China para dummies: Cinco cosas que usted debería saber de China

In by Simone

En febrero del 2011 China desplazó a Japón como la segunda economía más grande del planeta. La respuesta de los medios ante este logro fue no sólo resaltar la hazaña que beijing había conseguido en tan sólo tres décadas, sino también iniciar a especular sobre el momento en el que China dejaría atrás a Estados unidos.
 Sin embargo, pese a que en términos mediáticos el ascenso de China se tradujo en una mayor cobertura de lo que sucedía en el plano político, cultural y sobre todo económico, en América Latina aún no hay un esfuerzo concreto y matizado por entender las transformaciones que atraviesa la República Popular China (RPC). Por ello, he aquí una lista de las cinco cosas que son imprescindibles saber sobre la segunda economía más grande del mundo.
Lo primero que es necesario entender es que China es un régimen autoritario con una ardua competencia hacia adentro del Partido. Contrario a la visión que existe desde el extranjero, el liderazgo del Partido Comunista Chino (PCCH) no es monolítico, opera más bien bajo un sistema de consenso (un arreglo muy similar al que existía antes de la Revolución Cultural) donde los nueve integrantes del Comité Permanente del Politburó toman decisiones conjuntas sobre el futuro del país. Sin embargo, sería un error interpretar el consenso como falta de competencia. Dentro de la cúpula del PCCH hay dos facciones claras que tienen visiones distintas de hacia dónde se debe encaminar el Estado.

Están, por un lado, los “populistas” encabezados por Hu Jintao y Wen Jiabao, el primero y tercer hombres más poderosos del país, respectivamente, que tienen sus raíces y parte de su base de poder en la Liga de la Juventud Comunista o tuanpai. En general, este grupo se formó en la China rural y en las provincias del interior, de ahí que estén muy pendientes del pulso del campesinado, los trabajadores migrantes y los desempleados. Para ellos el Estado debe continuar con las políticas de apertura que se iniciaron en los años ochenta, en particular en el sector financiero, al tiempo que crea los andamios necesarios para amortizar las desigualdades sociales a lo largo y ancho del país.

Por el otro lado, se encuentran los “elitistas” que agrupan a la vieja camarilla de Shanghai, es decir, la base de poder del ex presidente chino Jiang Zemin y a los “principitos” o, en términos más prosaicos, a los hijos de la vieja guardia revolucionaria china. Este grupo tiene una visión liberal de la economía: entre más crezca la economía, los beneficios se desparramarán eventualmente para todos los sectores sociales, aunque no suceda al mismo ritmo. De ahí que tengan conexiones sólidas con el empresariado. Sin embargo, una característica definitoria de los elitistas es que han impulsado el crecimiento, sobre todo en las regiones costeras, por medio de grandes inyecciones de capital estatal para proyectos de infraestructura. Como muestra está Shanghai, el estandarte de su triunfo. 



Ambas facciones se reparten el poder en un intrincado sistema de pesos y contrapesos a tal punto que Cheng Li, el politólogo del Instituto Brookings, utilizando la tradicional frase para definir la relación entre China y Hong Kong como “un país, dos sistemas”, ha planteado esta danza como “un partido, dos facciones”. Por ejemplo, en el Comité Central del Politburó, Hu Jintao ocupa el primer puesto, mientras que el segundo lo tiene Wu Bangguo, el actual líder de la facción elitista. Lo mismo sucede en la Comisión Central de Asuntos Militares, el órgano más importante de poder en China, donde Hu comparte su poder con otro de los miembros del bando opuesto, Guo Boxiong. Incluso, ambos grupos se alternan los periodos de 10 años al frente del gobierno: Jiang Zemin, le cedió el puesto a Hu Jintao, quien hará lo mismo con Xi Jinping, otro principito. 



El ahora muy sonado caso de Bo Xilai, ex alcalde de Chongqing, es una muestra de cómo opera la cúpula del PCCH. En el 2007, después de servir como ministro de Comercio Exterior, uno de los cargos a nivel ministerial más poderosos en China, Bo Xilai fue enviado a Chongqing como alcalde para sacarlo del juego político que sucedía en Beijing. 



