Los uigures despertaron en pleno siglo XXI bajo la jurisdicción de Beijing. Análisis de ADN arrojan pistas sobre su ascendencia, lo cual les ha dado pie a no sólo a entenderse a sí mismos sino a reclamar una herencia riquísima: la Cuenca del Tarim en la actual provincia de Xinjiang. El Centro de Asia ha sido tierra de todos y de nadie durante milenios. Algunas tribus se han mezclado; otras se han rechazado hasta con violencia. ¿Pertenece a quien llegó primero?
[Escribo desde San Antonio, Texas, lugar de herencias mixtas. Estoy frente a un “Taco Factory”, que presume the best enchiladas in town. Mirar atrás, es mirar a los aventureros estadounidenses, las misiones criollas y los asentamientos indios: tres conceptos romantizados en la memoria popular y que ahora generan identidad, orgullo y turismo. Mirar atrás en Xinjiang es voltear a los tocarios.]
Los tocarios fueron un pueblo indo-europeo que ocupó hace unos cuatro mil de años lo que ahora es Xinjiang . Restos momificados, que datan del 1800 AC, sugieren que eran de ojos y cabello claros; hablaban un idioma proveniente de Persia oriental y su escritura venía de la India. Investigadores los consideran los antepasados de la tribu bactriana (cuya capital estuvo en la actual Afganistán), de la que existen numerosos registros. Fue sometida por los persas en el siglo VI AC, y luego por Alejandro Magno en el siglo IV AC. Grabados chinos hablan sobre un pueblo de mercaderes al que llaman Daxia que correspondería a los bactrianos, cuyos territorios bordeaban China, Persia y la India. Los griegos escribieron sobre ellos. Zoroastro debió nacer en esos territorios.
Los bactrianos, que eventualmente serían conformarían Tocaristán (‘lugar de los tocarios’), estuvieron sometidos por xionitas, eftalitas, turcos y árabes, hasta diluirse por ahí del siglo VIII. Su posición central y el flujo de gobernantes los expuso al budismo, zoroastrismo, maniqueísmo, cristianismo nestoriano y, finalmente, al islam. Se considera que ellos transportaron el budismo a China. Entre sus mercancías estaban artículos sumamente valiosos: seda, jade, especias y papel.
[Un hombre estadounidense de piel morena devora unas enchiladas y una rosquilla de vainilla en la mesa de enfrente. Lleva un sombrero negro de cowboy y un pañoleta roja. Su camisa dice “Jimenez”.]De la diáspora, unas tribus autodenominadas uigures, en lo que ahora es Mongolia, se alzaron contra los turcos azules en el siglo VIII DC para conformar el Imperio Uigur. En aquel entonces, la Dinastía Tang china estaba debilitada y dependía de sus lazos con este nuevo reino uigur, al que hasta rendían tributo para defenderles de los tibetanos. Un siglo después, presiones del exterior, principalmente de tribus nómadas centroasiáticas y de los aguerridos tibetanos, fragmentaron al imperio. Los kirguises eventualmente destruyeron toda ciudad uigur que encontraron a su paso, llegando hasta su capital, Ordu Baliq, en el corazón de la Mongolia actual. A mediados del siglo IX, el pueblo uigur se dispersó y mezclo con otras tribus de la región. Los territorios de la Cuenca del Tarim fueron gobernados durante unos doscientos años (hasta el siglo XIII) por un sultán turcomano de Bujará, que impuso el islam. Adoptaron un idioma turcoide y el alfabeto árabe.
Remanentes de la cultura tocaria sobrevivieron a las continuas invasiones gracias al temible desierto del Taklamakán, que aislaba parcialmente sus aldeas. Después llegaron los mongoles de Gengis Kan, quienes los integraron para la posteridad a la jurisdicción china. Desde entonces, los uigures han combatido al dominio chino sin éxito duradero. El avance de las vías de comunicación ha ido disminuyendo la distancia entre Beijing y Xinjiang, y con eso, su autonomía.
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Eso es el pueblo uigur: una mezcolanza confusa de culturas. Pero definirse aquí no es limitarse, más bien liberarse. Las momias tocarias son usadas por los uigures para reivindicar Xinjiang como su territorio con base en antigüedad (nosotros llegamos primero).
La momia pelirroja “la Bella de Krorán” (de 1400 AC) ha sido conferida el título de madre de los uigures por activistas separatistas. El museo chino que la resguarda reconoce su ascendencia indo-europea a la vez que advierte que Xinjiang es parte inalienable de China. Beijing descalifica los estudios de ADN que enfatizan los rasgos centroasiáticos, y conduce sus propias investigaciones que arrojan otras conclusiones. El resultado es tumbas profanadas, evidencia abandonada, reliquias robadas, pillaje y destrucción de historia permitida por oficiales locales, en aras de mantener la “harmonía”. Al final de cuentas, ¿qué es la identidad sin la historia?
[Suena el intercomunicador. Una voz femenina indica que mi vuelo a la Ciudad de México está abordando. Con toda naturalidad, lo hace en inglés y luego en español.]
Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en Desde el far west chino. Haz click acá si quieres saber más de este blog.
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