Hace falta un nuevo G7, que reúna a poderes más representativos del orden mundial en el siglo XXI. Imaginemos, por ejemplo, un G7 que integre a Estados Unidos, China, Turquía, Japón, India, Rusia, y a un miembro de la Unión Europea que cambiaría cada dos años, o idealmente, a alguien que pueda representar a la UE en su conjunto. "Si hubiéramos perdido, habríamos sido llevados ante un tribunal internacional por crímenes de guerra", dijo Curtis LeMay, el general encargado de la campaña de bombardeos en Japón, poco después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial. No lo decía sólo por las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki, en las que murieron 140.000 y 80.000 personas, respectivamente. También por el bombardeo a Tokio cinco meses antes, en el que hubo al menos 100.000 víctimas, y por todos los otros bombardeos sumados, de los cuales los ataques nucleares fueron tan sólo los últimos, en una estrategia que duró más de un año y que consistía en arrasar toda ciudad japonesa que tuviera más de 50.000 habitantes. El resultado de esta campaña fueron 2 millones de personas muertas, en su gran mayoría civiles.
La estrategia, por demás, pudo haber sido inútil. Hay historiadores, como Tsuyoshi Hasegawa, de la Universidad de California, que argumentan que Japón no se rindió a causa de la destrucción de sus ciudades, sino por la inminencia de la entrada de tropas soviéticas a territorio japonés. De no haberse rendido a los Estados Unidos y someterse a la órbita del poder americano durante la Guerra Fría, Japón podría tener hoy su propio "Paralelo 38".
Esta historia y su controversia vuelven a cobrar relevancia con la visita de John Kerry, secretario de Estado de Estados Unidos, a la carcaza del edificio sobre el que fue detonada la bomba atómica, para dejar un ramo de flores, junto con los otros seis ministros de Relaciones Exteriores del G7, en el marco de los preparativos para la reunión de líderes este año en Japón.
Kerry ha sido criticado por no presentar disculpas en nombre de Estados Unidos, un gesto que en época electoral habría sido miel simbólica para los Republicanos, y que además contradice una narrativa muy importante para la memoria histórica oficial estadounidense (que es además el fundamento moral de la relación entre Estados Unidos y Japón durante la posguerra): las bombas atómicas fueron una terapia de choque para salvar a los propios japoneses de la psicopatía de sus generales y de su emperador.
El acto fundacional de la benevolencia americana hacia Japón fue la acción de guerra más mortífera en la historia de la humanidad.
Esa no es la única ironía que envuelve a este evento.
Los líderes que en Hiroshima están haciendo un llamado por librar al mundo de la amenaza atómica no son los representantes de las naciones más adecuadas para enfrentar este desafío.
Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Japón e Italia, podrán concertar posiciones para ejercer presión conjunta, pero las soluciones no se darán con una discusión entre ellos, sino con los países que inevitablemente tendrán que participar de implementar las soluciones: China y Rusia, por no incluir también a India y Turquía.
Imaginemos, por ejemplo, un G7 que integre a Estados Unidos, China, Turquía, Japón, India, Rusia, y a un miembro de la Unión Europea que cambiaría cada dos años, o idealmente, a alguien que pueda representar a la UE en su conjunto. Para los temas que se pretenden discutir este año, es decir los reclamos de China en el mar Meridional, las guerras de Ucrania y Siria, el terrorismo transnacional y la amenaza nuclear que supone Corea del Norte, las discusiones en un grupo compuesto por estos actores serían mucho más relevantes, si bien mucho más difíciles.
Lo mismo puede decirse de los desafíos económicos, cuya discusión fue el propósito original de la creación del G7. Si a mediados de 1980 los países del G7 representaban más del 70% del PIB mundial, hoy esa cifra es menor a 50%.
El mundo está en mora de crear instituciones más dinámicas y representativas, que permitan acercar las posiciones enfrentadas y den cuenta de los cambios que la economía mundial ha tenido durante el último medio siglo. La ausencia de ellas ha fomentado dos problemas. El primero es una idea de aislamiento por parte de potencias como Rusia y China, que consideran que occidente perpetúa una lógica de Guerra Fría en sus "clubes de naciones avanzadas".
El segundo es agravar una falsa idea de consenso por un exceso de conversación entre iguales. Algunos de los grandes problemas de seguridad que enfrenta el Medio Oriente se han dado porque países del G7 proceden con acciones bélicas sin obtener suficiente apoyo de otros miembros. Es el caso de Libia, donde los países del G7 tuvieron que destruir el arsenal que ellos mismos le vendieron a Gaddafi.
[Crédito Foto: Discred.ru]
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