Desde el Far West Chino: el drama del registro de la policía

In by Andrea Pira

Cada unidad residencial china cuenta por lo menos con un baoan, ‘guardia comunitario’. Durante el mes de abril, me tocó lidiar con algunos de estos guardias, uno de los cuales me quitó mi pasaporte y extorsionó por yo no contar con el comprobante del registro de la policía.
Para bajar los índices de desempleo, las ciudades chinas suelen contratar a jóvenes del campo para ocupar casetas de seguridad en las zonas residenciales. Las labores de estos guardias son un misterio, ya que la mayoría del tiempo se les ve dormidos. La combinación chamarra policial con bajo nivel de escolaridad los vuelve autoritarios. En ciudades como Urumqi, más que vigilar a la gente de afuera, estos guardias vigilan a la gente que vive adentro de los edificios.

El registro de la policía es un trámite que todo extranjero debe hacer en la comisaría más cercana al lugar en donde resida, dentro de las veinticuatro horas siguientes a su llegada. Los requisitos para obtenerlo varían en cada comisaría. Muchas veces, la falta de capacitación de los policías hace imposible obtener el papel ya que temen equivocarse, por lo que deciden no arriesgarse. Es entonces cuando dicen que falta algún papel. Negar el registro es también una manera extraoficial de deshacerse de extranjeros en lugares que el Gobierno considera sensibles.

La ley china supuestamente prevé una multa de 500 yuanes (80 dólares) por cada día que un extranjero pase sin hacer el registro. Sin embargo, la ley no precisa a partir de cuándo exactamente comienza el plazo, lo que la hace difícil de aplicar. La imposición de esta multa está, pues, sujeta al criterio particular del oficial. Entre los extranjeros en China circulan muchas historias respecto a este tipo de multas que dependen muchas veces del guardia que te toque.

Domingo 7 de abril 
Tomo un vuelo nocturno de Beijing a Urumqi. Vuelvo después de mes y medio, tiempo que pasé en México, en donde saqué un visado nuevo. Aterrizo en Urumqi después de la medianoche. Decido tomar un bus a la ciudad, mismo que no arranca sino hasta que se ocupa cada asiento, una hora después. En el centro de la ciudad, tomo un taxi a mi casa. Son casi las tres de la mañana.

Lunes 8 de abril
Desempacar y desempolvar. Llamo a algunas amistades para avisarles que estoy de vuelta.

Martes 9 de abril
Decido salir a correr. Durante el invierno, solía dar unas cuantas vueltas dentro del complejo residencial, que viene a ser como una privada con ocho edificios de hasta seis pisos. Esta vez, al dar la primera vuelta, noto una nueva caseta de policía comunitaria a unos cien metros de mi edificio. Afuera, un uigur fuma un cigarro. Viste jeans y una chamarra policial. Me mira fijamente al pasar.

Hago una segunda vuelta. Él todavía sigue ahí, fumando.

Al pasar por tercera vez frente a él, me detiene y me habla en uigur. Le respondo que no entiendo, deduce que soy extranjero y me pide mi pasaporte. Le digo que no lo cargo conmigo. Me pregunta que dónde estoy viviendo. Mentir me parece ridículo, así que le digo que en el edificio del fondo. Me ordena que vaya por él. Su manera cortada y desentonada de hablar mandarín sugiere que no fue mucho a la escuela.

Vuelvo y le entrego mi pasaporte. Me solicita que lo acompañe a la caseta, la cual resulta ser bastante grande: una gran sala y tres oficinas privadas. En la gran sala hay computadoras viejas y las luces no están prendidas. Dentro, unas cinco chicas uigures, vestidas en ropa casual, conversan como si estuvieran en una plaza. Entramos a una oficina privada. Me pide que le muestre mi registro de la policía y le digo que no lo tengo. Pregunta que por qué no lo tengo. “Porque acabo de llegar ayer”. “Muéstrame tu boleto”. De inmediato, saco mi boleto de avión, que casualmente tengo en mi chamarra.

“El boleto dice 7:00 PM del domingo”. Le trato de explicar en mandarín que esa es la hora sugerida para comenzar a abordar, que realmente llegué hasta el lunes, pero es inútil ya que este hombre nunca ha volado en su vida. Luego enciende un cigarro y me da un discurso sobre que los extranjeros deben registrarse dentro de las veinticuatro horas siguientes a mi llegada (cuando él me encontró habían pasado 27 horas). Le respondo que sólo llegué ayer a Urumqi, y unos días antes, a China. Me dice que no mienta. Le señalo el sello de entrada a Beijing de días atrás y le digo que no estoy mintiendo. Se levanta y dice que va a pensar qué hacer conmigo, y añade que dos policías me acompañarán a mi cuarto para inspeccionarlo. En la sala, dos chicas se ponen de pie, sonríen y cuchichean entre ellas. El hombre se sube a una camioneta y se va. Se ha llevado mi pasaporte, sin realmente estar facultado para hacerlo.

