Beijing y Shanghai han anunciado que pondrán límites a la cantidad de habitantes en sus ciudades: la manipulación demográfica sigue siendo la gran obsesión del Partido Comunista Chino.
En el país más poblado del planeta la demografía ha sido manejada como el sistema de compuertas de una hidroeléctrica. Los límites a la reproducción y la circulación, dos actividades cuya libertad en la mayoría del mundo son derechos humanos básicos, en China suponen la forma de sacar el mayor provecho al activo más básico de una nación: su mano de obra.
El sistema demográfico diseñado por el Partido Comunista de China desde los años ochenta ha sido el más ambicioso en la historia de la humanidad. El debate está abierto con respecto a si la introducción de la política del hijo único hizo algo por evitar un apocalíptico "baby boom", o si fueron las políticas de salud pública introducidas durante los años 60 por Mao Zedong, junto con el aumento en el costo de la vida gracias al crecimiento económico de las décadas de los 70 y 80, lo que produjo un límite espontáneo que habría sido bastante cercano al del hijo único (una política que por demás no se aplicó a rajatabla en muchos espacios rurales durante las décadas que estuvo en pie).
Sin importar cuál tenga razón, el punto es que ahora China está enfrentando un cuello de botella demográfico: hay demasiados ancianos para la cantidad de jóvenes, y la economía sufrirá una desaceleración mayor a largo plazo por causa de esto. La política del hijo única fue desechada: ahora los padres pueden tener dos hijos y hasta más si el Estado lo permite. El año del mono, por ejemplo, tendrá como logotipo oficial a una madre mono con dos crías, en lugar de la cría única que tuvo hace 12 años.
El hukou, que es el permiso de residencia que todo ciudadano chino debe portar, y que legitima su vínculo con este kafkiano y orwelliano Estado, ha sido la principal herramienta para limitar una migración todavía más masiva del campo a la ciudad. Sin embargo, el sistema también creaba condiciones de vida de segunda categoría para los inmigrantes, y en la práctica suponía una imitación del inhumano apartheid sudafricano. El sistema de hukou, por lo tanto, está siendo relajado.
A pesar de estas reformas, la pretensión de controlar la migración y población urbana es mayor que antes. Beijing y Shanghai acaban de anunciar que para el 2020 limitarán la población de sus ciudades a 23 y 25 millones, respectivamente. Igualmente, hay más de 50 nuevas ciudades que deben ser pobladas durante los próximos años. Hay que trasladar la mano de obra a otros puntos de la geografía china.
No se han dado detalles con respecto a cómo se hará esta reforma, pero con un sistema de natalidad y de hukou más abierto que antes, no tienen muchas más herramientas a mano que incentivos económicos, y traslados de empresas, oficinas e instituciones educativas gubernamentales. Es decir, trasladar algo del Estado hacia la periferia de las ciudades que se quieren vaciar, y hacia las ciudades nuevas que se quieren poblar.
Si debiera dar una característica con respecto a qué distingue a China de las demás naciones, sería el inmenso poder y la ambición de su Estado. Los objetivos los cumple, así deba falsificar las cifras, como probablemente ocurre con la de crecimiento, o deba cometer arbitrariedades contra los ciudadanos. Impera el plan mayor diseñado por políticos que son igual de ciudadanos que los otros (o incluso más iguales). El escepticismo que pueda despertar este nuevo objetivo demográfico del Estado es casi irrelevante, en especial si se convierte en un punto de honor, o en algo lo suficientemente importante para su imagen. La población en el 2020 será exactamente esa.
[Crédito foto: elpais.com]
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