En esta sinología, Manel Ollé, doctor en Historia de la Universidad Pompeu Fabra, y profesor asociado de Historia y Cultura de China contemporánea, explora la transición que se dio en el cine chino a finales de los 80 y principios de los 90, cuando terminó la quinta generación de cineastas y comenzó una nueva época en el cine nacional.
La repercusión de los nuevos cines chinos sobre el público internacional y la llegada a las salas de exhibición y a los festivales de más influencia no empezó hasta el año 1988, cuando Hong gaoliang (Sorgo Rojo) de Zhang Yimou ganó el Oso de oro del Festival de Berlín. Desde entonces la presencia de títulos chinos entre los films galardonados en festivales de cine internacionales se ha convertido en una constante casi invariable. El año que no se premia una por película de la República Popular China se lleva el galardón una de Taiwan o de Hong Kong, y el año que no hay premio en Venecia hay uno a Cannes, en Berlín, Hollywood o San Sebastián. Con el paso de los años se ha ido percibiendo el fenómeno de forma más amplia. Se han renovado lenguajes y se han superado estereotipos.
Bajo la etiqueta de Quinta Generación se acostumbra a reunir aquel grupo de cineastas de la República Popular China que durante la década de los años ochenta consiguieron dejar atrás el didactismo esquemático y el regusto acartonado casi hegemónico en el cine chino del periodo maoísta y apostaron por devolver al cine su raíz estética –visual, sonora, narrativapor explicar historias libres de consignas, con emoción y capacidad de dirigirse los individuos concretos y no a las masas anónimas. La etiqueta de quinta generación se aplica concretamente a los miembros de la quinta promoción de la academia cinematográfica de Pekín que se graduaron el año 1982. Antes de empezar los estudios, todos ellos eran zhiqing, concepto de la fraseología maoísta que se puede traducir por el eufemismo casi irónico de "jóvenes instruidos": a todos ellos los pilló la Revolución Cultural en llena adolescencia y fueron enviados al campo a "aprender del pueblo". Allí recibieron una inyección de realpolitik que los acabó inmunizando del bombardeo de consignas ideológicas de la época. Allí pudieron también entrar en contacto con la China profunda, rural, tradicional, con etnias minoritarias, incontaminada de los discursos de modernización y de uniformización emitidos desde los centros de poder de Beijing.
Los cambios más relevantes que se produjeron a principios de los años ochenta afectaron a la capacidad de recuperar algunas esferas de decisión personal y de privacidad que el colectivismo extremo de la Revolución Cultural había borrado. Los chinos redescubrieron la posibilidad de explorar a través de la ficción emociones e historias particulares, alejadas de la épica colectiva. Las películas de los nuevos directores chinos representan uno de los hitos expresivos de la cultura china de los años ochenta y de los noventa del siglo XX, sin duda la más internacionalizada a través de la plataforma de los premios cinematográficos europeos.
Del cine chino de la quinta generación se ha elogiado tanto el atractivo visual y la pulcritud formal como la capacidad de narrar historias. Entre los temas recurrentes en estas películas encontramos el de las grandes convulsiones de la historia china contemporánea, con un tratamiento panorámico que sin apuntar al aliento épico ni al individualismo se sitúa en muchos casos en el cruce donde se encuentran la vivencia personal y la aventura colectiva. Otros temas recurrentes son los de la China rural, con la reafirmación de unos paisajes inevitablemente humanos, y tal –y como antes apuntábamos- el tema del papel de la mujer en la sociedad tradicional. Dos de los rasgos que definen la mayoría de films de estos directores tienen que ver, pues, con una nueva forma de apropiarse la tradición y un cierto manierismo estilístico. Las relaciones de este nuevo cine con la literatura contemporánea china son intensas y fructíferas: casi todas las películas de estos directores son adaptaciones más o menos literales de obras literarias coetáneas.
Entre los miembros de la quinta generación se encuentran dos de los directores chinos más conocidos actualmente en occidente: Zhang Yimou y Chen Kaige. El proceso de descentralización y de renovación de la industria cinematográfica y televisiva que se produjo a principios de la década de 1980 permitió a estos jóvenes cineastas acceder rápidamente a la realización de proyectos creativos propios en estudios cinematográficos provinciales como los de Xi’an o de Guanxi, sin la controlada rigidez burocrática de los centros de producción con más tradición, como los de Shanghai o Beijing.
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