El delta del Rio de las Perlas es una megaciudad china de sesenta millones de habitantes. Aquí nació el boom proyectado por Deng Xiaoping, y aquí se mide el fin de ese modelo. ¿Representa una crisis o una transición? Fuimos a conocer los pequeños y medianos emprendedores de la industria textil en Dongguan, quienes más están sufriendo la contracción de las exportaciones, pero para quienes el “sueño chino” es suficiente para seguir luchando.
An Jing Chang tiene cuarenta y seis años, una esposa de la misma edad que se llama Yan Xuping y un hijo de veintidós, An Dong, “el cual tendría que tomar cargo del negocio y en cambio solo quiere jugar videojuegos.” An, padre, es de la provincia de Henan. Tiene la piel oscura, una cicatriz en el cuello y camina con dificultad, ondulando el paso y arrastrando las piernas. Es lo que acontece después de días largos pasados en el banco del laboratorio textil donde trabajaba aplicando suavizante a la ropa, lesionando permanentemente su columna cervical. Hubo que abrírsela y corregirla de algún modo. Quedó paralizado. Después de muchos esfuerzos recomenzó a caminar así, meneando de lado a lado. En ese punto pudo negociar una jubilación anticipada, se llevó consigo a su esposa, que trabajaba como contadora en la misma empresa, y juntos comenzaron a producir el mismo suavizante que antes producían como empleados, pero ahora como privados. Sus clientes naturales son las empresas textiles que aquí en Dongguan crean géneros de punto imitando diseños occidentales, y después agregándole ese no-sé-qué de la estética china.
Shenzhen está hacia el interior desde Hong Kong, después de la frontera con China continental, un ex pueblito de pescadores donde el genio visionario de Deng Xiaoping quiso crear la primera Zona Económica Especial, para atraer capital extranjero y avivar el “socialismo de mercado”, que es el sueño de prácticamente cualquier neoliberal. Dongguan es todavía más al interior, compuesto por fábrica tras fábrica, en una línea interminable que llega hasta Guangzhou, antiguamente Cantón. En total, el delta del Rio de las Perlas es tan grande como la punta noreste de Italia, pero tiene por lo menos sesenta millones de habitantes. Es un numero variable— algunos calculan que el numero real es incluso el doble—porque muchos de los obreros son migrantes sin hukou – el permiso de residencia clave para beneficiarse de cualquier servicio público. Vienen de las provincias pobres del interior para buscar fortuna en la zona más rica de china, y se marchan en tiempos de vacas flacas. Son un colectivo extremadamente móvil. Mientras Shenzen se diversifica, Donguan sigue siendo una zona de manufactura y nada más. Como sucede con las pequeñas fábricas llamadas “laboratorios autónomos” en la Italia de los años ochenta, muchos aquí empezaron como obreros para después volverse pequeños emprendedores subcontratistas. Ahora estas personas sufren, porque después de la crisis financiera global del 2009, los países occidentales no compran tanto como antes.
“Creé calidad, experimenté, mejoré el producto. Y es todo ecológico,” dice An Jing Chang continuando su explicación. Con la pareja trabaja un tío de la esposa – un hombrecito que no dice nada nunca y que se la pasa continuamente revolviendo el líquido blancuzco en una olla –. En teoría trabaja también el hijo, aunque ahora mismo no demuestra muchas ganas. El laboratorio consiste en un garaje que da sobre una grande avenida. Entra el calor y el polvo desde afuera, pero también la luz. El laboratorio también es donde viven. El cuarto con las camas y las literas está atrás. En el garaje que da sobre la calle hay torres de tanques de suavizante. “Sí, se ve la crisis, mucho trabajo migra a las fábricas en el sureste asiático, pero mi producto es superior y solo tengo que encontrar los contactos adecuados para exportarlo allá abajo.”
Los guanxi – la red de relaciones fundamentales para hacer negocios en China – no le sirven a An más allá de la frontera. Él espera también poder vender en China. No es cierto que los líderes en Beijing ahora apuesten todo por el crecimiento basado en el consumo de la nueva burguesía domestica. Por eso este pequeñísimo emprendedor subcontratista chino pasa horas en su garaje-laboratorio-casa entreteniendo invitados, otros emprendedores pequeños de la zona, comiendo manjares del campo, tomando té y baijiu – el aguardiente chino –, y fumando cigarrillo tras cigarrillo. “Comer bien, fumar, KTV: los negocios en Guangdong se hacen así,” dice el hombrecito corpulento invitado al garaje-comedor de An, agregando a la comida, aguardiente y cigarrillos, la tercera especialidad de Dongguan y sus alrededores: el karaoke.
An se encarga primariamente de esto, mientras el tío revuelve la caldera. Esta ceremonia continua que alimenta los guanxi es aún más importante que el pinzhi – la calidad del producto – que de todos modos viene justo después. Él vive con la familia en un garaje, pero se compró un SUV Volkswagen de veinte mil euros – “un buen negocio” – para dar buena pinta. La llaman “resiliencia”, esta capacidad de organizarse en situaciones adversas, de reducirse hasta condiciones inimaginables si se puede ver un beneficio concreto al final del túnel. En chino esto se llama tanxing, pero el termino se usa más para describir la característica de un objeto que para indicar un rasgo humano. Pero esa característica la tiene. Sin duda.
