A pesar de que las televisiones taiwanesas no dejan de bombardearnos con información sobre la disputa con Filipinas, esta semana me niego a seguir hablando del asunto, pues ya poco hay que decir y hacer excepto esperar a los veredictos de los juzgados de Pingtung y Manila. Y mientras esperamos, podemos atender a otras cuestiones que no por ser menos vistosas son menos importantes.
La semana pasada conocíamos los datos de previsión del PIB para este año tras la revisión que había hecho el Instituto de Investigación Económica de Taiwán. Si a principios de año se preveía un crecimiento de más del 3.5%, los datos del primer trimestre echaban por tierra las previsiones del gobierno, así que la última evaluación rebajaba prudentemente las expectativas de crecimiento hasta el 2.4%. Un varapalo para el gobierno, que no levanta cabeza en los índices de popularidad desde que la crisis de deuda europea comenzase a castigar las exportaciones taiwanesas en 2010.
No obstante, las cifras del paro vienen a consolar el cuadro general de estancamiento. El desempleo sigue reduciéndose, pero eso sí, a paso de burra y gracias al sector servicios y la construcción. La progresiva liberalización de la economía y la promoción turística (sobre todo gracias a los miles de chinos que visitan cada semana Taiwán) están haciendo crecer el sector servicios a pasos acelerados. Este era uno de los efectos deseados por el gobierno, que quiere evitar la excesiva dependencia que Taiwán tiene de las exportaciones. Aún así, llevará bastante tiempo revertir una tendencia económica y un sistema educativo orientado a la industria de exportación desde los años 70. Los ajustes que requieren este cambio de dirección no serán indoloros. Todo el mundo sabe lo que duele una buena inyección de penicilina en el trasero.
Por su parte, el sector de la construcción sigue imparable y absorbiendo trabajadores. El problema es que ya se sabe a dónde lleva esto. Estadounidenses, japoneses y españoles han sufrido el efecto burbuja inmobiliaria, y la purga por semejante borrachera es endemoniadamente larga y tortuosa (excepto en el caso gringo por razones que no vienen al caso). Los temores de que un aluvión de chinos llegue a invertir en el mercado inmobiliario taiwanés creando una inercia imparable tipo Hong Kong, no son del todo infundados. La degradación de la calidad de vida es una posibilidad muy real.
Mientras los posibles cambios en la economía taiwanesa toman cuerpo muy lentamente, el gobierno reza para que la economía mundial recupere su pulso en la segunda mitad del año para que las exportaciones taiwanesas consigan salvar este 2013 que empezó con buenas expectativas pero que no acaba de arrancar del todo. Para más inri, Taiwán perdió 4 puestos en la lista de los países más competitivos del mundo, bajando hasta la 11ª posición. Tras conocer esta noticia y la rebaja de las previsiones de crecimiento, el primer ministro Jiang Yi-hua anunció un nuevo paquete de medidas para estimular la economía, que en realidad en poco difieren de las de su predecesor en el cargo: facilidades a la repatriación de capitales, estímulo de la inversión interna y el consumo privado, facilidades a la inmigración laboral de alta cualificación, promoción del turismo y la industria cultural, etc. No obstante, el gobierno sigue negándose a elevar el salario mínimo interprofesional como medio para aumentar la demanda interna. El ministro de Economía, Chang Chia-juch, teme que esto pueda aumentar aún más la inflación y que los precios, que ya de por sí están altos, se disparen de manera incontrolada.
Estos son algunos de los problemas a los que se enfrenta la economía taiwanesa. Mientras tanto, y aportando mi granito de arena, sólo les puedo recomendar que visiten Taiwán. Una de las islas más bonitas que puedan encontrar en el ancho mar. No en vano, cuando una pequeña avanzada española se estableció aquí en 1626, reconoció hallarse verdaderamente ante una Isla Hermosa.
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