En los límites del imperio: ¿Es segura la industria alimentaria de Taiwán?

In by Andrea Pira

La industria alimentaria de Taiwán está pasando por una de las peores crisis de credibilidad de su historia. En los últimos dos años, se han producido escándalos de adulteración de alimentos o fraude a un ritmo ciertamente preocupante.

Este último mes ha sido especialmente calamitoso, con varias empresas en el ojo del huracán. La primera fue Top Pot Bakery, una franquicia de panaderías que se jactaba de utilizar únicamente productos naturales en la elaboración de sus panes, fue obligada a reconocer que de hecho utilizaba productos refinados y a retirar su publicidad engañosa. Curiosamente, las colas para comprar su pan siguen produciéndose a pesar del escándalo.

Pero aún más grave ha sido la adulteración con aceite de semillas de algodón que al menos dos empresas taiwaneses han llevado a cabo para ahorrar costes de producción de sus supuestos aceites, salsas y vinagres orgánicos. El refinamiento de aceite de semillas de algodón puede generar crisopol, una sustancia potencialmente tóxica. Las empresas Tatung Oil y Flavor Full Foods reconocieron haber utilizado este aceite pero aseguraron que los productos no fueron vendidos en Taiwan, sino dedicados a la exportación.

El gobierno no parece ir más allá de la admonición moral y la amenaza de multas astronómicas a aquellos empresarios que adulteren productos o no cumplan los estándares de seguridad y calidad. Muy probablemente, ante la ola de escándalos de este tipo que vive la isla debiera replantearse todo el sistema de inspección alimentaria, pero de momento no ha habido propuestas en este sentido.

En un país que se jacta de su cultura gastronómica, con algunos de los mejores lugares del mundo para comer snacks, en el que una parte importante de los noticiarios televisivos están ocupados con reportajes sobre restaurantes o puestos de comida, resulta cuando menos extraño (o quizás no tanto) que haya tantos casos de adulteración de alimentos o denuncias sobre la higiene de algunos establecimientos.

Pero no se vayan a pensar. Hubo un tiempo en que las cucarachas y las ratas campaban a sus anchas por la ciudad, hasta que el gobierno local cambió radicalmente el sistema de recogida de basuras. Retiró los contenedores fijos a pie de calle y obligó a todos los ciudadanos a reciclar y tirar la basura a una hora concreta, que es a la que pasa el camión por el barrio, con esa música que ya es parte de los sonidos típicos de Taipei. La población de ratas se redujo notablemente, y también la de cucarachas, aunque cada verano, por efecto del clima tropical, aún ruge la marabunta.

Toda vez que la sangre aún no ha llegado al río, quizás fuese recomendable que el presidente Ma Ying-jeou mostrase el mismo entusiasmo en la persecución de estos criminales alimentarios que en fomentar el footing entre la ciudadanía. Para poder decir aquello de “sano por dentro y por fuera”.

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