El budismo y el confucianismo han sido una parte importante de la historia de China y Corea. En la sinología de esta semana, Christian Arnaiz, licenciado en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, analiza el rol que han desempeñado estas religiones a lo largo de la historia de dichos países, para consolidar distintos valores de la sociedad. Por otro lado, el politólogo intenta responder la pregunta de si fueron las creencias tradicionales o los gobiernos autoritarios de las distintas épocas los que convencieron a las personas de la necesidad de someterse a la autoridad.
Introducción
En la obra de Max Weber1 “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” el autor se propone, según sus palabras, “determinar la influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una mentalidad económica”. Al encomendarse a esta misión, Weber, deja sin tratar una cuestión de no menor importanc ia. Esta es, la de analizar el papel que jugaron los gobiernos autoritarios en la promoción de valores de tipo ascético entre los individuos de la época.
En el presente trabajo me propongo, por lo tanto, analizar el rol que desempeñaron los distintos poderes seculares, a lo largo de la historia de China y Corea, para consolidar valores -no ya ascéticos como en la obra de Weber sino- conservadores de respeto a la autoridad, a la familia y a la tradición, propios de un orden jerárquico en el caso del confucianismo. Y valores de rectitud, de legitimación de los privilegios y de cohesión social bajo una base espiritual nacional en el caso del budismo.
La pregunta a la que intentaré dar respuesta a lo largo del trabajo es la de si fueron las creencias tradicionales o los gobiernos autoritarios de las distintas épocas los que convencieron a las personas de la necesidad de someterse a la autoridad.
En función de tal objetivo me propongo, por un lado, repasar aquellos aspectos de las doctrinas confuciana y budista que pudieran haber sido seleccionados por las sucesivas elites por ser funcionales a un sistema de dominación y de perpetuación en el poder conveniente a sus intereses.
Por otro lado intentaré dar cuenta de algunos momentos de la historia china y coreana en que se pone en evidencia el protagonismo de sus elites dirigentes a la hora de promover aquellos valores antes mencionados.
1) Confucianismo
“El miedo compartido trae la paz hasta que los amores egoístas aumentan. Entonces la crueldad urde una trampa y siembra con cuidado sus cebos.” WILLIAM BLAKE, Resumen de lo humano (obra poética).
El confucianismo es aquel sistema ético y social que tuvo su origen en la China feudal con las enseñanzas de Kung-fu-tzu (que literalmente significa “ el maestro Kung”), cuyo nombre fuera latinizado por los primeros misioneros jesuitas que lo transformaron en Confutius y Confucius, derivando luego en nuestro Confucio.
Si bien existen autores que, siguiendo el criterio más aceptado y extendido en filosofía de las religiones, consideran al confucianismo como una religión al poseer los tres elementos requeridos (un concepto de la divinidad, una fe y un culto) esto solo pudo haber sido cierto hasta finales del primer milenio d.C. Luego, según Tchao Yun –Koen en “El Confucianismo”, fue desvaneciéndose el concepto de un Dios personal hasta confundirse con las fuerzas naturales y con el espíritu racional propio del hombre. Quizás, los mayores reparos a la hora de considerar al confucianismo como religión radique en las intramundanas aspiraciones de quien fuera su fundador, en las cada vez menos frecuentes alusiones al mandato del Cielo, en la ausencia de preocupaciones metafísicas en la historia de dicha doctrina, y en los limites impuestos a todo intento de trascendentalidad que, como tal, siempre fue visto por sus adeptos como sospechoso de transgredir el justo medio y armonía propios de la conducta de un hombre noble.
Los postulados de esta, según Etienne Balazs3, “doctrina racionalista y arreligiosa, fuertemente deudora de un tradicionalismo conformista” están muy relacionados con el momento de agitación política y social en que le toco vivir a Confucio. Nacido en el 551 A.C. en Tsou (N.E. de China), Confucio, dice Lionello Lanciotti4 (en “Confucio”) vivió en una época feudal bajo el poder central cada vez más nominal de la dinastía Chou, con señores feudales que comenzaron a agitarse, negándose a obedecer al gobierno imperial.
Es por esto que Confucio, al igual que los principales pensadores de la antigüedad china, dedicó su vida a resolver el problema político, asumiendo incluso personalmente – aunque sin éxito- diversas tareas de gobierno. A causa de esta búsqueda constante de dar solución a los problemas terrenales suele compararse al confucianismo con el aristotelismo en el sentido de que ambos sistemas de pensamiento han intentado fundar una razón que domine tanto a la naturaleza como a los hombres.
