El sector de servicios de Xinjiang es uno de los más deficientes del país. Hace unos días, el diario oficialista China Daily publicó que el gobierno de Urumqi intentará elevar los estándares "para mejorar los servicios en general… incluidos boutiques, restaurantes, servicios domésticos, salones de belleza y regaderas públicas". Que China Daily publique eso se suele interpretar como una grave señal de alarma. La situación fuera de la capital provincial es todavía peor.
"¿Conoces a alemanes en Urumqi? Busco trabajo para este verano", pregunta Vicky, una estudiante uigur que cursa el segundo año de germanística en Beijing. "Estoy dispuesta a hacerlo de voluntaria. Nunca he tenido la experiencia".
Se suele decir que Xinjiang, situada en el extremo occidental de China, va diez años atrás que China oriental. Hay poco trabajo, y el que hay, es malo e improductivo. El Gobierno da subsidios y facilidades para contratar, sin embargo la cultura paternalista de trabajo y el hecho de que hay pocos empleadores vuelven déspotas a los jefes. Es común escuchar –tanto de chinos Han y uigures– que los salarios no se pagan completos ni a tiempo, no se contabilizan las horas extra y no hay tal cosa como días de descanso. Renunciar no es opción, porque así es en casi todos lados.
La estrategia china "Go West" para colonizar y desarrollar China occidental ha provocado una gran movilización de mano de obra, usualmente poco calificada (la gente habla de manadas de campesinos provenientes Sichúan). El resultado ha sido una sobreoferta de trabajadores poco productivos. Vivir de los servicios locales es, pues, riesgoso por la mala calidad en los productos y los servicios. Eso hace que la gente se apoye más en las relaciones interpersonales que en la economía formal: si requieres de un médico, un coche o una nueva tubería en el baño, llamas a un pariente o a un amigo –alguien en el que sí puedas confiar–.
Añadimos el ingrediente étnico al caso y encontramos que en la provincia existen dos economías –la economía Han y la economía uigur– que, por lo general, no se cruzan. Los uigures intentarán adquirir productos o servicios de otros uigures; los Han, de otros Han. Eso reduce considerablemente el mercado potencial para ambos grupos –en momentos en que la economía china pretende sostenerse en el consumo interno–. Las razones de esta separación varían: desde diferencias religiosas (los uigures prefieren productos provenientes de países islámicos) hasta motivos irracionales (gustos particulares o bien resentimientos étnicos). Shayi, joven uigur de Hotán asegura que nunca compra productos chinos y que prefiere pagar más por productos importados de Turquía o Malasia, por tener una fuerte aversión a todo lo chino.
Los recientes choques étnicos en Xinjiang provocan que inversiones en esta provincia sean suspendidas o abandonadas, en especial el sector de la construcción, el buque insignia del "desarrollo económico" de Beijing. Los chinos Han son los dueños del capital: son ellos los que construyen y venden. Mawlán, joven empresario de Kashgar, dice que muchos edificios residenciales quedaron abandonados a medias, puesto que los chinos Han no quieren comprar un apartamento en zonas conflictivas.
El futuro se vuelve gris para muchos estudiantes uigures que estudian carreras universitarias especializadas (como física, ingeniería o idiomas). Al graduarse, encuentran que la flaca economía uigur no ofrece puestos de trabajo en tales campos. Para empeorar las cosas, muchas compañías chinas ni siquiera leen los currículos de uigures. Las empresas extranjeras en esta región son muy contadas. A los egresados uigures no les queda más que conformarse con lo que haya.
Otros egresados estarían dispuestos a emigrar a otra ciudad o provincia. Los uigures rara vez lo hacen. La principal fuente de estabilidad en la vida de un uigur suele ser la familia. El Gobierno, el sistema educativo, el sistema de salud, el sistema de impartición de justicia son vistos como ineficientes, injustos e impredecibles. Sólo la familia –y las relaciones interpersonales que de ella derivan– es capaz de proveer una red que los podría salvar de un siniestro. Los uigures son, entonces, mucho más vulnerables al estar lejos de sus familias: estar juntos tiene un efecto multiplicador, ya que a mayor número de miembros, mayores conexiones interpersonales, mayor seguridad.
En Xinjiang se vive una especie de zozobra tras los disturbios. Aun cuando le faltan dos años para graduarse, Vicky ya pierde las esperanzas de encontrar en su ciudad natal, Urumqi, un trabajo calificado donde pueda usar sus cuatro años de alemán. Tras ser educada en una de las mejores universidades del país, deberá regresar a casa para apoyar a sus padres y a su hermana, cinco años menor. Si la economía no mejora, sus posibilidades de tener un trabajo estable se reducen a ser (1) maestra, (2) burócrata u (3) oficial de policía. En ninguno de los tres puestos usaría el alemán.
Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en Cambalú. Haz click acá si quieres saber más de este blog.
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