Formas, olores, baile, música y luces, sobre todo luces, son la combinación que usa la compañía argentina de teatro, Fuerza Bruta, para crear una experiencia diferente. Esto es apenas un abrebocas de su presentación en Beijing.
Primera escena. Todo negro. Entras a oscuras esquivando telones gruesos que recubren el interior del Coliseo de los Trabajadores de Beijing. Se oyen murmullos que van aumentando la expectativa. Tic-tac, tic-tac, el tiempo pasa entre una atmósfera cargada de humo y los espectadores se impacientan.
A la izquierda está un hombre disfrazado de lo que sería un hijo entre Marylin Monroe y un marciano; la figura del extraterrestre va por cuenta de la imaginación del lector, así de extraño es el personaje. Rubio con orejas de gato, y las gafas del abuelo que bien podrían ser bifocales. A la derecha, una mujer fugada de una historieta que en algún momento tuvo un parecido con Alicia, sí, la del País de las Maravillas.
Después del silencio empieza la función con chorros de luces y música que inundan el coliseo; y aunque uno aguante la respiración, no queda más remedio que zambullirse en el espectáculo.
–Hola, yo soy Laila y soy de Buenos Aires– dice con un acento musical que pega las palabras la líder de los actores cuando empieza la entrevista. La que en menos de dos horas va a inaugurar una nueva temporada de la compañía de teatro, Fuerza Bruta, en Beijing.
La función se hace en conjunto entre los actores y los espectadores, porque Fuerza Bruta rompe con el concepto de “escenario”. La tarima son ellos, eres tú, sos vos como dirían los actores. Y es que de la suma entre el baile, la música, las luces, el performance, la actuación y la participación del público, el espectador construye una historia en su cabeza, que no se puede describir con palabras, porque ellos no trabajan con términos y descripciones, sino con sensaciones, y todavía quedan muchas que no han sido catalogadas.
–Fuerza Bruta tiene algo muy sanguíneo que le llega a todas las personas sin importar el país, y hace que la gente vibre– dice Boris, uno de los artistas que se arrebata cuando está en el escenario –el vértigo que sentimos los actores es igual al del público así seamos argentinos o chinos, y esto es algo que carga la presentación.
Entonces veo otra vez al hijo de Marylin Monroe, que está inmerso en unas formas hechas con ondas de agua que los actores crean en una especie de latex sobre el escenario –las que también debería estar mirando yo– y me doy cuenta que no somos tan distintos. Los dos nos estamos inventando un cuento con los estímulos que recibimos; el de él en chino y el mío en español, pero al final, un cuento.
Boris tiene razón al decir que es algo sanguínea, porque aunque él, el hijo de Marylin Monroe y yo no tengamos mucho, o nada, en común –o por lo menos no lo sepamos– durante el espectáculo hay algo que nos conecta. Pero ¿cómo describir a Fuerza Bruta?
–Antes del espectáculo se crea un mundo en la cabeza de las personas, que se abre por la expectativa que genera. Una vez en la presentación, está realidad se vuelve más participativa por medio de las diferentes ramas de las artes: el baile, la música, la actuación… Esto genera una experiencia– explica Boris, y tras una pausa repite la idea de una forma más simple, quizás por miedo a que me pierda: –Fuerza Bruta es el punto de encuentro de un montón de arte, va por ahí.
Cuando acaba la función uno sale pensando en lo que acaba de pasar, masticando toda la información para concluir la historia que uno mismo se inventó; porque la experiencia no acaba cuando dicen, “muchas gracias Beijing”. Yo me demoré un buen tiempo en entender la mía.
Esta temporada en Beijing hace parte de una gira que ha llevado a la compañía por todos los rincones del mundo, y durante los últimos cinco meses los ha tenido viajando por China. Pero así es la vida de los artistas.
–¿Adónde vas a ir después de la gira, Macarena?– pregunto a una de las actrices que lleva rastas rubias.
–Qué se yo, por ahora estoy viviendo esto.
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