El presidente Xi Jinping se refirió a la necesidad de mantener un férreo control sobre las personas que pertenecen a una religión, una cantidad mayor de la que hasta recientemente se pensaba, durante un congreso partidario en abril.
Para muchos, la República Popular China es sinónimo de secularidad e incluso de ateísmo. Desde la revolución comunista de 1949 el Estado adoptó una postura de completa separación con las religiones históricas de la zona y e incluso durante mucho tiempo encaró políticas represivas para erradicar las prácticas religiosas de la cultura popular china. Al mismo, también existe una larga tradición humanista desde las enseñanzas del filósofo Confucio.
En consecuencia, el país ostentaría una de las mayores proporciones de población (90%) que declara no pertenecer a ninguna religión del mundo, según un estudio de Gallup de 2012.
Pero la situación podría estar cambiando, y frente a esto los líderes chinos ratificaron su intención de mantener un férreo control sobre las religiones. "Los grupos religiosos deben adherir al liderazgo del Partido Comunista de China", dijo el presidente chino, Xi Jinping, durante un evento del Partido en abril en el que también pidió a sus miembros que sean "inquebrantables ateos marxistas", y se guarden “de las influencias extranjeras que llegan por medio de la religión".
El anuncio no es arbitrario. La Universidad Normal del Este de China, una institución fundada en 1951 en Shanghái, calculó que el número de religiosos china era el triple de lo que hasta entonces se estimaba, a contramano con las estadísticas de Gallup. Según el estudio, un 31,4% de la población se declara religiosa, el equivalente a unos 400 millones de personas.
Las principales denominaciones de los fieles chinos son el Budismo, el Taoísmo, el Islam y el Cristianismo, religiones aceptadas oficialmente por el Estado y que el Partido Comunista busca “guiar” introduciendo conceptos marxistas en sus prácticas.
Pero cualquier otra forma de culto, incluso variaciones locales de las aceptadas tales como el budismo tibetano, no gozan de la protección estatal y son normalmente reprimidas.
El aparente renacimiento del fervor religioso en China fue encarado, especialmente desde la llegada de Xi Jinping a la presidencia del partido, en 2012, y del país, en 2013, con una línea más dura contra las asociaciones y grupos oficialmente reconocidos.
En la región de Zhejiang, en el este del país, hubo disturbios en 2015 cuando Pekín ordenó retirar cruces y otros símbolos cristianos de los templos en la zona, e incluso un pastor cristiano, Bao Guohua, fue condenando a 14 años de prisión por oponerse.
En tanto en Xingjiang, en el oeste, la fuerte identidad islámica de la minoría uigur lleva ya décadas de relaciones violentas, extremismo y represión estatal, especialmente potenciadas desde el surgimiento del grupo Estado Islámico en Siria e Irak, que cuenta en sus filas con un número limitado de jihadistas de origen chino.
Atrás quedó, sin embargo, la fallida y trágica iniciativa de la Revolución Cultural entre 1966 y 1976, cuando el Estado chino buscó activamente extirpar el fervor religioso y silenciar a las organizaciones y asociaciones dedicadas al culto. Desde entonces Pekín optó por controlar las religiones oficiales y guiarlas, pero las relaciones entre el Partido Comunista y los fieles en China sigue siendo una fuente de tensión.
[Crédito foto: Independent] También puedes leer:– La ciudad china que deja los templos sin cruz