Aunque era un secreto a voces, la identidad de quienes liderarán a China durante la próxima década habían sido meticulosamente guardados hasta se plantaron frente a las cámaras en el Gran Salón del Pueblo de Pekín este jueves. Los siete con la misma apariencia física y gestual: traje oscuro, semblante serio y cabello teñido de un tinte que ha sido bautizado ya como “negro Politburó”. Con la designación de los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, China se prepara para cerrar una “década dorada” en la que su producto interno bruto creció cuatro veces y se convirtió en la segunda economía mundial.
De este modo llega al poder la quinta generación de líderes del país asiático, siendo Xi Jinping y Li Keqiang los elegidos para tomar la batuta del presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao.
El mayor cambio es que ya no serán nueve los miembros del más alto órgano del Partido Comunista, el núcleo donde se toman todas las decisiones importantes del gobierno chino. Esta decisión, que no había sido confirmada hasta el jueves, obedece a que durante la última década resultó muy difícil llegar a un consenso sobre cualquier decisión entre las diferentes facciones al interior del Partido, sobre todo entre los “principitos” descendientes de la élite revolucionaria y los tecnócratas.
A la cabeza del gobierno quedó Xi Jinping, el hijo de un prominente líder revolucionario que fue vicepremier de Mao Zedong, pero que después sería purgado durante los turbulentos años de la Revolución Cultural. Su condición de “principito” y su paso por la Liga de la Juventud Comunista -cuna de la corriente más populista y reformista- lo han acercado tanto al ex presidente Jiang Zemin como a Hu Jintao, por lo que su designación podría constituir una manera de conciliar las dos grandes facciones al interior del Partido.
Aunque su apellido y su cercanía con Jiang probablemente han contribuido a su ascenso político, la realidad es que el próximo presidente chino ha recorrido el camino hacia el poder paso a paso. Xi, un ingeniero químico a quien le habrían negado el ingreso al Partido hasta en nueve ocasiones, siempre buscó minimizar la importancia de su linaje comunista y insistió por recorrer todos los puestos de autoridad desde el nivel municipal hasta llegar al gobierno central.
Xi también rompe con el perfil tradicional y acartonado de los jerarcas chinos. Se ha forjado la imagen de un político sonriente y carismático, que sabe adaptarse a su público de turno y disfruta de las películas de Hollywood. Su esposa Peng Liyuan es una célebre cantante de ópera y generala del Ejército chino que hasta hace apenas unos años era más conocida que él, por lo que también podría asumir un rol público que las primeras damas chinas no han tenido desde los tiempos de Mao. Sin embargo, poco se sabe de su pensamiento político ni de sus deseos de comprometerse con un proceso de mayor apertura económica y política.
Por lo pronto, Xi ocupará los cargos de secretario general del Partido y líder de las Fuerzas Armadas, heredando el puesto de presidente en marzo. La sorpresiva decisión de Hu Jintao de abandonar sus tres cargos fundamentales ha sido interpretada, según quién lo mira, como una prueba de su desgaste o como un paso estratégico para limitar la influencia de los antiguos jerarcas tras su jubilación. Su actitud contrasta con la de su predecesor Jiang Zemin, quien optó por una jubilación gradual y por mantener el mando de las Fuerzas Armadas por dos años más.
Al lado de Xi estará Li Keqiang, un político de la cuerda de Hu que se ha labrado una carrera política desde abajo y que remplazará a Wen Jiabao como primer ministro. Li, un abogado y doctor en economía, es visto como un experto en planeación inclinado hacia la implementación de reformas económicas estructurales, pero con menor éxito en lo político.
Li se beneficiará de otro cambio sutil, pero decisivo. Su cargo de premier será a partir de ahora el segundo en importancia dentro de la jerarquía del Partido, por encima del de presidente del legislativo que ocupa Wu Bangguo. Esto debería darle un mayor margen de maniobra y podría ser crucial para que el nuevo gobierno pueda hacerle frente a desafíos como la desaceleración económica, la corrupción y las voces ciudadanas que piden una mayor participación.
Aún así, los cargos de presidente y premier no vienen acompañados por poderes demasiado amplios. Xi y Li quedarán a la cabeza de un grupo de iguales en el centro de un modelo de liderazgo colectivo donde las decisiones más importantes deben ser consensuadas. Ese carácter colegiado del liderazgo, diseñado para evitar los personalismos de la época de Mao y Deng Xiaoping, podría dificultar cualquier acción decisiva, especialmente cuando el tema resulta espinoso.
El grupo de cinco que acompañará a Xi y a Li demuestra que el pulso al interior del Partido fue ganado por la facción más cercana a Jiang Zemin y aversa a las reformas. Sobresalen Zhang Dejiang, un economista formado en Corea del Norte, y Liu Yunshan, el arquitecto del férreo control que ejerce el gobierno sobre Internet. Les acompañan Zhang Gaoli y Yu Zhengsheng, dos eficientes y discretos administradores especializados en el desarrollo económico de provincias rezagadas. Completa el grupo Wang Qishan, un reformista económico que dirigió el China Construction Bank -el segundo del país- y trabajó con el ex premier Zhu Rongji en el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio.
Por fuera quedaron tres figuras que hubiesen representado un viraje mayor en las políticas del Partido. Wang Yang, el secretario del Partido en la rica provincia manufacturera de Guangdong, era visto como un gerente eficiente y capaz de resolver conflictos sociales con facilidad. Pero el perfil del líder reformista, que había mantenido una feroz lucha con Bo Xilai por la diferencia de sus modelos económicos regionales, habría resultado demasiado liberal para muchos veteranos del Partido. Li Yuanchao, otro político de la cuerda de Hu y encargado de asuntos internos del Partido, habría tenido la misma suerte.
Y Liu Yandong, una funcionaria a quien nadie ha podido situar ideológicamente, parecía la oportunidad para que una mujer experimentada ascendiese a la cúpula del gobierno por primera vez en la historia. Al final, su omisión dejó en evidencia que aún falta tiempo para que se cumpla la famosa promesa de Mao, quien aseguraba que “las mujeres ocupan la mitad del cielo” en China.
En todo caso, tres de los siete integrantes del Comité Permanente tienen menos de 65 años, por lo que no podrán ejercer más allá del próximo Congreso del partido en 2017. Esto ha llevado a que muchos la vean como una “cúpula de transición”, que deberá hacerle frente a los desafíos más inmediatos y preparar el terreno para posiblemente un liderazgo más abierto al cambio.
Artículo publicado en Portafolio (Colombia)