fideos, licores y cosméticos, los productos más apreciados en China. Al punto que la semana pasada, Unilever fue multada por incumplir la regla. El gobierno la acusó de “difundir información en la prensa sobre los precios y disturbar el orden del mercado” y por ello deberá pagar 2 millones de yuanes, 308.000 dólares.
A pesar de los logros alcanzados hasta ahora, es temprano para cantar victoria. Se teme que las políticas intransigentes de control de precios de Pequín sin frenar demasiado el crecimiento podrían poner nerviosos a los sectores de las materias primas y la energía, entre otros.
Sin embargo el pueblo chino, base del desarrollo del país, comienza a lamentarse. A mediados de abril un alza gubernamental de precios de carburantes despertó las iras de los camioneros de Shanghai que los lanzó a huelga por tres días, disturbando el funcionamiento del puerto de la ciudad, uno de los mas importantes de Asia, hasta que lograron acordar una rebaja de los impuestos. Si el gobierno chino no asegura un crecimiento económico estable los conflictos sociales se podrían multiplicar.
Publicado en La Nación, Argentina