Con la designación oficial de los sucesores del presidente Hu Jintao y el premier Wen Jiabao, China se prepara para cerrar una “década dorada” que la consolidó como potencia política, económica e incluso deportiva. Bajo la batuta de Hu y Wen, el país asiático cuadruplicó su producto interno bruto y quintuplicó sus exportaciones. Pero tras diez años de crecimiento espectacular China se encuentra en una encrucijada clave.
Con la crisis de la deuda soberana en la Unión Europea y el débil gasto del consumidor en Estados Unidos, las exportaciones chinas han visto una pronunciada caída y ocasionaron una desaceleración de la economía. Debido al aumento del costo de vida, su papel de fábrica del mundo ya no resulta tan claro. Y sus ciudadanos se han ido volviendo más críticos, con lo que temas como el deterioro medioambiental o la corrupción se han convertido rápidamente en potenciales factores de desestabilización social. Ha quedado claro que esta década de auge ha traído también mayores llamados de apertura económica y política.
En el terreno económico China enfrenta grandes desafíos, que reflejan su contradictoria condición de segunda economía mundial y país de renta media baja. “China debe cambiar su modelo de desarrollo y prestar más atención a la calidad del crecimiento económico. Antes centraba la atención en las inversiones públicas y en el comercio exterior, pero hoy debe atender un tercer pilar que es su demanda interna”, señaló a China Files Wu Guoping, un investigador de la Academia China de Ciencias Sociales. Ese incremento del consumo interno podría aliviar la dependencia de la producción manufacturera y ayudar a encaminar la economía china hacia las industrias de servicios.
Otra de las tareas más urgentes para completar su transición hacia una economía de mercado es implementar reformas que permitan al sector privado competir en condiciones equitativas. Uno de los compromisos de Beijing al entrar a la Organización Mundial del Comercio en 2001 era permitir el capital privado en la banca, pero once años después los bancos extranjeros aún encuentran dificultades para establecerse en el mercado financiero de mayor crecimiento en el mundo y constituyen apenas el 2% del sector. Aunque unos 40 tienen presencia en China, apenas un puñado conduce operaciones de banca personal debido a la falta de autorizaciones para hacerlo.
De igual manera, las empresas privadas -y de manera particular las pymes- encuentran grandes dificultades para acceder a créditos, que en cambio son concedidos a las empresas estatales a tasas preferenciales. De ahí que muchas pymes, la espina dorsal de la producción manufacturera, acudan con frecuencia a un mercado informal que ya ha ocasionado la quiebra de miles de ellas.
Una de las preguntas más espinosas es precisamente qué hacer con las mastodónticas empresas estatales. Las empresas, reformadas a finales de los años noventa, pasaron de arrojar grandes pérdidas a consolidar sólidos monopolios que les reportaron una enorme rentabilidad. Pero con el paso de los años ha quedado claro que esas ganancias se deben en gran medida a las condiciones favorables que han tenido para obtener préstamos, subsidios, tierra y mercados prácticamente cautivos.
“Las empresas estatales deben dejar de ser un brazo administrativo y gozar de monopolios del mercado, para introducir una verdadera gobernanza corporativa”, advertía un incisivo editorial de Caixin, la revista económica independiente leída por toda la élite empresarial china.
Su gestión también ha dejado mucho que desear gracias a un sistema poco transparente en el que la política y los negocios van de la mano. Chen Tonghai, el ex presidente de la petrolera estatal Sinopec, fue condenado en 2009 por haber recibido US $28 millones en sobornos y tenía a su discreción “gastos de negocios” diarios de 6.400 dólares.
Además, sus gerentes suelen tener rango dentro del Partido y son con frecuencia familiares directos de la cúpula del gobierno, generando suspicacia sobre las fortunas de la élite comunista y sus conflictos de interés. Li Keming es el vicepresidente de la empresa tabacalera estatal -la mayor del mundo- pese a que su hermano Li Keqiang, el probable próximo premier, es actualmente el encargado de la salud pública. Y el hermano del destituido Bo Xilai cobraba 1,7 millones al frente de un conglomerado estatal de servicios financieros.
A nivel social, los chinos comienzan a pedir un mayor nivel de participación en el proceso político. Aunque el Partido Comunista tiene 82 millones de miembros, la realidad es que sus decisiones han sido tomadas siempre en un núcleo muy reducido de personas. Hay elecciones solamente en el nivel local en zonas rurales, pero difícilmente pueden ser calificadas de democráticas. Pero con el aumento del descontento en las redes sociales y en la calle, el Partido ha entendido que la sociedad chica le está exigiendo más transparencia y capacidad de respuesta que antes.
En su discurso inaugural del Congreso, el presidente Hu Jintao enunció varias de las reformas que deberían ser tomadas, como son concentrarse en duplicar el PIB per cápita para 2020, incentivar el consumo interno e implementar reformas políticas para una gradual apertura en la toma de decisiones.
La nueva cúpula, posiblemente encabezada por Xi Jinping, será la encargada de implementar los proyectos de reforma que se aprueben en este Congreso. El peso que le den a cada aspecto, dependerá especialmente de cómo quede conformado la nueva cúpula de poder, sea reformista –hacia una apertura política y liberalización de mercado- o conservadora –fiel a no poner en riesgo los actuales poderes políticos-.
Normalmente el Partido tiende a balancear los poderes en la cúpula. En este sentido, Xi es más cercano al ala conservadora, y Li es un reformista. Al estar Xi al mando, posiblemente acompañado de otros miembros conservadores en el Comité Permanente, posiblemente las reformas económicas serán expéditas, mientras que las políticas irán a un paso mucho más lento.
El modelo Singapur
Desde hace años China observa con admiración el éxito de Singapur, un país con el cuarto mayor PIB per capita del mundo, un enorme flujo de inversión extranjera y una de las más exitosas políticas de atracción de empresas. La fascinación no es sólo económica: la pequeña isla-Estado de cinco millones de habitantes ha sido gobernada sin interrupción por el Partido de Acción Popular (PAP) desde su independencia en 1965, dentro de un sistema democrático pero esencialmente unipartidista. Una dinastía familiar, integrada por Lee Kuan Yew y ahora su hijo Lee Hsien Loong, ha gobernado durante 39 de esos años.
“Hay un buen orden social en Singapur gracias a que sus líderes gestionan todo como rigurosidad. Deberíamos aprender de su experiencia y hacerlo aún mejor que ellos”, decía ya hace veinte años Deng Xiaoping, el arquitecto de la apertura económica china.
“El modelo de Singapur es una referencia muy importancia para el liderazgo chino”, explicó a LA NACION Joseph Chang, un politólogo de la Universidad de Hong Kong. “Primero, porque el PAP ha podido mantenerse en el poder durante décadas, gracias a que goza de un amplio respaldo popular y a que la oposición no consigue competirle por el poder. Es un país altamente eficiente que atrae una enorme inversión extranjera, pero donde el gobierno aún guía la economía. Y además tiene una excelente imagen internacional y niveles ínfimos de corrupción”.
Replicar muchas de las exitosas medidas de un país de cinco millones de habitantes en uno de 1.340 millones resulta complicado, pero su proyecto engloba los retos de los próximos líderes chinos, presionados por encontrar un equilibrio entre economía y política.
Reportaje publicado en portada en La Nación (Argentina)