Gracias a una -rara- distracción, China Files logró colarse en el J-Village, sede de la Tokyo Electric Power Company (TEPCO) cerca de Fukushima. Reportaje realizado con máscaras y traje antiatómicos, en medio de índices de radiación mucho mayores de lo esperado.
Kazuhiro tiene 48 años, es ingeniero, trabaja en la TEPCO y es amante de su tierra. Hace menos de un año, un mes después del tsunami, se casó y vive en una casita de madera. Vive allí con su esposa, en el campamento de refugiados de Koriyama, a 80 kilómetros de la central nuclear de Fukushima. Antes vivía en el área que ahora está prohibida, evacuada, inaccesible: él y muchos otros permanecieron allí un mes antes de ser trasladados.
La noche del 11 de marzo del año pasado, cuando sonó el teléfono, Kazuhiro tuvo un presentimiento : "Pero tuve suerte. Me mandaron a 300 metros de la central, para entender lo que estaba pasando. A otros les llegó la invitación a entrar en medio del desastre. Algunos se negaron y al día siguiente fueron obligados a renunciar”, cuenta.
Él, dice, hubiera ido si se le hubiese pedido. "En el trabajo, aquí en Japón, también los ingenieros están en la línea del frente si es necesario y sobre todo si es útil para la vida de otras personas”, añade.
Cada mañana, Kazuhiro va a trabajar en la central de Fukushima. Todos los días se hace los exámenes para entender su resistencia a la radiación. Cada tres días lleva a cabo otro examen, esta vez de sus órganos internos. Todos los días pasa por el J-Village , unas instalaciones una vez utilizadas por el equipo nacional de fútbol de Japón, y hoy en día la sede central de TEPCO .
En esta especie de albergue post-atómico transitan cerca de tres mil trabajadores al día. Kazuhiro tiene un andar seguro, mira a su alrededor, mientras que estacionamos frente a la entrada del edificio. Entonces, de repente, hace una señal y entramos.
El J-Village es un lugar extraño, un cruce entre un hospital y un campo de entrenamiento. Los periodistas no están permitidos aquí , salvo con una -inusual- autorización de la TEPCO. Con Kazuhiro, sin embargo, aprovechamos una interrupción poco común entre los japoneses y nos colamos, adentrándonos en sus pasillos, sus centros médicos.
En una de las muchas habitaciones hay grandes paneles con mapas de Fukushima. Los reactores se ven nítidos y hay colores diferentes para marcar la cantidad de radiación medida diariamente. Es un parche de color granate, roja, naranja, amarillo oscuro. Poco espacio para los fragmentos azules que denotan un descanso de los derrames radiactivos.
En algunos lugares hay un número claro: 4,000 microsieverts por hora . "Yo en un año puedo acumular máximo mil microsieverts. Después de ese número debo dejar de venir y así, mi trabajo habrá terminado”, señala Kazuhiro.
Un hombre cargado de radiación, una batería humana alimentada por los derrames de la central, una vida vivida en microsieverts. Sin embargo, Kazuhiro tiene su lectura de los hechos. "La central nuclear ha permitido que esta zona se enriquezca, a tantas personas que trabajen y no tengan que alejarse de este lugar dejando atrás a sus familias", dice.
Dependiendo de la zona de la planta donde uno se encuentra se requiere un traje diferente: hay máscaras, monos, guantes y calcetines diversos según la tarea asignada. "La TEPCO ha sido muy lenta, especialmente al comienzo de la catástrofe, pero ha dicho la verdad . Lo que no se dice que es otra cosa: con un trabajo de mantenimiento más eficaz, los efectos del tsunami podrían haber sido menos devastadores", dice.
Así vamos avanzando. Sólo un portero viene a la vuelta de la esquina y entramos en una habitación en la que se procede al examen médico. Máquinas de presión, módulos, equipos y tres hombres sentados frente a una mesa, mientras que los “gitanos genpatsu”, los trabajadores del átomo caminan por los pasillos, conversando entre ellos. "
En Japón -sea el gobierno, sea Tepco- han pensado sólo en el dinero, no en la seguridad. El absurdo es esto: a mayores procedimientos de seguridad se habrían ahorrado un montón de dinero. Pero ahora la situación es muy mala. Yo realmente no sé si alguna vez podremos volver a vivir en esta área. Ahora es imposible”, concluye.
Un futuro precario, pero también planes futuros y ganas de seguir hacia adelante. Escapar de aquí es un pensamiento que nunca ha pasado por su mente. "No sé, quiero un hijo en el futuro y lo quiero aquí, en esta tierra”, concluye.
Artículo publicado en Il Fato Quottidiano (Italia)
[Crédito de la foto: aprox. ibtimes.com]