Cuando se piensa en aprovechar las vacaciones para aliviarse del estrés, para descargar esa mochila tan pesada repleta de quehaceres propios de la rutina laboral y olvidar los malos ratos que nos tragamos a cántaros con trámites, gente incomprensible, taxistas o malversadores, seguramente Corea del Norte no sea la primera opción en nuestra lista de sitios para buscar esa relajación que mente y cuerpo piden a gritos. Pero, si le damos una oportunidad a la República Popular Democrática de Corea, podemos pasarla realmente muy bien.
Aprovechando mi estancia en Beijing, capital de China, me embarqué en un tour ofrecido por la empresa Young Pioneer Tours. Partí en busca de secretos a develar, pensando en levantar alfombras y sacudir el polvo, soñando con desenterrar huesos y vaciar placares llenos de esqueletos con carga atómica activa.
Me trasladé a Dandong, al norte de China, y desde este punto crucé la frontera en tren hacia el tenebroso Reino de Kim. De camino vi un puente inconexo, un señor paseando a sus patos por la pradera y pescadores pasando el rato en cuclillas sobre lagos y ríos congelados.
Nos recibieron dos guías lugareños, sonrientes y radiantes como el sol norcoreano de las tres de la tarde. Vamos al hotel. El olor a desinfectante, casi tangible, daba la bienvenida y destacaba las cinco estrellas del alojamiento. Un corte de luz también nos recibe.
Tomamos el ascensor, se corta la luz nuevamente. Tengo miedo. La electricidad regresa y el elevador demora unos minutos más en reiniciar el sistema. Salimos de esa trampa y la luz nuevamente se va, casi a la velocidad que Einstein comprobó que la misma posee. Con mi compañero de cuarto oscuro, un inglés, reímos. Claro, sobrevivimos.
Hace frío, porque es invierno y ya que la calefacción simula no estar encendida. Las camas en nuestros cuartos cuentan con mantas eléctricas, para suplir la falta de otro método para generar calor. Nada mal.
Vamos al bar del hotel, los guías están ya algo entonados y brindando con su tercera o cuarta cerveza. Es un hombre de unos 40 años, el Señor Song. A su lado está su compañera, algo tímida y de unos veinticinco años, la Señorita Song. Ninguno ha tenido la oportunidad de salir de su país, por falta de tiempo. En la barra de ese bar, una jovencita sirve los tragos. Mis pies helados me obligan a pedir un té. Luego sigo con cerveza y vodka.
-¿Te ponen las coreanas?- dice un desubicado. No respondo más que con una risita, pero acepto que esas féminas tienen algo, un rasgo militar que realza sus encantos naturales. Con la chica en la barra tengo un diálogo de sonrisas y una conexión de simpatía, le enseño cómo se hace una rosa con servilletas de papel y se ruboriza.
Es el cumpleaños de uno de los chicos y el Sr. Song ofrece la sala de Karaoke para celebrar. Bebidas, risas, chistes. Es una de las noches más divertidas de mis últimos tiempos. La Srta. Song canta My Heart Will Go On, imitando el estilo de Celine Dion. La electricidad viene y va, pero el efecto del alcohol es cada vez más notorio. Creo que los guías están algo pasados de brebajes etílicos, ríen a carcajada limpia y cantan sin parar. En algún momento nos fuimos a dormir.
Los días siguientes recorrimos Pyongyang, la capital de esta Corea. Es de destacar el Museo de la Guerra de Liberación, que muestra la gloria del pueblo de Kim y a su vez expone en sus afueras al Pueblo, un barco estadounidense que está aún en posesión del gobierno norcoreano.
Leo un diario, es el año 105 según de la era Juche. Esa filosofía que todo lo sabe, la Juche, le da el poder al hombre y lo hace responsable de sus acciones. De alguna manera Descartes colaboró con este país. Reviso nuevamente la fecha para asegurarme de que no estamos en 1984.
Veo las fotos de los líderes por todos lados, pero no noto la presencia de cámaras de vigilancia. No se puede imitar la pose de los Kim al tomar una foto, no se pueden doblar las publicaciones gráficas que muestren a los líderes, no se puede tomar fotografías de los líderes que no sean de cuerpo completo. Líderes, todo lo que se refiera a ellos es sagrado.
Nuevamente un bar, en otra locación. Nos sirven cervezas artesanales. Es todo muy barato. Otra vez en su estado de ebriedad, escuchamos al Sr. Song hablar de su familia, de su padre, de su hijo, de sus problemas con el tabaco y el alcohol. Evadiendo preguntas, expone su conocimiento sobre el mundo exterior. Sabe mucho del planeta que nunca visitó y cuenta historias de nuestras tierras al estilo de Julio Verne.
Al día siguiente, antes de marcharnos, viajamos en metro. Apenas vemos dos estaciones, esas que algunos dicen que les dijeron que son las únicas que existen. La explicación es que no tenemos tiempo suficiente para testificar más.
Nos subimos al tren que nos alejará de esas tierras de placer. Recuerdo que la noche anterior la Srta. Song me narraba la historia de una pareja de suizos que hacía unos años visitaron Corea del Norte en su luna de miel. Iban a la playa y la convidaban con bebidas de todo tipo. En ese momento, me sonríe y se quita las gafas. Luego de unas copas más me cuenta todos sus secretos, pero los que guarda su país siguen siendo aún un misterio. Seguimos con cervezas en el viaje de regreso a la China continental, allí el alcohol es mucho más caro.
[Crédito foto: Archivo de Mauricio Percara]
También puedes leer:
– Liberation Day Tour llegó a Norcorea