Desde ahí lanzó una intrincada ofensiva para ascender al Comité Permanente del Politburó que mezclaba inversiones en infraestructura urbana, campañas mediáticas utilizando símbolos maoístas y una despiadada lucha contra el crimen que, por momentos, pasó por alto las reglas informales del poder en China. Mucho se ha especulado sobre los motivos de su caída, este artículo no pretende ahondar sobre el tema, más bien, lo que es importante analizar es que el escándalo de Bo Xilai y su subsecuente derrumbe no alteró el balance de poder entre los grupos. El reemplazo de Bo en Chongqing fue Zhang Dejiang, de la camarilla de Jiang Zemin y no del grupo de Hu Jintao. Así, el sistema chino se define por la fortaleza de las facciones, no de los líderes.

El segundo punto que hay que entender sobre China es que el liderazgo político chino no es todopoderoso. Contrario a lo que se piensa en el extranjero, la cúpula del Partido Comunista Chino no tiene el poder de ejercer sus directrices sobre la totalidad del territorio. Para muestra cabe mencionar la imposibilidad de Wen Jiabao, el primer ministro, de enfrentarse a influyentes grupos de interés en temas tan variados como la reforma financiera o la construcción de presas. Esta falta de poder la ejemplifican un par de frases que circulan en las redes sociales chinas: “Los alcaldes tienen más poder político que el premier” o “ El premier no puede controlar a los directores de las empresas”.

Por ejemplo, en 2004 Wen Jiabao se opuso a la construcción de una presa en el río Nu, en la provincia de Yunnan, al sur de China, por el impacto negativo que iba a tener en el medio ambiente. Dos años después, pese a la oposición del premier, los planes se volvieron a poner en marcha. Lo mismo sucedió con la reforma financiera que, a meses de que se acabe el periodo de Hu Jintao y Wen Jiabao al frente del gobierno, se quedó pendiente. 



Quizá aún más importante sea el hecho de cómo se recaudan los dineros en China y quién los gasta. Una primera vista sugeriría que en un sistema centralizado Beijing mueve los hilos de la recolección y la distribución de los recursos; sin embargo, las provincias también juegan un papel central no sólo en la recaudación de impuestos, sino en la contratación de deuda. En términos de recaudación, el IVA se divide en tres cuartos para el gobierno central y un cuarto para las provincias, el resto se recolecta de manera separada: los impuestos para el gobierno central corren a cargo de las oficinas centrales, aquellos que son de carácter local, por oficinas provinciales (agricultura, ingreso y comercio, por nombrar algunos). 



Pese a que contraer deuda es una prerrogativa exclusiva del gobierno central, es una práctica común en todas las provincias que se hace con el fin de incentivar el crecimiento económico. Los bancos y las empresas paraestatales son las fuentes más comunes de financiamiento, una dispensa que le da un enorme margen de maniobra a los gobiernos locales frente a la capital, particularmente porque son los mismos oficiales que solicitan los préstamos los encargados de facilitar (o complicar, según sea el caso) las actividades de la banca en la región a su cargo. Así pues, la norma absoluta de “quien paga manda” establece relaciones complejas de poder entre el centro y la periferia. 



Tercero, China ya no es más un país pobre, sino un país de ingreso medio. Desde que se abrió la economía china, en 1978, la tasa de crecimiento promedio ha sido de 9.7% anual, con un periodo de bonanza del 2003 al 2007, cuando la economía creció 11% al año. Esto ha ocasionado que más de 450 millones de personas superen la línea de pobreza y que hoy el ingreso per cápita sea de siete mil 536 dólares si se toma en cuenta la diferencia en paridad de poder de compra (Banco Mundial, 2010). Aunque ese nivel de ingreso parezca lejano al de México (14 mil 566 dólares), es muy cercano al de Colombia (nueve mil 392 dólares) y al de Perú (nueve mil 470 dólares). Sin embargo, es interesante analizar cómo, de acuerdo con nuestros cálculos, el PIB per cápita de la región del este de China es de casi 11 mil dólares (una vez más, utilizamos el tipo de cambio por dólar que toma en cuenta paridad de poder de compra). Es decir, la parte más rica de China es tan rica como Brasil (11 mil 127 dólares) o Venezuela (11 mil 956 dólares).



