En esta crónica, Juan Arévalo narra su recorrido por Fenyang, un pueblo árido y olvidado de la provincia de Shanxi, donde el galardonado maestro del cine pasó su infancia y adolescencia. En estos lugares nació la inspiración de Jia para narrar la poesía y la nostalgia de una China pre urbana que está siempre en transición.
Hace más de tres años que vivo en China y siempre que pregunto por el cine de Jia Zhangke me responden sin emoción: es un cineasta que gusta afuera, punto. Las generaciones más jóvenes conocen su nombre, pero tampoco le siguen, a pesar de que su última película A Touch Of Sin (2013) coqueteó con el popular género de artes marciales Wuxia, desde su propio y característico estilo de ficción documental. Además, para este film contó por primera vez con una estrella dentro de su reparto, el talentoso y carismático actor Jiang Wu.
Jia Zhangke no parece animar demasiado al pujante mercado cinematográfico chino, que posee directores y actores muy reconocidos local e internacionalmente. A pesar de haber ganado premios y reconocimientos en muchos festivales europeos y americanos por su excelsa calidad artística y técnica, que contrasta con los presupuestos limitados de sus producciones. León de Oro del Festival de Venecia en 2006 con Still Life, Mejor guión en el festival de Cannes 2013 con A touch Of Sin, además de ser parte del jurado de Cannes en varias ocasiones y recibir recientemente la Carroza de Oro de la Sociedad de Realizadores Franceses (SRF). Hay algo que no gusta pero tampoco lo comentan abiertamente. Cuando hablo con la gente e intento entender el poco interés que despierta, me explican generalmente que para ellos las cosas que muestra su cine son tan conocidas por todos, que no parecen ni muy creativas ni interesantes.
Guionista, director y productor Jia Zhangke nació durante la revolución cultural, en Fenyang, un pequeño poblado al norte de China, en la provincia de Shanxi, cerca de la Mongolia Interior. Fenyang se yergue sobre un llano de tierra seca con temperaturas de variación extrema, lo que agrava la esterilidad y cansancio de la tierra por el monocultivo de cereales. La gran industria se ha volcado a la extracción de carbón y a su famosa producción de licor. Aún hoy, en Fenyang no hay estación central de tren. Su niñez, de la que Jia Zhangke habla poco pero con cariño, y su adolescencia rabiosa transcurrieron entre las polvorientas calles y los drásticos cambios políticos que centrifugaron, nuevamente, las mentalidades de los ochenta y noventa en China. Su cine habla del impacto de esa nueva revolución cultural y económica. Cuenta que en su juventud, al enterarse que había llegado el ferrocarril a la región, consiguió una bicicleta prestada para hacer un viaje de más de dos horas y así ver por primera vez un tren, según él, el medio que le facilitaría salir de ese árido valle de tierra amarilla, de su llano en llamas, el lugar donde deambularán para siempre él y sus personajes.
Para salir de Fengyan, Jia Zhangke encontró en los estudios universitarios su única opción. Sin embargo, sus bajas notas le impedían un fácil acceso a la universidad, así que se decantó por el arte como escape al corte académico. Así llegó a la capital de la provincia, Taiyuan, a estudiar pintura en la Universidad de Shanxi. A pesar de ser la capital de una provincia con una extensión de tierra igual a Inglaterra y Gales, Taiyuan, apenas rebasa los cuatro millones de habitantes. En los valles circundantes viven desperdigados en pequeños poblados casi cuarenta millones de personas, una región emergente, rural y con leyendas ancestrales de corrupción por el poder y el dinero desde la época imperial. Los pobladores de la región, descritos como trabajadores y de carácter endurecido, fueron la inspiración inicial del universo poético creado por Jia Zhangke. Junto a su fiel y pequeña tropa de actores y colaboradores, muchos de la misma provincia de Shanxi, ha creado una bellísima topografía ficcional que reflexiona sobre la China pre urbana y urbana en su trilogía inicial de largometrajes, Xiao Wu / Pickpoket (1997), Zhantai / Platform (2000), Ren Xiao Yao / Unknown Pleasures (2002); en mi opinión, la más humana y universal de la producción cinematográfica actual.