Camino escoltado por estas dos chicas, que no han de tener más de veinte años. Ya en mi apartamento, el ruido despierta a Zhou Hui, mi compañera de piso, que sale de su recámara en pijama. Las policías la empiezan a interrogar toscamente sobre quién soy yo y qué hago. Después se van y me dicen que volverán hoy por la noche. Les pregunto por mi pasaporte pero no me saben responder.

Los espero hasta tarde. Nadie viene.

Miércoles 10 de abril
Voy a la caseta. El hombre —llamado Adili— me empieza a gritar y me dice que los extranjeros no pueden alquilar una habitación en este complejo residencial. Le pregunto que por qué pero me dice que simplemente no se puede. Se queja de que hay “muchas irregularidades” en nuestro apartamento. Me dice que vuelva más tarde con mis dos compañeros de piso, ya que quiere hablar con ellos. Dice que se quedará con mi pasaporte para que “no huya”. ¿Huir de qué?

Esa noche, hablo con mis compañeros de piso y deciden cooperar. Mencionan que todo parece ser un error fácil de resolver. Sospechan que lo que quiere el hombre es un “hongbao” (‘sobre rojo’, dinero).

Jueves 11 de abril
Para calmar mis nervios, decido ignorar el asunto por lo menos por un día, y salir a ver a viejos amigos, que no los he visto en casi dos meses. Les cuento a algunos de ellos lo que me está pasando y me ofrecen su ayuda.

Por la noche, al comprar un garrafón de agua, me topo con una de las chicas que inspeccionó mi habitación. Me llevo la sorpresa de que ella no sabe nada sobre mi caso. Adili no ha reportado nada a nadie.

Viernes 12 de abril
Sigo sin pasaporte. Es imposible ignorar ese detalle, y es igual de imposible pensar en otra cosa. Voy a la caseta pero Adili no está. Me dicen que vuelva después de la comida, y con un amigo que traduzca.

Vuelvo a la caseta. Me acompañan Zhou Hui, mi compañera de piso, y una amiga suya, Xiaoning, aunque ellas no hablan ni gota de inglés.

Adili está sentado, fumando. Me dice que lo procedente es multarme. Después enciende una computadora viejísima que tarda diez minutos en encender. Mientras tanto, Zhou Hui y Xiaoning intentan disuadirlo, en vano. Adili se sienta frente a la computadora y empieza a levantar el reporte policial. Usa sus dedos índices para teclear. Comete muchos errores. Me pide mi dirección en México en caracteres chinos, lo cual es algo totalmente ridículo. Me pregunta que a qué minoría étnica pertenezco. Teclea tan lento que Xiaoning se ofrece a teclear por él, si no, nos dará la noche.

Adili enciende otro cigarro y dicta un interrogatorio en el que él supuestamente me pregunta si hablo mandarín, pregunta que él mismo responde a mi nombre escribiendo “sí”. Después hace una relación de los hechos en la que escribe que llegué el domingo (falso) y que fui encontrado por él mientras yo “corría por la calle”. En seguida, me dice que debo de pagarle una multa de 500 yuanes (unos 80 dólares). Le pregunto que, si se los pagara, me entregaría el registro de la policía, y me dice que sí. Firmo el reporte escribiendo cualquier tontería en español. Adili me pide que estampe mi huella del dedo índice. Después me dice que debo evacuar el apartamento inmediatamente.

Zhou Hui protesta (significaría que tendría ella que pagar más alquiler). Yo la interrumpo y le pregunto a Adili que si yo desapareciese este fin de semana, me regresaría mis 500 yuanes. Adili dice que sí. Le indico que me iré a vivir a un hotel y que necesito mi pasaporte para ser admitido. Después de pensarlo un rato, finalmente me lo entrega.

Sábado 13 de abril
Tomo todas mis cosas y me mudo a casa de una amiga estadounidense, en la misma calle, a unas cuatro cuadras. Lo hago de noche, para que mis maletas no levanten suspicacias al pasar frente a los guardias de barrio que pudiesen estar por la calle Tuanjie.

Domingo 14 de abril
Nada ocurre en este día, afortunadamente.

Lunes 15 de abril
Vuelvo a la caseta. Le digo a Adili que me he mudado, que he cumplido con mi parte del trato, que le corresponde devolverme el dinero. Para estas alturas, sospecho que él no va a expedirme el registro de la policía, simplemente porque no está facultado. Él es un guardia de edificio, lo más bajo en la jerarquía policial. En pocas palabras, él no puede resolver nada realmente.

Adili abre un cajón en el que están los quinientos yuanes y el reporte policial —no registrado, por lo que es como si no existiera—. Me dice que no me devolverá el dinero. Que si quiero un recibo por el pago de la multa, que regrese al siguiente día. Me ha estado diciendo que regrese al siguiente día, día tras días. Le vuelvo a preguntar que si me devolverá el dinero o no, y él dice que no. Le pregunto que si ahora me dará el registro, y me dice que no. Entonces, me levanto de mi asiento y decido no volver a este lugar ni perder más tiempo con este tipo.

Tengo mi pasaporte, pero sigo sin el papel de registro de la policía, por lo que mi situación sigue siendo la misma o peor.

Seguramente, al día de hoy, ese reporte policial sigue ahí en su cajón. Son los quinientos yuanes los que ya no han de seguir ahí.

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