Beijing no es la más linda de la fiesta

In by Andrea Pira

Beijing es mágico. No hay más apelativos, por lo menos en español. En mandarín debe haber trescientos. Cuando te vas pasa una cosa inevitable: nostalgia. Es una sensación vertical que lleva tres mil años de tradición, de historia. Por eso no es fácil decir “gracias y adiós”. La ciudad de algún modo toca fibras muy íntimas, y tu visón se abre, y ves las cosas un poquito rasgado. La perspectiva china del asunto.
Eso es Beijing: una huella indeleble que no entiende de espacio ni tiempo. Una marca de post nacimiento.

Es fácil decir je t´aime Paris, o, I love New York, pero con Beijing no queda más que dar las gracias: xie xie Beijing. Paris y Nueva York pueden ser, y lo son, las más bonitas de la fiesta, por eso no cuesta enamorarse. La capital de China es mucho más curtida y cuesta entenderla, pero eso la vuelve profunda y sabia. El amor es volátil, voraz, efímero; la gratitud eterna.

Aunque suene paradójico, Beijing no es una ciudad para conocer, a pesar de la Ciudad Prohibida y la Plaza Tiananmen, con sus muertos e historias. A pesar de todos lo templos, de Houhai y los demás lagos, de los hutongs donde llevan viviendo familias por generaciones. A pesar de las dinastías y repúblicas de derecha e izquierda; del hambre.

Beijing es un lugar para conocerse.

Porque Beijing, más que una ciudad, es un concepto que ha sobrevivido al tiempo y hoy es parte fundamental del pensamiento chino. Es un punto de partida para empezar de ceros, para crecer, para ser lo que se quiera ser. Para vivir en un lugar donde llueve cuando quieren que llueva. Lo que tiene que pasar, pasa. Punto.

Así se construyen conjuntos de decenas de edificios en meses. Así se construirá Jing-Jin-Ji, la megalópolis de 130 millones de personas que unirá a Beijing, Tianjin y Hebei para crear una ciudad que, si fuera un país, sería el duodécimo en extensión a nivel mundial, disputándose el puesto con México.

En Beijing las cosas pasan, es cuestión de determinación. De querer. Perder el miedo.

Pasan porque los chinos trabajan cuando hay que trabajar, sea invierno o verano, da igual. Lo que se tiene que hacer se hace. Pero también celebran cuando es hora de celebrar: “ganbei wode pengyou” (salud mi amigo). Y descansan cuando hay que descansar. Por eso los ves dormidos en la calle, en la estación de metro, en la recepción de Hotel Beijing, y en la inauguración de la semana de la moda. Da igual porque son como los pandas, duermen donde los alcanza el sueño.

Pero, aunque quede al otro lado del mundo, no es tan diferente cuando se mira en detalle. Una sonrisa es una sonrisa, un beso un beso. Los muertos duelen igual que en Colombia o en México. A todos les palpita el corazón. Por eso, cuando estás en Beijing y tu mente se abre todos los días y descubres algo nuevo sobre ti, sabes que estás metido en algo bueno.

[Crédito foto: Blogspot]

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