Durante la Cumbre del G20, realizada en Los Cabos, un fotógrafo captó al presidente chino recoger un objeto del suelo que se le había pegado en su zapato. Se trataba de una banderita china que, junto a las de los demás países participantes, adornaban el salón de actos e indicaban el puesto que cada presidente debía tomar para la fotografía oficial. Hu Jintao la recogió y la metió en su bolsillo para evitar que algún mandatario la pisara. ¿Qué esconde semejante símbolo?
Durante el siglo XX, China usó diversas banderas nacionales, desde la del dragón azul de la dinastía Qing, pasando por sol blanco de la República hasta llegar a su composición actual. El color rojo de la bandera alude la sangre derramada por los mártires revolucionarios. Tiene cinco estrellas amarillas, color de un futuro brillante y próspero. La estrella más grande representa al Partido Comunista de China. Las cuatro estrellas pequeñas simbolizan a las clases trabajadora, campesina, urbana y la burguesía nacional, y las cuatro tienen como eje a la estrella mayor. Desde 1997, el gobierno prohibió que las ciudades y las provincias chinas tengan banderas propias, excepto Hong Kong y Macao, cuyas banderas deben ser de menor tamaño que la nacional.
Desde pequeños, los chinos son bombardeados con propaganda en todos los frentes de sus vidas. Cada lunes se llevan acabo honores a la bandera en las escuelas. Una vez al mes, deben rendirse honores a la bandera del Partido Comunista de China, a la del Comité de la Liga Comunista Juvenil y a la de los Jóvenes Pioneros. Es un gran honor para la familia que el hijo o hija sea elegido para ingresar a los Jóvenes Pioneros, ya que son los propios alumnos los que nominan a los dos alumnos más destacados de la generación. El ingreso augura una carrera exitosa en el Partido, que, a su vez, augura prosperidad económica, estabilidad y distinción.
En las bardas de las calles, en las estaciones de autobús, hasta en los baños públicos es fácil encontrar eslóganes con retórica revolucionaria que instan al pueblo a la “armonía” y a la “civilización”. Desde principios de este año, la capital china lleva una campaña para impulsar cuatro conceptos: el amor a la patria, la inclusión, la virtud y la innovación. Es común escuchar en los vagones del metro canciones de ópera sobre la valentía del ejército, la belleza de la patria o la alegría que conlleva celebrar una fiesta nacional. Semejantes muestras de nacionalismo serían impensables en muchos países europeos.
Salvo contadas excepciones, series de televisión de otros países no figuran en la programación china, así que los únicos héroes son los que el gobierno provee, como el camarada Lei Feng o la Hermana Jiang. Lei Feng fue un joven soldado del Ejercito Popular de Liberación caracterizado por sus actos de sacrificio, modestia y devoción a Mao, y es conmemorado cada 5 de marzo. La Hermana Jiang (Zhuyun) apoyó a los primeros integrantes del Partido Comunista, hasta ser capturada y martirizada por las fuerzas nacionalistas. Estas construcciones políticas son los modelos que los pequeños deben imitar. Es “patriota” aquel que hace sus deberes escolares, como el joven que se casa antes de los treinta años, el astronauta en el espacio o el mártir revolucionario que muere acribillado melodramáticamente en la televisión. A todo evento social en China se le ha inoculado una connotación política.
La televisión, la radio y la prensa ―en su mayoría propiedad del Estado― promueven una serie de términos discursivos cada vez más ambiguos. Los líderes defienden la cultura socialista, la economía socialista, la democracia socialista, la construcción socialista, y así en lo sucesivo. Estos adjetivos se han vuelto sellos con los que marcan desde una danza “con características chinas”, un internet “con características chinas”, hasta un modelo económico “con características chinas”. ¿Qué son estas características chinas? Detrás de este concepto no hay una teoría definida y muchas veces se acomoda a las circunstancias. Y a pesar de esta ausencia de información, cuando medios occidentales intentan explicarlas, se les achaca propagar concepciones falsas, bajo el argumento de que un occidental no puede entender estas “características chinas” puesto que ni es chino ni entiende todo lo que abarca China.
Los símbolos que llevaron al Partido Comunista a consolidarse en el poder continúan siendo recalentados y restirados para intentar abarcar los aspectos de la compleja vida contemporánea. Estos mitos artificiales han cobrado tanta importancia que el Partido teme que se salgan de control. Un ejemplo la plaza Tiananmen, símbolo que se ha erigido como el gran bastión del Partido, lo que la hace probablemente la plaza con más policías encubiertos en el mundo.
El caso más extremo de mitos salidos de control es el escándalo de Bo Xilai, quien revivió danzas, canciones, representaciones dramáticas y movilizaciones populares de corte maoísta para impulsar a su facción conservadora dentro del Partido. Así logró seducir no sólo a las viejas generaciones, que guardan los surcos de la Revolución Cultural, arados muchas veces a base de terror, sino a los jóvenes que hoy distan mucho de los valores comunistas. Su pasión fue tan roja que luego, cuando se revelaron acciones extremas realizadas bajo su mando en Chongqing, fue un golpe bajo a los valores comunistas del Partido.
Los más grandes proyectos científicos, deportivos y culturales en China suelen derivar de programas gubernamentales, que luego solicitan a los beneficiarios posar con la bandera china. Y de esta manera, reafirmar que sus logros son los frutos de la visión del Partido.
Hoy en día, se ven banderas chinas en universidades estadounidenses y europeas, en el fondo del mar, y muy pronto, si todo sale como se espera, también en la luna. Y este símbolo es el recuerdo constante de lo importante que es su nación y la grandeza que ésta tiene. Los símbolos acompañan a los chinos en todo momento, y de esta manera, los eventos importantes de sus vidas quedan enlazados a ellos. No extraña que estos símbolos les sean tan entrañables y los lleven consigo a donde quiera que vayan. Y que más aún, los protejan y los respeten. La fotografía de Hu Jintao generó en la mayoría de cibernautas chinos sentimientos de orgullo patriótico, y les recordó que China, hasta en sus símbolos que parecen vanos para muchos, se debe respetar.
Jorge A. Ríos se licenció en Derecho en Monterrey, México. Se ha dedicado al periodismo y a proyectos culturales en Beijing desde 2009.
[Foto cortesía de Trent Strohm]Si les interesa leer otros artículos de Jorge Ríos:
China para dummies: El laberíntico mundo de los visados chinos
China y Rusia ante el dilema sirio