En su primer texto de este año, y desde la inocente mirada de un extranjero en China, Arturo Alvarado comparte un relato sobre un hijo y una madre que son separados en el concurrido metro de Beijing.
Veinte millones de personas se adelantan, se interceptan y de vez en cuando colisionan. Todos tienen prisa, van pegados al pito de sus carros gritones, zigzagueando en bicicleta o amontonándose a pie. El sol se termina de guardar y arranca el frenesí de luces. Se reflejan en los ventanales de los edificios y se consumen en los charcos que dejó la lluvia de la tarde.
Una madre y su pequeño caminan de la mano con la misma prisa que lleva el resto y entran en una estación del Beijing Subway Railroad System Línea 10. El niño lleva un helado en su mano libre. Toman las escaleras eléctricas que los transportan bajo tierra y ahora son parte del mar de caras que inunda los túneles. El niño ve como le sonríen los rostros de la publicidad que se repiten en las pantallas estampadas a lo largo del trayecto.
Al llegar al andén advierten que el tren ya llegó y está a punto de cerrar sus puertas. Nadie quiere esperar al próximo tren y esta familia se une a la estampida que se abalanza hacia el vagón. Corren todos con esa misma urgencia infundada . El niño sabe que lo van a lograr, sabe que van a llegar a tiempo. Cruza la puerta rechinando los dientes para luego voltearse y ver a su madre chocando contra la misma puerta que se le cierra en la cara. El helado se estrella contra el suelo del vagón y un “maaa!” desgarrador que suena igual en todos los idiomas nos derrite el corazón a los que estamos dentro del tren.
Es el grito inconsolable del niño que se ve perdido para siempre y que impotente solo puede esperar a que esa máquina empiece a moverse, esa máquina que tiene un adentro y un afuera, hecho ineludible que lo separa de lo que más importa.
Al otro lado de las puertas de vidrio el rostro de la madre parece vaciado de todo brillo, como si le estuvieran drenando el color. Pero muy difícilmente los meros espectadores podemos detallar la escena desde una multitud de cabezas, y lo que parece, con frecuencia no es lo que es: El subway de la línea 10 tiene dos puertas casi pegadas una con otra; la primera para evitar que alguien caiga en los rieles cuando no ha llegado el tren, la segunda es la del vagón. Los poderosos dedos de la madre yacen atascados por la primera puerta de vidrio, y aquí los trenes no pueden arrancar hasta que ambas puertas queden totalmente cerradas.
[Crédito foto: gbtimes.com] También puedes leer:
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