Sidney Shapiro. (Nueva York 1915- Pekín 2014). Nació en el seno de una familia judía. Estudió Derecho, pero ejerció como traductor, escritor y ocasionalmente como actor. Su deceso, ocurrido en su hogar el día 18 de octubre de 2014, marca el final de una vida dedicada a la traducción de la literatura china.
En la lengua china, la traducción literaria y el matrimonio parecen ir de la mano. Desde parejas de traductores tan productivas como Gladys Yang y Yang Xianyi hasta la formada por el escritor Ma Jian y su traductora Flora Drew, esta actividad parece florecer en hogares en los que una boca habla el idioma de partida y su contraparte el de llegada.
Éste es el caso del recientemente fallecido Sidney Shapiro, abogado norteamericano graduado en 1937 en la Universidad de Saint John. Durante la Segunda Guerra Mundial comenzó sus estudios de chino como parte de un programa de formación de traductores del Ejército Norteamericano. Más adelante, continuó sus estudios de este idioma en las universidades de Columbia y Yale. Su atracción por la lengua y la cultura chinas lo llevó a abandonar el ejercicio de su carrera y la milicia. En su lugar, optó por tomar un barco que lo condujo a Shanghai en 1947. Su primera impresión de esta urbe fue de un lugar sucio, ruidoso, corrupto y en quiebra económica. Por el contrario, sus habitantes le parecieron amables y generosos.
Shapiro argumenta que antes de llegar a China no conocía a otro Marx que al cómico. Sin embargo, desde el principio se vio involucrado en actividades revolucionarias, tales como ganarse la vida ayudando a los jóvenes chinos a publicar textos sobre la reforma agraria en revistas editadas en inglés. Al poco tiempo fue presentado con quien se uniría en matrimonio con él en 1948, una actriz de nombre Fengzi (en español “Fénix”) graduada de la universidad de Fudan (Shanghai) que militaba en las filas del Partido Comunista Chino.
Fénix y Sidney se acercaron por su interés en la ópera y el cine de sus respectivos países. Cada uno fungía como intérprete del otro en las representaciones a las que asistían. Al poco tiempo, Sidney se convirtió en testigo privilegiado de la lucha por el poder entre el Partido Comunista Chino y el Partido Nacionalista. Ocultos tras unas simples cortinas, los recién casados y sus amigos escuchaban emisiones de radio provenientes de Yan’an, refugio de las tropas de Mao Zedong. En 1949, la pareja asistió a la fundación oficial de la República Popular China, evento que Sidney describió en sus memorias como extremadamente impactante y conmovedor para él y más aún para su esposa y el resto del pueblo chino. Un año más tarde, Fénix dio a luz a la única hija de la pareja, Yamei.
La trayectoria de Shapiro como traductor comenzó con panfletos y documentos oficiales. Más tarde, tradujo literatura china al inglés para la editorial Foreign Language Press en calidad de experto extranjero. Trabajó la obra de importantes narradores chinos de siglo XX, tales como Ba Jin, Mao Dun y Lao She. Una de las pocas ocasiones en las que Shapiro ejerció como abogado fue en relación con la obra de Lao She, quien entabló una demanda contra una editorial norteamericana por considerar que no había respetado sus derechos de autor. Shapiro se hizo cargo del caso y el escritor pekinés ganó la demanda.
Durante la Revolución Cultural su esposa fue purgada y enviada a reeducarse. En los primeros años de este movimiento, Shapiro se hizo cargo de su hija, quien más tarde fue enviada al campo. Aquel período, descrito por él mismo como una locura, le resultó sumamente productivo, pues dedicó esa década a la traducción de la monumental novela A la orilla del agua. De todas sus obras, ésta fue la que obtuvo más elogios. Él atribuía su éxito a la ayuda que le prestaban sus amigos y colegas chinos, particularmente su esposa, quien lo mismo interpretaba papeles de teatro chino moderno que respondía a sus dudas con el bagaje de la educación confuciana que su familia de origen le había proporcionado. La experiencia de Fengzi ante las cámaras y en el escenario le sirvieron de guía a Sidney cuando incursionó interpretando algunos roles en el cine chino.
En 1963 obtuvo el raro honor de ser naturalizado ciudadano chino. El gobierno de este país lo trató siempre con gran deferencia, asignándole una vivienda propia, un salario de experto extranjero y privilegios tales como la visita de su madre al territorio chino. No obstante no haberse afiliado nunca al Partido Comunista Chino y no considerarse a sí mismo como un hombre político, Shapiro vertió sus opiniones sobre los momentos históricos que le tocó vivir en su biografía I chose China. A grandes rasgos, su postura se puede resumir como la de un hombre convencido por los ideales del Partido. Así, apoyó las acciones del gobierno chino en Tibet, pero criticó los excesos del Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural y los acontecimientos ocurridos en la plaza de Tiananmen en 1989 como reacciones desmesuradas. Lo anterior, aunado a algunas críticas hacia las medidas tomadas por el gobierno norteamericano tras los acontecimientos del 11 de septiembre le valieron los reproches de muchos, que lo vieron como un vocero más del régimen.