Pero al momento de ocuparse del problema político, es decir, del individuo en relación con el estado, Confucio no fue un revolucionario sino un restaurador de un, según Lionello Lanciotti, “antiguo sistema de sociedad, o, al menos de un sistema que se convirtió en hipótesis en la más remota antigüedad”.
Para tal propósito, Confucio no invento nada sino que utilizó los libros clásicos de los pensadores anónimos de la tradición china, para reinterpretarlos en sentido ético. La sistematización por parte de Confucio y sus discípulos de un conjunto de principios éticos y sociales logró enorme éxito a lo largo de la historia china, en buena parte debido a su extraordinaria simplicidad y debilidad doctrinal. Algunos de los rasgos más conservadores del Confucianismo fueron mencionados por Feng Youlan en su “ Breve historia de la filosofía china”:
Preocupado por la existencia de orden en la sociedad, Confucio pregonó durante su vida lo que él llamaba la “rectificación de los nombres”. Esta idea consiste, en última instancia, en la necesidad (para el mantenimiento de dicho orden) de que los individuos cumplan con las responsabilidades y deberes que les corresponden según sus “nombres” o función que desarrollaren dentro de la estructura social (ej.: gobernante/súbdito; padre/hijo; inferior/superior; etc.).
La virtud de la justicia (yi) fue definida por Confucio como aquel “deber ser” que obliga al hombre en sociedad a realizar aquellas acciones que deben ser hechas por sí mismas. Pero la justicia de dichas acciones (al igual que el imperativo categórico kantiano 2000 años después) no se circunscribe al ámbito visible o exterior de la acción, siendo así posible que una acción aparentemente justa, en realidad no lo sea al haber sido realizada en función de otras consideraciones de carácter no moral.
La benevolencia (ren), como esencia material de aquellos deberes, consiste, según Confucio, en “amar a otros” y la manifestación más perfecta de éste amor no puede darse más que cumpliendo con aquellos deberes de esencia formal de los que habláramos antes. No podemos dejar de ver en esta relación entre los conceptos de “amor” y “deber” una estrecha semejanza, para nuestra mirada occidental, con aquel imperativo agustiniano de “ama y haz lo que quieras” que recién cobraría existencia varios siglos después.
En sintonía con la virtud de la justicia y el “deber ser” que le es propio, el conocimiento del Ming supone hacer caso omiso del éxito o fracaso externo, desde el momento en que se reconoce la inevitabilidad del mundo tal como existe. El ming, siendo más precisos, es el decreto del cielo, origen de la naturaleza o esencia humana. Y el conocimiento de la misma, por parte del hombre, es indispensable para su propio perfeccionamiento. Esta creencia en la autodisciplina, adquiere un matiz social cuando se considera, como lo hacían los confucianos, que un país configura al hombre y su sabiduría en la misma medida en que el hombre configura al país.
Piedad filial
Este concepto, según Lanciotti, no se reduce simplemente a los deberes del hijo hacia sus padres sino que también comprende “el respeto por todo cuanto pertenece al mundo de los padres: el culto de lo antiguo, la veneración de la tradición, el respeto por cuanto pudieron haber hecho los predecesores, etc”.
A partir de estos deberes y reglamentaciones lo que se auspicia, según Lanciotti, es una sociedad organizada en forma piramidal en donde las relaciones entre superiores e inferiores y entre iguales (por ej. las relaciones de amistad) “ deben ser reguladas minuciosamente , aún en las manifestaciones exteriores por el Li, o bien por el rito, el ceremonial o la etiqueta”. Es que, según el pensamiento confuciano la observancia de las formas exteriores debía conducir a un mejoramiento espiritual de los individuos. Y, como ya se expuso, solo podría reordenarse una sociedad desordenada –principal preocupación de Confucio- elevando moralmente a sus miembros al nivel de sus primeros predecesores.
Es con este fin, continúa Lanciotti, que Confucio reimpulsó el culto de los antepasados, que de por sí siempre fue fuerte en China, pero rechazando cualquier alusión a supersticiones o cuestiones metafísicas, consideradas irrelevantes a la hora de solucionar los problemas de este mundo. Dado que, según Confucio, éstas pertenecen al mundo sobrenatural al que no podemos acceder.
Haz clic aquí para ver la sinología completa
El autor de este trabajo pertenece al Grupo de Estudios del Este Asiático del Instituto Gino Germani, Universidad de Buenos Aires.
También puedes leer: – Sinología: La crisis en los mares de China: implicaciones geopolíticas y en materia de seguridad – Sinología: China en la economía mundial: fortalezas, debilidades y perspectivas – Sinología: La relación triangular entre Europa, China y Estados Unidos [Crédito foto: Cyclechina]