El sentido (Parte 2)

In by Andrea Pira

Esta es la segunda parte de El sentido, un relato de nuestro colaborador Arturo Alvarado Hidalgo. No te preocupes si te perdiste de la primera entrega. Haz click aquí para leerla y no descuidar ni el más mínimo detalle de este divertido cuento.
Cuando iba en el taxi hacia el hospital el dolor no atenuaba, se erguía con cada curva, con cada frenazo y con los pitos de los millones de carros. En China los carros pitan por cualquier cosa, de donde vengo, se pita por desesperación en una presa, se pita antes de estrellarse o los vulgares lo hacen para llamar la atención de las damas; pero la verdad es que tratamos de no pitar…al menos nos gustaría ser una sociedad que pita poco. En Beijing es diferente, los autos dialogan constantemente con sus ladridos agudos, se comunican todo el tiempo toscamente y sin razón aparente, los carros son un avatar en todo el mundo pero en China son un avatar extrovertido y de voz estridente. Era primavera y los olores pekineses se colaban por las ventanas entreabiertas. El taxi navegaba por los anillos de la ciudad. La verdad aún después de vivir varios años ahí seguía sin entender el sistema de anillos de las autopistas en Beijing, a veces pienso que los taxistas se ponen a girar pasando varias veces por el mismo lugar solo para cobrarme más, admito que para mi toda la ciudad se ve igual y todos los edificios son los mismos; al final todo conductor se cansará de girar y me entregará a mi destino.

El hospital que visité era “americano”, son caros pero en los hospitales chinos me dan estas medicinas que saben a tierra; y yo andaba buscando ciencia sintética, bien positivista y lo que es más importante, prescindir del diccionario cuando la cosa se pone técnica. El doctor que me atendió en emergencias era chino y joven, parecía haber estudiado en occidente por su inglés fluido. Me hizo las preguntas de rutina y me envió al laboratorio donde me punzaron el dedo. Me pasé una hora entera sentado en el inodoro mientras salían los resultados del examen, éste baño sí era a la usanza cristiana, de esos en los que uno cierra la puerta, se sienta y sufre en soledad.

Cuando estuvieron los resultados listos el doctor me hizo llamar, me explicó que era una infección bacteriana y que por mi estado de deshidratación recomendaba que me internara unos días para recibir tratamiento y observación adecuada; esto, obviamente a cambio un monto de dinero confiscatorio. Le dije que era muy caro, y le pregunté por otra opción más económica. El doctor coincidió conmigo en que lo más probable es que hace un siglo la calentura me hubiera freído el cerebro, y la diarrea me hubiera hecho cagar hasta el aura; pero en este “fin de la historia” vivimos lo que vivimos gracias al antibiótico. Así que me propuso que me quedara unas horas para que me hidrataran con suero y me trataran con una buena dosis de antibiótico intravenoso.

Como no estaba internado me llevaron a un cuarto con cuatro camillas, solo una estaba ocupada por un hombre de unos cuarenta y tantos y yo no sabía si dormía o moría. Yo me seguía sintiendo terriblemente, pero apenas me abrieron la vía del suero en el brazo me tomé un par de selfies; las de hospital son bien preciadas en las redes sociales. ¡Cómo traté de dormir! Pero yo soy de los que duermen boca abajo y, mi brazo inmovilizado era un lastre que me mantenía en vigilia. A veces me pregunto cuál es el efecto de estar acostado intentando dormir, ¿será que estar en posición de reposo es similar a estar dormido en cuanto a beneficios? O por el contrario, ¿el esfuerzo por conciliar el sueño lo deja a uno más cansado? Rumiaba sobre esto cuando la voz de al lado me recordó en donde estaba.

-Ey, es de día o de noche?
-Son las 2 de la tarde- le respondí
-No es que importe aquí adentro, en los hospitales siempre es de día. Su voz era tan calma y llena de resignación que me resultaba escalofriante.
-Sí… – Dijo como pensando en voz alta.

Qué mala suerte! El señor quería conversar y yo no me sentía en condiciones de fingir interés.

-¿Qué le pasó?- Preguntó
-Estoy enfermo del estómago.
-Los extranjeros se enferman por cualquier cosa- me dijo.

No me pareció que tuviera ánimo de ofender, creo que solamente carecía del importante lubricante para las relaciones humanas que es la autocensura. Me preguntó a qué me dedicaba, le respondí que estudiaba Cine. Él me dijo que había sido publicista por muchos años.