Cuatro, China ya no es un productor barato de manufacturas. Desde que China dejara desplazar su moneda en una banda fija de flotación, el reminbi se ha apreciado 25% frente al dólar. Este factor coincidió con el alza en los salarios en los últimos cinco años. Desde 2007 a la fecha el precio de la mano de obra se incrementó entre 10% y 15%.
 Como resultado, los productos Made in China están perdiendo competitividad y otros países productores como Bangladesh, la República de Mauricio o Vietnam, se han convirtiendo en los nuevos centros textiles del mundo. Es importante resaltar que el encarecimiento de la mano de obra ha tenido dos efectos sobre la maquila en China: primero, ha llevado a que las empresas se especialicen en manufacturas de alto valor agregado y, segundo, ante el alza salarial las industrias han tendido hacia una mayor mecanización de su línea de producción. En una visita reciente a una de las fábricas de textiles más grandes de China pudimos ver cómo máquinas italianas y alemanas han reemplazado a los trabajadores que antes se encargaban de teñir telas e hilados básicos.

Cinco, como lo acabamos de mencionar, China está transformando su base productiva, y una de las consecuencias más visibles es que de un país que fabrica únicamente imitaciones está cambiando a un país que incentiva la innovación. Consiente de las limitaciones de un sistema basado en copiar productos, el decimosegundo plan quinquenal chino se ha enfocado en promover la investigación y desarrollo de productos. En términos de patentes las cifras son claras: el año pasado China rebasó a Estados Unidos en número de solicitud de patentes (China solicitó más de 600 mil patentes, comparado con 480 mil solicitadas por Estados Unidos) y, de acuerdo con un estudio de la consultora Thomson Reuters, para 2015 se estima que China duplicará en número de patentes a Estados Unidos. Aún más, en energía renovable, uno de los sectores estratégicos para cualquier país actualmente, Beijing es el gobierno, a nivel mundial, que más invierte en investigación y desarrollo de nuevos productos. Mientras que Washington destinó 16 mil millones de dólares para estos rubros, en 2010 Beijing duplicó esta cifra al colocar 32 mil millones de dólares. El resultado es que hoy los chinos no sólo han adquirido la mejor tecnología de países como Dinamarca, Japón y Taiwán, sino que han comenzado a desarrollar sus propios productos.



Por ejemplo, China es el líder actual en producción de paneles solares. En otros campos aún les queda mucho camino por recorrer, pero la ventaja que tienen sobre sus competidores es que el tamaño de su mercado les permite utilizar economías de escala para producir a precios más económicos. En el largo y mediano plazos esto será sumamente beneficioso para la industria china. Por el momento, en la ciudad de Shenzhen, al sur del país, ya se estableció un programa piloto para taxis eléctricos con estaciones de recarga, y quizá aún más interesante es que en 2011 el llamado sector verde generó 63.9 mil millones dólares en ingresos, lo que equivale a 1.4% del PIB nacional. Sólo en Dinamarca este sector contribuyó más al desarrollo económico del país al aportar 3.1% del PIB.



Así pues, el cambio incesante por el que ha pasado China en las últimas tres décadas debe servir como invitación para revalorar nuestros supuestos acerca de lo que sucede en ese país. El reto es hacerlo de manera frecuente, de no hacerlo corremos el riesgo de despertar en el siglo chino sin darnos cuenta cuándo empezó. 



Aldo Musacchio es profesor asociado en Harvard Business School y Marusia Musacchio es especialista en estudios orientales de la Universidad de Harvard. Ambos son mexicanos.

Artículo publicado en Nexos (México)

[Foto cortesía de Myheimu]

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