En 1984, Shapiro fue invitado a unirse a la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. Por su dominio de la lengua china fue elegido por otros extranjeros en la misma posición que él como el portavoz de un discurso para dicho evento. En su calidad de miembro de esta Conferencia, Shapiro realizó viajes de investigación por China, rindió informes con recomendaciones sobre reformas necesarias y en sus viajes al extranjero difundió la cultura china dentro del marco de la línea oficial.
Más allá de su labor como traductor, su interés por China lo llevó a redactar y publicar libros tales como La reforma económica en Sichuan y El sistema penal en la China feudal. En 1984, en un clima de mayor apertura intelectual, compiló y tradujo estudios sobre un tema de interés personal para él, los judíos en China. El libro, titulado Jews in Old China le permitió regresar a sus raíces, aunque no por eso volvió a acudir a la sinagoga como lo hizo en su infancia y en su juventud. En 1989 completó sus reflexiones sobre sus orígenes con un viaje a Israel.
En 1996, su esposa Fénix murió. Su muerte, acaecida tras 48 años de matrimonio, afectó mucho a Sidney, quien solía decir que su boda lo había convertido en el “yerno de China.” Él sobrevivió 18 años a la muerte de su mujer y aunque muchos vieron esta pérdida como un motivo para volver a su ciudad de origen, él prefirió quedarse en la casa que compartió con ella a cuidar las rosas del jardín, escuchar música y a sentirse acompañado por el espacio que tanto tiempo habitaron juntos.
Como todo extranjero que haya residido mucho tiempo en China, Shapiro fue interrogado en numerosas ocasiones respecto a su identidad. Por un lado, sus raíces judías y su origen norteamericano le eran innegables. Por otro, su primer encuentro con una China poblada por turbas hambrientas le causó una fuerte impresión, mientras que la utopía propuesta por Mao Zedong le pareció una alternativa viable. Como mucha gente de su generación, Shapiro defendió el proyecto maoísta y, al igual que muchos, vio con malos ojos el resurgimiento de una marcada brecha producto de las aceleradas reformas económicas.
El 2 de diciembre del 2010, su trayectoria como traductor fue honrada con la más alta presea que existe en China para esta labor, el Premio a los Logros Conseguidos a lo largo de una Vida en el Ámbito de la Traducción. Al recibirlo habló sobre lo que representaba esta tarea para él: “Una ocupación y una fuente de alegría que le daba oportunidad de conocer a más chinos y de viajar a más lugares.”
Siempre consciente de su nacionalidad china y de su papel como portavoz de esta cultura, Shapiro veía la traducción como una tarea para difundir la tradición de virtud presente en todo ese corpus literario. Como muchos otros occidentales que lo precedieron, Shapiro asumió los valores confucianos y dedicó su vida a darlos a conocer entre sus lectores.
La casa en la que Shapiro vivió con su familia por más de 60 años es una típica construcción pekinesa situada en el hutong de Nanguanfang. Los estantes están llenos de libros en chino. Las paredes están decoradas con caligrafías y con pinturas tradicionales de aquel país. El retiro del traductor nunca fue total, pues pasó sus últimos años contestando correos, respondiendo dudas sobre la cultura china, dictando conferencias, escribiendo, viajando y practicando tai qi. En su último año, su salud se deterioró y sus fuerzas mermaron. Murió en la paz de su hogar en la mañana del 18 de octubre del 2014. Sus restos mortales fueron honrados con una ceremonia luctuosa en el Cementerio Revolucionario del Monte Baobao del distrito de Haidian en Pekín, el 24 de octubre del 2014.
Los vínculos de Shapiro con China fueron muchos. A nivel intelectual y moral, asumió los ideales confucianos. Algunos académicos han visto en sus traducciones un apego fiel a la tríada de fidelidad, expresividad y elegancia propuesta como ideal a seguir en la teoría de la traducción literaria china. A nivel sentimental y consanguíneo, su esposa, su hija y su nieta lo vincularon con el pueblo chino. No obstante todo lo anterior y su afirmación al recibir el Premio de Traducción de “ser chino”, Shapiro fue consciente de su eterna calidad de extranjero entre los chinos. Su acento y su fisionomía lo distinguían entre los vecinos de su barrio. Tras su muerte queda su monumental obra, ejemplo para las generaciones actuales y futuras.
*Adriana Martínez González se especializó en literatura contemporánea china en el Colegio de México y ha pasado dos temporadas en China como estudiante de BLCU y de la Universidad Marítima de Dalian. Actualmente se dedica a la enseñanza del chino y a la traducción.
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[Crédito foto: Cortesía de Adriana Martínez González]