-Se parecen ambas profesiones
-No me parece- le dije
-Sí, las dos venden mentiras
-Vender ficción no es lo mismo que vender mentiras.

No me volvió a ver, ignoró mi argumento y siguió hablando.

-Es la mentira del deseo. Antes, yo me andaba por el mundo rebosante en deseo, lo quería todo, y lo quería muy intensamente, pero ahora se que todo es mentira; esas emociones en las películas, son reflejos de una vida que no existe, es un juego, y cuando usted sabe que es solo un juego, el juego se vuelve aburrido. Deja de ser importante, ya nada es importante y nada tapa el vacío.
-Siguen habiendo cosas serias, hay cosas que son un juego y otras que no.
-No, antes los seres humanos nos pasábamos todo el día persiguiendo comida; cazando, buscando, hasta matando por alimento. Hoy en día la mayoría no tenemos mayor problema en conseguir qué comer por eso nos inventamos el dinero, así podemos dedicarnos todo el día a perseguirlo.
– Pero claramente el alimento sigue siendo más importante que el dinero; sin comer no sobrevivimos. -Le argumenté.
-No se, yo no he escuchado de alguien que se suicide porque no tiene que comer, pero sí de los que lo hacen porque perdieron su dinero. Son ilusiones que nos mantienen entretenidos, que nos llevan a pensar que hay algo fundamental detrás de todo, pero son corazas vacías, como una botella en el mar que no lleva carta. Los humanos somos los únicos que tenemos la capacidad de ver que la vida carece de significado por sí misma, por eso nos inventamos conflictos solo para poder seguirnos moviendo.
-¿Qué sentido tiene entonces? ¿Para qué nos movemos?
-No tiene. Yo creo que los perezosos son los que se acuerdan con frecuencia de que no hay sentido.

La diarrea me volvió a atacar con un golpe bajo de los que cortan la respiración, esta vez el dolor de estómago fue más fuerte, llamé a la enfermera con el timbre que estaba a mi izquierda. Entró caminando con una calma que para nada entonaba con la prisa que me invadía. Le expliqué que tenía que ir al baño y le pedí que me desconectara de la bolsa de suero para poder ir a aliviar mi urgencia. Me dijo que no era necesario, que para eso el kit tenía rueditas, así que crucé el pasillo pegado a ese atril metálico como si fuera con la cruz hacia el calvario y la enfermera fuera mi Simón de Cirene.

Al regresar al cuarto mi roommate se había quedado dormido, y por dicha no se despertó más mientras estuve ahí. Seguí en el hospital una hora más esperando a que mi vena se emborrachara con el medicamento. Cuando me quitaron la vía me apreste a salir del hospital sintiéndome igual de mal que cuando había llegado, pero cargando una buena provisión de antibióticos en mi bolsillo y una cuenta de mil dólares en mi tarjeta de crédito. Al despedirme del doctor le pregunté por el padecimiento del hombre del cuarto, me dijo que no tenía nada grave, que tenía dolor de estómago al igual que yo.

Salí a la calle y la ciudad seguía igual de caótica solo que ahora sin taxis vacíos, caminé una hora, menos en realidad, si descontamos la parada de emergencia que tuve que hacer en el baño de un KFC. Ya montado en un taxi cerré los ojos, y le pedí al conductor que cerrara las ventanas. Ya llevaba la medicina, solo era cuestión de paciencia y en un par de días estaría curado. Con las ventanas cerradas el sonido de los carros era distante, y el caos de la jungla se alejaba cada vez más mientras caía en un sueño profundo. Ahora los pitos de los autos eran diferentes; tenían otro significado, me mostraban como me iba alejando de todo. Pensé en lo lejos que estaba de mi casa, no de mi apartamento, sino de mi verdadera casa al otro lado del océano, temí no volver a estar ahí, temí estar muriendo, pero solo dormía.

Durante los siguientes dos días me la pasé mucho tiempo en cama y me fui poniendo cada vez mejor, medité acerca del sentido de las cosas, pensé en el Propósito. ¿Es posible encontrarle un Sentido al mundo? Ahora creo que el mundo no tiene un Sentido, tiene muchos. Yo cuento historias y así los voy creando.

[Crédito foto: The Beijinger]

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