Hago un largo viaje desde Shanghai para visitar Shanxi y recoger algunas notas e imágenes sobre Taiyuan, Fenyang y Pingyao para este artículo. Lugares todos usados como locación en varias de sus películas y documentales. Las grandes ciudades en China gozan hoy de una gran infraestructura, China es una potencia económica desde tiempos inmemoriales. Su gente ha sido parte del primer mundo cultural y económico desde siempre. Sus períodos de crisis y cambio entre el sistema feudal imperial y colonial hasta las repúblicas del siglo XX, han dejado un impacto en la transformación de las mentalidades sociales y físicas del país. El urbanismo de las zonas aisladas, al que ahora llega la pujanza del nuevo modelo económico, permite ver esa compleja trasformación de la que habla Jia Zhangke. Taiyuan no es diferente. Avanzo por una avenida donde se aprecian grandes obras de urbanismo moderno, puentes, avenidas, grandes edificios y hoteles, centros de negocios. A partir del modernísimo e impecable aeropuerto, me di cuenta que las cosas han cambiado mucho en apenas la última década. Desde el autobús que me lleva al centro de la ciudad veo la Universidad de Shanxi donde estudió pintura Jia Zhangke, decido apearme para preguntar por la facultad de arte, pero no me dan razón de ella, es un domingo a inicios de primavera y los estudiantes regresan a clase. En Taiyuan todavía se preservan muchos viejos bloques habitacionales en los que mucha gente vive, quizás en un futuro serán demolidos, pues en la ciudad se levantan nuevas colmenas, vacías en su mayoría, pero con grandes letreros de oferta. La ciudad da la sensación de dinamismo comercial, pero se le ven las costuras: viejos parques que recuerdan un pasado mejor, pero que cuentan en sus aceras con las últimas bicicletas urbanas de préstamo con tarjeta o modernos tranvías al lado de viejos buses de los años noventa, aún en circulación. Contrastes propios del proceso de modernización.
Durante su formación en arte y pintura, en Taiyuan, Jia Zhangke encontró su vocación mientras veía una película de un director local. Esto lo llevaría a cursar estudios en Dirección y Escritura en la prestigiosa Escuela de Cine de Beijing. Desde sus primeras obras de entonces, sorprende ver que siempre ha sabido exactamente lo que quiere contar y cómo hacerlo. A partir de su debut profesional con su famosa primera trilogía, no ha cesado de señalar los remiendos sociales que va dejando en la gente común esa comunión forzada entre espacios y tiempos no simultáneos producidos por las fuerzas del cambio económico en China. Este es el leitmotiv que choca incesante contra los testimonios de sus personajes. Su ficción documental, está llena de ternura, nostalgia y preocupación por su cultura y la gente. Con orgullo y amor propio parece querer recordar que desde la legitimidad del éxito alcanzado con el crecimiento de la industria y el mercado, quizás sea bueno reflexionar sobre los fracasos y vacíos que se sabe va dejando colateralmente a su paso el nuevo motor económico. Sobre todo en una sociedad que enfrenta una ruptura de mentalidades generacionales con las reformas y apertura de finales de los años setenta.
Varios directores de sociedades del primer mundo se han preocupado por estos defectos del progreso y del paso del tiempo en las sociedades y no por eso han sido mal interpretados. En Inglaterra un magnífico y veterano cineasta como Ken Loach (Nuneaton-1936) también se ha interesado por esta ficción documental para reflexionar sociológicamente sobre la presión del mercado y la economía en los individuos de las clases sociales al margen. Sus producciones para televisión o cine siempre se han encargado de reflexionar sobre la clase trabajadora y al igual que Jia Zhangke no para criticar el mercado o ir en contra del desarrollo económico sino para advertir y recordar que si es imposible vivir fuera de las fuerzas del mercado se debe conocer y reflexionar sobre la presión que produce en los individuos esas rutinas de micro violencia dentro de una escala moral de valores exclusivamente individuales. En palabras de Jia Zhangke, porque aún existen dos chinas dentro de nosotros. Su poética busca puentes que conecten esas ausencias y vacíos.
Casi en el centro de Taiyuan, mientras me acerco a la estación de trenes para iniciar mi recorrido, recuerdo a otro director que se preocupó por esa distancia y abismo generacional que trae el tren del progreso, el japonés Yasujiro Ozu (Tokio 1903-1963), quien en obras como Tokyo Story (1953) exploró dinámicas similares a la ruptura entre generaciones con la llegada de los cambios de mentalidad por el progreso. En ese film de Ozu, el progreso del tren es un elemento de desplazamiento, no de unión.
No sólo los temas en Jia Zhangke son cuidadosamente estudiados y desarrollados, su estilo es igualmente muy preciso y con él fortalece su discurso. Narra siempre con un movimiento pausado de cámara y mediante tomas largas, con lo que trasmite veneración al espacio, a los objetos y los personajes. Esa calma y respeto permite trasmitir al espectador una comunión muy especial con el espacio o los personajes, dando tiempo suficiente para leer en los detalles de las expresiones. Una poética de meditación cercana al dibujo o a la escritura clásica china, en la que la respiración y la certeza del movimiento conceden pautas de belleza al trazo. Ese deseo y afán de su cine por recuperar testimonios y retratar memorias y vacíos ante esta urgencia de trasformación que lo inunda todo, se relaciona con el proyecto de la directora francesa Agnes Varda de los años setenta, cuando guardó para nuestra fortuna el cambio de los comercios de esa ahora inmortal calle de París, con imágenes entre misteriosas y tiernas de los comerciantes de Daguerréotypes (1975). Obra que se enlaza con trabajos del director chino como 24 Hours City (2008) o su otro documental In Public (2001).
