Cuando llegué por primera vez a Beijing, en diciembre de 2010, ir de compras era una sorpresa. Estaba el Yashow Market en el corazón de Sanlitun, existía un Pearl Market más variado y un Silk Market menos caro y más pirata. Beijing solía ser un paraíso para que los turistas, como yo en aquella ocasión, hiciéramos compras excesivas.
Esos mercados tenían de todo. Uno podía encontrar ropa de marca original, pirata, maquilas y copycats. Había artículos deportivos, relojes, electrodomésticos, celulares, suvenires, e incluso comida para mascotas. Eran mercados que quedaban en edificios gigantescos, de varios pisos, y en donde no existían locales cerrados, vitrinas de diseñador o cajas registradoras. Eran mercados en donde la regla era regatear y en donde probarse una prenda ya suponía una enorme victoria para los vendedores, pues creían que habían coronado el negocio.
Las vendedoras (en la mayoría de los casos eran mujeres), eran personajes muy hábiles, de gran desenvolvimiento en el mundo de los idiomas. Una vez escuché a una joven contar hasta 10 en más de siete idiomas: chino, inglés, ruso, español, italiano y portugués, etc. Vaya usted a saber si sabían más, pero su destreza era impresionante. Se sabían los números en varios idiomas porque así podían tener una ventaja frente al cliente en el momento de vender.
Era muy común que trataran de conquistar al visitante con un “amigo” o “guapo”. Yo me sonrojaba y seguía mi camino. Muchas de ellas se volvían “amigas” al instante. Identificaban la nacionalidad de las personas, decían tres palabras en otro idioma, como “entra aquí” o “esto es perfecto para ti”, y luego tomaban del brazo al cliente desprevenido y sacaban su más inesperada arma: la calculadora.
Por cierto, en China es normal ver a la gente con calculadoras básicas marca Casio o Nokia. Tenderos, peluqueros, y restauranteros las tienen, y para aquellos que se han fijado, saben que muchas de estas calculadoras hablan. Sí, hablan, cada vez que espichas un número la calculadora habla. Curioso es que en estos mercados, nadie tenía una calculadora parlanchina.
Recuerdo que con el pasar de los meses, y con mi mandarín mejorando a buen ritmo, regatear se hizo más sencillo. Era fácil explicar que yo vivía en Beijing, que no era turista y que exigía un precio justo. También era sencillo decir “zuidi zuidi duo’er’qian?” (en realidad es duoshaoqian pero en Beijing, por su acento, se pronuncia duo’er’qian) o sea, ¿cuál es el precio más bajo?. Las vendedoras solían reírse con las respuestas en mandarín, y más aún cuando el regate era tan bueno que al final tenían que aceptar su derrota y el cliente salía victorioso, pagando un precio muy por debajo de la cifra original.
Eso sí, existía una regla de oro. Todo los precios que ellas dijeran había que dividirlo por tres, mínimo. Si el número era 300, uno tenía que decir 100. Este norma no siempre se cumplía pero solía ser un punto de partida para empezar a negociar.
Hoy ya no queda ni el rastro de lo que fueron estos grandes mercados. Las nuevas políticas de la ciudad arrasaron con estos centros de acopio pirata, dejando solo uno de pie, el Mercado de la Seda, pero con una cara totalmente renovada, precios ridículos y muy poca variedad. Beijing cambia y China se desarrolla. Tal vez estos son los daños colaterales como consecuencia de convertirse en potencia mundial.
[Crédito foto: theconglomerate.org] También puedes leer:
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