Lin Zhang es alta, tiene el pelo teñido de rubio, le encanta jugar tenis y es adicta a su iPhone, consultándolo cada minuto. Es ejecutiva en un banco y se considera a una persona que no tiene problemas. Todo gracias a haber iniciado terapia, a mediados del año pasado, justo después de que su hermano fuera llevado preso por cometer un delito para conseguir drogas.
“Sentía que el mundo había cambiado demasiado rápido y que yo me había quedado afuera; no veía la luz al final del túnel. Unos amigos me sugirieron que comenzara terapia. Al principio lo tomé casi como un insulto, ¿me estaban diciendo que yo estaba loca? Hoy estoy feliz de haberlos escuchado y haber comenzado”, dice, con una sonrisa en los labios.
Como ella, son ya miles los chinos que han decidido pasar por el diván. Y la tendencia va en aumento. En 2012, las consultas psicológicas crecieron un 30% según un informe de la Sociedad Psicoanalítica Internacional. La clase social más dispuesta a comenzar terapia en China es la clase media alta, afirma el informe.
El psicoanálisis, antes considerado una extravagancia, es hoy un lujo al alcance de la manos chinas. “Antes nadie pensaba en hacer terapia; es algo nuevo. La gente que buscaba ayuda era porque tenía graves problemas mentales. Era considerado para consultar en situaciones extremas”, dice Lin Zhang.
Jian Deng, contador de una empresa de tecnología en Beijing, es otro que decidió asumir sus problemas. “Empecé terapia por consejo de una novia extranjera. A mí nunca se me hubiera ocurrido. Cuando empecé, hace dos años me sentía muy mal porque me habían echado del trabajo. Ahora me siento mucho mejor, siento un espacio mayor para moverme”, cuenta.
Jian no tiene ningún amigo cercano que haga terapia, pero se ha hecho tan adepto al psicoanálisis que ha tomado varias tarjetas de su terapeuta para recomendarlo entre sus conocidos. “Los chinos no estamos acostumbrados a esa clase de libertad e intimidad. Para nosotros sentarnos y hablar sin tapujos es casi imposible. Pero el efecto es increíblemente positivo, como si te abrieran una nueva realidad, por eso lo aconsejo”, dice, mientras muestra el conjunto de tarjetas que lleva siempre consigo.
Si bien la masificación del psicoanálisis es un fenómeno completamente nuevo, la teoría tiene un largo camino en China. El psicoanálisis ingresó en China en las primeras décadas del siglo XX, mucho antes que en algunas sociedades tanto de Oriente como de Occidente.
Sin embargo, con los cambios sociales de China con la implementación del comunismo, no continuó aplicándose. “Fue definitivamente proscrito durante la Revolución Cultural, pero su llama nunca se apagó y permaneció latente en ámbitos académicos”, explica Teresa Yuan, psicóloga sino-argentina considerada como una de las pioneras del psicoanálisis en China y una de las primeras académicas que iniciaron a hablar de la teoría freudiana en China.
A pesar del interés académico por el psicoanálisis, la oferta de profesionales no ha logrado satisfacer las demandas nacionales, especialmente porque aquellos que los consultan prefieren tener un psicoanalista extranjero.
Los tres países que lideran la emigración de psicoanalistas hacia China son Francia, Argentina y Polonia según la Sociedad Psicoanalítica Internacional. Desde Buenos Aires han llegado 10 profesionales en 2012, contrastados con 15 franceses y 8 polacos.
“Vine invitado por un colega francés, quien me habló de la gran demanda de psicólogos que había aquí. Pero nunca me hubiera imaginado ser tan bien recibido”, cuenta el psicoanalista argentino Hernán Forestello, quien después de estudiar psicología en la UBA y de cursar un máster en La Sorbona, llegó a Pekín, hace un año y medio. Forestello explica que la mayoría de sus pacientes son personas de clase media alta, profesionales y con trabajos en grandes compañías, de un nivel de educación elevado.
“Aquí el psicoanálisis tiene una función liberadora. La gente llega con mucha presión. Algunos aún tienen dudas sobre las prácticas psicoanalíticas, y tienen miedo al principio, pero después se sienten muy bien. El psicoanálisis esta creciendo en China porque surge una nueva generación de personas que desean conocerse mejor y disfrutar la vida, no solamente trabajar”, explica Forestello.
Para la nueva generación que conforma la pujante clase media china, el psicoanálisis no es solamente una oportunidad de solucionar sus problemas sino también como símbolo de estatus social. “Los enormes, significativos y rápidos cambios sociales han traído aparejados conflictos y situaciones de angustia y crisis entre las generaciones. Hay nuevas necesidades de abordaje”, cuenta Teresa Yuan.
Este grupo se enfrenta a nuevos retos y grandes presiones, especialmente debido al crecimiento económico y profesionalización de la sociedad. “La mayoría de las consultas que recibimos de los pacientes chinos son por estrés y depresión. Esto se conjuga con que hay una mayor atención a la persona, un deseo de cuidarse y conocerse” explica Forestello.
“En China al menos el 70 por ciento de las pacientes psicoanalíticos son mujeres. Esto se debe a dos factores, por un lado todavía sigue funcionando el patrón machista según el cual el hombre es duro y la mujer una sentimental que necesita hablar y consultarlo todo”, cuenta el psicólogo sino-estadounidense Yu Fengchuan. Sin embargo, explica que las mujeres de las grandes ciudades tienen mayores presiones que los hombres: “pues no solamente deben triunfar en su trabajo, sino también que deben ser hermosas, casarse antes de los treinta y ser amas de casa perfectas”.
La cuestión detrás del rechazo a las terapias psicológicas o psiquiátricas se debe también a la manera como son vistos quienes padecen de enfermedades mentales. “En China, la salud mental es un tabú porque durante años se utilizó para eliminar a enemigos políticos o disidentes, tachándolos de locos. Padecer problemas mentales lo transforma a uno en un monstruo”, explica la psicóloga taiwanesa Yu-fen Tai. “Creo que el rol del psicoanálisis en China debe ser el de quitarle el miedo a la sociedad”, añade.
Precisamente el pasado primero de mayo entró en vigor una nueva ley que obliga a que toda persona que deba ser hospitalizadas para recibir tratamiento debe dar primero su consentimiento. Esto con el fin de evitar que más personas fueran internadas por error.
La ley contempla también que tanto instituciones como individuos deben proteger la privacidad de sus pacientes, a menos que exista un procedimiento legal que lo requiera, por ser personas que puedan causar daños a ellos mismos u otros. En tal caso, un jurado deberá dictaminar si un paciente necesita internación en lugar de que sea una decisión arbitraria.
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