Liu Xiaoping – con el mismo nombre del político que marcó el inicio de todo esto – tiene cuarenta y cuatro años, pero es tan energético que demuestra diez menos. Tiene una fábrica de textiles. Mientras cuenta su historia, recibe a los representantes de una cadena de almacenes de ropa que hizo una inversión de mil quinientos millones de renminbis (más que doscientos millones de euros) en el mercado doméstico chino. Camina en la dirección del mercado doméstico, que también es el destino de Liu, proveniente de la provincia de Fujian, “tierra de grandes jefes militares que participaron en la Larga Marcha con Mao,” dice. Él está a un nivel más alto que An Jing Chang, quien le provee el suavizante. Liu cuenta que en esta época los pedidos desde el exterior han disminuido. “Llegan a intervalos cada vez más largos, mientras esos del mercado local tienen un buen ritmo, todavía si son más pequeños.”
Liu Xiaoping no muerde más de lo que puede tragar; su pequeña fábrica es del tamaño perfecto: tres pisos y sesenta empleados que se vuelven cien cuando aumentan las órdenes. En los telares del primer piso hay solo mujeres, vestidas con abrigos brillantes para protegerse de la humedad más que del frío. Liu dice no estar interesado ni en el juego, ni en las mujeres, ni en las inversiones en bolsa ni en los inmuebles. Le importa solo la manufactura. Paga a los obreros seis mil renmimbis por mes (más que 800 euros) para ocho horas de trabajo por día – por lo menos eso dice – y da también bonos basados sobre la productividad y las ventas.
Llega un obrero y pidiendo empleo, y se efectúa un intercambio extraño. Liu, caminando en círculos para deshacerse de su energía incansable, se queda de pie, mientras el joven se instala cómodamente en el sofá como si fuera él el jefe. El emprendedor le ofrece tres mil setecientos renminbi por el primer mes de prueba (poco más de quinientos euros), el joven pregunta inmutado si tendrá vacaciones pagas.
Ha realmente cambiado el mundo de trabajo aquí entre la primera y la segunda generacion de mingong, los obreros migrantes que llegan de las zonas rurales. Cambios demográficos y nuevas leyes protegiendo a los obreros han aumentado de algún modo su poder contractual. En vez de catalizar formas de organización colectiva – desincentivadas si no reprimidas por las autoridades – esta realidad produjo una movilidad “infiel” extrema: el trabajo sigue siendo durísimo, pero los migrantes de segunda generación tienen muchas oportunidades para obtener bonos de varios tipos siendo contratados individualmente, marchándose apenas surge un empleo más favorable.
Este hecho hace enloquecer a los emprendedores, quienes hacen inversiones significativas en la formación de sus obreros e intentan retenerlos aumentando sus salarios. Después del Chunjie, el fin de año lunar chino, se hacen las cuentas. Es el periodo cuando los obreros chinos hacen parte de la mayor migración en masa del mundo entero: viajan a sus pueblos a ver sus familias, y después se van de vuelta al trabajo en las zonas cerca a la costa. Por lo menos en teoría. Los datos oficiales relatan que este año, al fin de febrero, el 77% de los mingong fueron de vuelta a sus fábricas. Pero el riesgo que falte mano de obra ha motivado a los emprendedores locales a automatizar más con máquinas y alta tecnología las labores. En este punto se hace menos necesario el obrero sin especialización. Se necesitan solo esos más capaces, o más jóvenes y despiertos, sobre los cuáles tiene más sentido hacer inversiones para su formación. Solo si, obviamente, las empresas se lo pueden permitir.
Hasta hace poco tiempo, iban a Dongguan intermediarios de Zhejiang, al sur de Shanghai, zona conocida por la propensión que sus habitantes tienen hacia los negocios. Son de Zhejiang también muchos de los chinos que hoy se encuentran en las ciudades Italianas. Compraban al por mayor en Dongguan y exportaban a Europa. Así se explican los almacenes de importación-exportación llenos de mercancías en la zona de Via Paolo Sarpi en Milán, donde se encuentra la mayor comunidad china de Italia. Ahora que el Occidente paró de comprar, el flujo se congeló.
Ya que surgieron los intermediarios, los emprendedores de Dongguan quieren empezar a remplazarlos ellos mismos. Tardará tiempo antes que elaboren productos adecuados para los mercados occidentales, y mientras tanto se sostienen con el mercado doméstico.
Cuando se habla de pinzhi – calidad— un Italiano pensaría en los almacenes de lujo de Via Montenapoleone, en Milan, y pensaría en la imposibilidad de que los productores de Dongguan lleguen a esos niveles. Pero en la mente de ellos, surgen las miles de ciudad-condado, ciudad-prefectura, "nuevas ciudades sostenibles” donde el gobierno chino esta intentando a empujar los mingong para volverse pequeños burgueses. Y ahí hay potencial. La calidad, como la moralidad, es un concepto que depende del contexto. Basta solo tener guanxi.
Liu muestra suéteres que imitan alguna cosa producida por Zara, pero no es una copia pura: hay el toque chino que los hace un poco diferentes y más atractivos para sus compatriotas. Cada fábrica tiene su pequeño laboratorio de diseño, donde algún ex estudiante de “escuela de vocación” – equivalente a un instituto de formación profesional – diseña modelos imitando— pero nunca demasiado—alguna creación occidental. Uno de los diseñadores alza un momento la vista desde sus hojas de papel, sonríe, y saluda levantando un pulgar.
“Usted sabe, yo también leo las noticias en mi teléfono,” dice Yan Xuping, la esposa de An. Baja de estatura, a los veinte años fue una joven bella de piel liza y con una sonrisa dulce que no perdió con los anos. “Sé todo sobre Detroit, la ciudad automóvil quebrada.” Tiene miedo – todos tienen miedo – que también Dalang, pueblo de los textiles en Dongguan, pueda acabar del mismo modo. “Pero la ropa es una necesidad básica, mientras los carros no”, dice, dándose fuerzas.
[Escrito para Il Venerdì di Repubblica. Crédito Foto: Gabriele Battaglia]
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