Seguramente todos hemos oído esa frase del general George S.Patton: “Nuestro objetivo no es morir por nuestro país, sino que nuestros jodidos enemigos mueran por el suyo.” Pocos que se pongan a analizar la naturaleza de la guerra estarían en desacuerdo con el conquistador de Sicilia y el norte de África. Incluso si al final, uno tiene que morir por su patria en una acción bélica, sería una buena muerte. De hecho, el poeta latino Horacio no encontraba mejor muerte que esa: Dulce et decorum est pro patria mori.
Y sin embargo, hay muertes enfundadas en la guerrera verde oliva que son ignominiosas. Dejan de ser bajas de una guerra, para acercarse al asesinato. Eso es lo que le ocurrió al joven recluta Hung Chung-chiu el pasado día 3 de julio, cuando al entrar en el cuartel de su brigada le fue requisado un teléfono móvil con cámara fotográfica. La normativa que impedía a los soldados introducir este tipo de dispositivos en instalaciones del ejército fue abolida en marzo de este mismo año, pero eso no impidió a los superiores del soldado Hung castigarlo. El joven, guapo y graduado en la universidad, quizás pensó que le tocaría un día de calabozo o un fin de semana sin permiso, pero lo que nunca pensó es que lo pondrían a hacer ejercicio cuando el sol y la humedad del verano taiwanés ejercían su máxima presión.
Durante el infierno de sudor y sofoco, aún fue capaz de enviar un mensaje de texto a sus compañeros: “Salvadme”. No obtuvo respuesta. Poco después, sufrió un desfallecimiento por golpe de calor. Al día siguiente, en el hospital, falleció. No, ésta no parece una buena muerte.
Desde que resido en Taiwán probablemente esta es la única noticia que me ha enfurecido de verdad. Nunca me ha importado demasiado que los políticos roben o que mientan. Prefiero un ministro competente y un poco corrupto, a un honrado cantamañanas. Y qué decir de la mentira política: Platón la consideraba imprescindible en la construcción de la república. Pero este caso es diferente. La muerte en combate queda subsumida en una acción política que rebasa la perspectiva ética, pero la muerte de Hung Chung-chiu es un asesinato en toda regla. No sólo es la mayor acción anti-ética concebible, sino que desprestigia y debilita enormemente al ejército, institución clave de un estado.
Las muestras de dolor y rabia en la población han sido abundantes, tanto en las redes sociales como en las calles. El sábado día 20, una multitud vestida con camisetas blancas se reunía para protestar en Boai Road, frente al Ministerio de Defensa. Muchos jóvenes universitarios y padres de hijos en edad de hacer el servicio militar copaban la manifestación pacífica. No se vio a ningún político de la oposición, tan prestos normalmente a mostrar su descontento por acuerdos firmados con China Continental o por la apertura de una central nuclear. No, allí sólo había ciudadanos preocupados porque sus hijos vayan a ser vejados y puedan acabar sus días en manos de un oficial despiadado e imbécil que aprovecha la necesaria dureza del ejército para dar rienda suelta a sus veleidades sádicas.
Las detenciones que llevó a cabo el alto tribunal militar la semana pasada no calmaron los ánimos de población. El propio presidente Ma Ying-jeou hubo de salir y hacer frente a esta crisis exigiendo a Defensa una revisión inmediata del reglamento militar y una investigación rápida de este suceso. No obstante, el gobierno no se libró de críticas y muchos ciudadanos pidieron la reprobación del gobierno de Taiwán a través de la web de peticiones de la Secretaría de Estado de EEUU, diciendo que el gobierno de Taiwán no respeta los derechos humanos. Aquí, es donde el pueblo se pasa de frenada y la rabia del momento le ciega. No hay tal caso ni puede haberlo, toda vez que el gobierno no se puede permitir una acción como la del caso Hung, aunque no fuese un gobierno democrático.
Durante todo este tiempo, las informaciones en la prensa no han dejado de especular sobre las razones ocultas de semejante castigo. Algunas de estas informaciones apuntaban a que el soldado Hung habría descubierto una trama corrupta dentro del propio ejército que tendría que ver con el contrabando de gasolina, y por ello, alguien decidió “neutralizar” posibles testigos. Los rumores sobre tramas semi-mafiosas en el ejército son habituales en Taiwán, aunque nunca se han apoyado en pruebas. Mientras tanto, la investigación sigue su curso y el ejército sigue reclutando soldados para completar su plan de construir un ejército de voluntarios para el año 2015 y terminar con el servicio militar. Este caso podría retrasar este objetivo aunque el ministro de Defensa, David Lo, ha negado que se hayan producido bajas masivas y por el contrario siguen cumpliendo objetivos de reclutamiento.
En cualquier caso, no parece que el ejército vaya a poder recuperar la confianza de la población en un breve lapso de tiempo, y menos aún con la actitud algo arrogante con la que muchos oficiales están tratando a la prensa. Otro problema más para un gobierno en horas bajísimas.
Iker Izquierdo es un periodista español basado en Taipei. Acá puedes leer la presentación a su blog "En los límites del imperio".
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