Los días de verano son largos en la provincia noroccidental de Xinjiang. El sol se pone a las diez y media de la noche. La gente suele salir a las calles, donde carretas venden helados, duraznos, melones y sandías. Desde el viernes 28 de junio, sin embargo, el número de personas en las calles ha bajado drásticamente. Por el aire ya no se respira el olor a carne asada y a pan recién hecho, sino el del miedo.
Desde hace una semana, la paranoia que dejaron los disturbios de julio de 2009 revivió como nunca. Van a ser casi cuatro años desde aquellos días en los que las calles fueron tierra de nadie. Tanto uigures como chinos Han quedaron atrapados en supermercados, tiendas y restaurantes, mientras afuera grupos de uigures y de chinos han se linchaban unos a otros. La versión oficial cuenta casi doscientos muertos. Sin embargo, corren rumores de que cerca de mil personas desaparecieron.
El miércoles 26 de junio de este año, medios oficiales anunciaron que un grupo de “terroristas” provistos de cuchillos atacaron una estación de policía local en la ciudad de Turpan, a doscientos kilómetros de la capital provincial. Los atacantes fueron repelidos con armas de fuego. Treinta y cinco personas perdieron la vida —entre ellos, once atacantes—.
El Gobierno declaró de inmediato de que se trataba de un ataque “terrorista”, etiqueta que suele utilizar para enmascarar el embrollo étnico que han provocado las migraciones masivas de chinos Han a la provincia, en la que los uigures eran mayoría. Integrantes de esta etnia de origen túrquico consideran que su forma de vida tradicional está siendo sofocada por la ola de migrantes chinos, quienes llegan con subvenciones del Gobierno y acaparan los puestos de trabajo. Los uigures miran con recelo la posición hegemónica de los chinos, quienes no sólo administran la provincia sino controlan la educación, los medios de comunicación y han reglamentado la práctica del Islam. Medios oficiales, por su parte, niegan rotundamente que la raíz de la violencia radique en tensiones étnicas y religiosas.
El viernes 28 de abril, las autoridades anunciaron que unos cien motociclistas armados con cuchillos fueron repelidos cuando intentaban asaltar una estación de policía en las afueras de la ciudad de Hotán. Rumores subrayan que todo comenzó con una manifestación pública, que fue repelida a balazos, lo que provocó esta movilización. Se habla de veinte muertos.
Las autoridades han cortado el Internet en la mayor parte del sur de esta provincia del tamaño de México. Es en el sur donde se encuentra el corazón de la cultura uigur y donde aún son mayoría. Los mensajes SMS no funcionan ni el sistema de mensajería chino Weixin (WeChat). La ciudad está prácticamente cerrada a periodistas extranjeros, lo que dificulta corroborar tanto la versión oficial como los rumores en circulación. El fin de semana pasado, Urumqi fue escenario de un gran despliegue de fuerza policial.
Tanques antidisturbios desfilaron por las calles gritando “todo está bien” en mandarín. Fuerzas paramilitares marchan por las calles durante las veinticuatro horas, equipadas con armas largas y bastones. Escuadrones especiales vigilan las principales mezquitas de la ciudad. Desde hace días, residentes locales —chinos y uigures— postean mensajes de paz y llamados a la unidad para evitar que las fuerzas de seguridad interrumpan la vida cotidiana en la capital.
En el 2009, el internet fue suspendido por nueve meses en toda la provincia. Beijing asegura que fuerzas extremistas extranjeras —alentadas por declaraciones de Washington— pretenden desestabilizar a la región. Un tabloide afín al Partido Comunista ha trazado vínculos entre rebeldes sirios y estos “terroristas”, quienes pudieron ser entrenados por extremistas en Pakistán. Durante los últimos meses, el Gobierno ha encarcelado a veintenas de uigures por presuntamente ingresar a páginas de internet prohibidas, realizar lecturas ilegales del Corán y difundir información de carácter fundamentalista.
Toda información referente al Islam está fuertemente controlada. Estos acontecimientos pondrán en manifiesto si el nuevo gobierno de Xi Jinping se separará de la línea dura que trazó la administración anterior, hacia una que se enfoque en dirimir las diferencias sociales. Beijing ya ha despachado una avanzada de altos consejeros políticos para supervisar a detalle las tareas de seguridad. Los enfrentamientos ya están afectando las vidas de los locales.
Toda persona —locales y extranjeros— debe cargar con una identificación en todo momento. Las universidades han cerrado algunas de sus puertas de acceso y pasan detectores de metal sobre las mochilas. El examen anual para ingresar al servicio público ha sido pospuesto.
La expedición de pasaportes se ha interrumpido. El acceso a Internet se ha vuelto intermitente. Muchos negocios cierran temprano. Urumqi espera que se mantenga la calma, a unos cuantos días del aniversario de las protestas y del inicio del Ramadán. Sin embargo, Ailiyán, joven estudiante de Hotán, teme que estos brotes de violencia sean sólo el comienzo.
LÍNEA DEL TIEMPO
Urumqi, 5 de julio de 2009: Disturbios en las calles de la capital dejan casi doscientos muertos, según cifras oficiales.
Kashgar, 24 de abril de 2013: Un grupo de hombres asalta una estación de policía local. Se reportaron veintiún muertos, incluidos entre estos los seis atacantes.
Turpan, 26 de junio: Autoridades informan que 35 personas perdieron la vida, entre ellos, once atacantes.
Hotan, 28 de junio: Cien hombres armados con navajas montados en bicicletas intentaron atacar una estación de policía, presuntamente en represalia por dispersar una manifestación a balazos. Veinte personas perdieron la vida, según rumores.
30 de junio: Beijing ordena a fuerzas policiales y paramilitares patrullar las calles de la provincia durante las veinticuatro horas del día, sin importar las “condiciones meteorológicas”.
Fotos Weixin
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