El cine de Jia Zhangke está lleno de detalles, literatura, pintura, opera china, surrealismo, retratos, silencios entre más cosas que dan a esa mirada de observador externo a lo propio una extrañeza que no siempre es fácilmente aceptada por un público local, pues en su mayoría, como en occidente, están acostumbrados a un lenguaje de entretenimiento orgánico, usual en el cine de consumo masivo.
Mientras camino veo en las aceras limpias un hielo sucio y acumulado en los rincones desde hace días, viejas nevadas, que aún se resisten ante un cielo azul y despejado del que llegan golpes de viento con olor a minerales. Camino entre una mezcla caótica de sonidos, algunos locales ponen música en la calle, mientras veo gente rural que llega a la ciudad con sonrisas francas y amabilidad en la mirada y los gestos. Muchos jóvenes también llegan a continuar los cursos universitarios, todos van caminando entre un vocerío de mandarín y dialectos. China es un país muy seguro, es difícil sentirse igual en Inglaterra, España o Francia. No obstante, la percepción de seguridad se está erosionando y las redes sociales registran hechos de violencia aislada, suicidios, homicidios que involucran personas en situaciones límite. A partir de cuatro historias muy comentadas por las redes sociales locales, ,Jia Zhangke compuso su más reciente película, A Touch Of Sin (2013), donde describe cómo la micro violencia escala hacia una violencia con mayúsculas, para reflexionar sobre el efecto del irrespeto por la dignidad del otro.
Accedo luego de pasar varios controles de seguridad y subo al pasillo que conduce a las salas de espera de la plataforma del tren. Busco un lugar para comer sentado en una mesa, el único lugar que las tiene es un Mc Donald’s, está justo en la entrada de mi sala de espera. Acá en China siento que pronto sólo quedarán unas pocas grandes corporaciones para ofrecer los mismos alimentos y bebidas en todo el planeta, ojalá fueran unos deliciosos wontons al vapor, pero al parecer serán papas fritas y hamburguesas.
Según Jia Zhangke, para entender la nueva realidad en China, se necesita de lo irreal. En particular lo comenta refiriéndose a su película Still Life (2006) en la que se presentan varios episodios en los que nunca se aclara si es realismo de alucinación o directamente surrealismo, efectos para dar a entender la mirada del personaje sobre un espacio que ya no comprende por la velocidad y magnitud con que se trasforma. Actualmente trabaja en una nueva película, Mountains May Depart, donde por primera vez filmará en locaciones fuera de China. La producción será rodada parcialmente en Australia. Unos estudiantes comen a mi lado lo mismo que yo, mientras esperamos que abran la plataforma tres desde la que saldrá el tren a Fengyan, luego tendré que tomar un autobús que me costará proporcionalmente mucho más que el billete de tren, pues es un recorrido de media hora en un pequeño bus hasta el pueblo y cuesta un dólar. El boleto de tren cuesta lo mismo si se va de pie o sentado. Un solo trayecto cuesta dos con sesenta centavos de dólar y desde ayer no hay sillas disponibles.
Sus documentales como sus películas, son una puesta en escena entre ficción y documental donde crea intencionalmente un coro de personajes o espacios a modo de hilo conductor que van pasando ante el espectador con desdibujadas identidades que lentamente toman nueva fuerza entre un film y otro, de un documental a un film, de un corto a un largometraje, todo para unirse en un caudal de voces dignas, profundas, auténticas, imágenes que no saben mentir ante la cámara ni ante el espectador y que con dignidad, amor propio y arte, dan cuenta de su mirada sobre la China más actual.
Constato que mi viaje hasta su llano en llamas es un homenaje personal a su narrativa, técnicamente impecable, que hace de su cine una experiencia humana inusual, bella y dolorosamente gratificante.
Los menús que comemos los estudiantes y yo, nos han costado casi el doble de lo habitual, todo por estar comiendo dentro de la estación de tren, algo más de seis dólares. El tren en China es el método más económico y popular para viajar. Les pregunto a los jóvenes por qué no viajan en autobús para no ir de pie, el chico me dice que el boleto de autobús cuesta el doble, lo dice mientras cree que es él quien se come la Big Mac.
[Crédito fotos: Juan Manuel Arévalo]
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