Desde el Far West Chino: viviendo el Ramadán en Urumqi

In by Andrea Pira

La vida social en Urumqi (y en todo el mundo) gira en torno de la comida, cena y la merienda. El mes sagrado de los musulmanes, al prohibir comer y beber durante el día, hace difícil quedar con gente. Durante el Ramadán, reunirse y hablar se vuelve una molestia. El resultado son días tranquilos, sin sobresaltos, y noches cálidas de convite alrededor de las mezquitas.

Primero, habrá que escoger un lugar, en el que, por cierto, no se podrá consumir nada. Puede ser cualquier lugar, entonces ¿cómo escoger? Para llegar ahí, hay que tomar un bus o un taxi. Eso es, esperar en la calle, en el sol, sudar, perder agua. Es difícil hablar al estar en ayunas. Estás incómodo en tu cuerpo. La garganta está seca y la lengua, pastosa. El hambre hace que la boca huela mal. ¿Qué puede ser tan importante entonces?

Para complicar las cosas, muchos restaurantes, panaderías y tiendas en general están abiertas pero no operan. El Gobierno no permite que la vida se paralice en ninguna forma durante el Ramadán. Puedes entrar a una tienda pero que no haya nadie dispuesto a atenderte. Y si insistes, te harán notar que no eres un cliente sino una molestia.

El Ramadán es obligatorio para todos los musulmanes, salvo contadas excepciones. No todos lo siguen, pero a nadie le gusta aceptarlo. Si no sigues el Ramadán, eres un mal musulmán, lo cual muchas veces se entiende de que eres un mal uigur, uno que desdeña a sus "hermanos". Porque ese es uno de los principales efectos del Ramadán: crear hermandad. Que tú sufras el ayuno y yo sufra nos permite usar el nosotros sufrimos. La gente que no lo sigue come a escondidas, en la intimidad de sus casas, es decir, en un lugar inaccesible.

He querido ver a algunos amigos locales, pero no encuentro cómo. Podría ser durante la tarde, pero los estaría sometiendo a un momento de incomodidad para hablar de algo que quizá no lo valga. Los podría ver en la noche. Pero es por la noche cuando ellos se reúnen y sacan provecho del ayuno: hacen oración juntos, rompen el ayuno juntos, satisfacen sus hambres juntos. En esos momentos, se habla poco. Es la cúspide del ayuno. Llega la hora y sólo quieren comer, todo lo que les quepa. Devoran un plato de fideos en minutos. Toman una taza tras otra de té.

Terminada la comida, a penas se pueden mover. Sus estómagos digieren esa repentina avalancha de alimentos. Ya piensan en el desayuno del siguiente día, a las 2:30 am. Entonces mejor se retiran a sus casas a continuar la digestión mientras duermen. O a hacer oración. Lo peor que te podría pasar es que, por desvelarte, te pierdas del desayuno. Eso le pasó a mi amiga Fátima y cómo le sufrió. Pasó casi veinticuatro horas sin comer ni beber.

Uno de los fines del Ramadán es reflexionar sobre qué es importante en tu día a día. Al tener que administrar tus escasas energías, eliminas lo más mundano, para quedarte con lo que vale la pena, que para muchos uigures se reduce a: el estar bien, en casa, en familia, en silencio, siendo parte de algo muy grande, el Islam, la divinidad.

Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en Cambalú. Haz click acá si quieres saber más de este blog.

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