Crónicas de chinos en Colombia: “Todos los caminos conducen a China”

In by Simone

Siguiendo nuestro especial "Crónicas de chinos en Colombia", les traemos "Todos los caminos conducen a China", en el que conocemos a Jade y Crisha, dos shanghainesas que van a estudiar español a Colombia. La comunidad china en América Latina cada vez se hace más presente y se apropia de unos espacios característicos que cambian de país a país. Colombia, quizá uno de los países latinoamericanos con más estrictas regulaciones de inmigración, ha visto una colonia china muy diferente, una que a penas se está formando y buscando sus propios centros de acción. 

Había una vez una concha llamada Shanghai. De las 16’575.000 perlas que en ella habitan, dos de ellas decidieron aventurarse, cruzar el océano y venir a estudiar a Bogotá. Aun cuando las dos perlas salieron de la misma concha, su estancia en la capital colombiana desarrolló dos caminos, en apariencia, muy distintos.

Jade de 26 años y Crisha de 23 son originarias de Shanghai. Allí nacieron, se criaron, estudiaron. En 2010, esas dos perlas se encontraron por primera vez en la Exposición Universal de Shanghai y durante seis meses (entre mayo y octubre), habiendo podido trabajar en cualquiera de los 276 pabellones de la Expo, trabajaron juntas en el pabellón de Colombia.

Cuando se acercaba el final de su trabajo en el pabellón de Colombia, el Colegio de Estudios Superiores de Administración (CESA) visitó Expo Shanghai 2010 y donó cuatro becas para cursar asignaturas relacionadas con negocios internacionales en Bogotá. De esas cuatro, una fue para Jade, otra para Crisha, otra para Mario (un shanghainés que no ha terminado sus estudios universitarios en China) y otra para Silvia (una coreana que también debe terminar su carrera en Estados Unidos).

Las dos perlas vinieron a Bogotá en enero de 2011. En principio, la beca era por un semestre, por lo que en agosto Mario y Silvia se devolvieron. Sin embargo, Jade y Crisha se quedaron un semestre más gracias a que el CESA extendió su subsidio de estudio.

Después de diez meses en Bogotá, hay muchas cosas en las que las dos perlas, pudiendo asemejarse, se diferencian; y mucho.

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Crisha extraña demasiado China. Extraña la comida, sus amigos, la comida, su familia, la comida, la organización, la comida, el transporte, la comida. En caso de que aún no sea claro, la comida es lo que más extraña de China. Eso, sin embargo, no significa que no disfrute de la comida colombiana. En pocos meses aprendió a hacer arepas y ajiaco, le encanta el Chocoramo, disfruta de una buena bandeja paisa y a la hora del postre no le puede faltar el arequipe.

Por su parte, después de diez meses en Bogotá, Jade también extraña mucho la comida china. La extraña más que cualquier otro aspecto de su vida en su país natal. Sin embargo, a diferencia de Crisha, Jade no se ha acostumbrado a la comida colombiana. Según ella, no hay suficientes verduras, hay demasiados carbohidratos y, a menos de que ella misma cocine, no suele sentirse satisfecha con lo que la gastronomía de su nueva concha le ofrece. Casi no disfruta de un buñuelo o una almojábana y le parece que gran parte de la comida es demasiado grasosa. Sin embargo, le encantan las frutas que acá se consiguen y antes que una gaseosa, prefiere un jugo natural.

Si de vivienda se trata, Jade siempre vivió en casa de familia. Desde que salió de Shanghai tuvo asegurada una casa que le consiguió su jefe colombiana en el pabellón. Vivió un tiempo con aquellos amigos de su jefe a cambio de prestar el servicio de niñera para la familia. El hecho de que esos primeros anfitriones hablaran inglés suponía una ventaja, pues la comunicación fue siempre sencilla. Sin embargo, no era ideal para el aprendizaje de castellano de Jade. Unos meses después, se mudó con otra persona a quien conoció en el pabellón de Colombia. Esa persona le insistió para que se mudara con ellos. En esta ocasión, Jade debía contribuir un poco para el arriendo, pero sus nuevos anfitriones le ofrecen hospedaje, comida y afecto. Esto último fue lo que la convenció de irse con ellos.

Crisha no ha tenido tanta suerte con la vivienda. Al llegar no contaba siquiera con un cuarto de hotel en el cual quedarse mientras conseguía algo estable. Deambuló una semana entera entre hostales, miró residencias estudiantiles, varios apartamentos para compartir con otros jóvenes, pero nada la complació. Pasó un tiempo angustioso hasta que un buen día encontró una residencia sobre la calle 45, y allí se hospedó la totalidad de su primer semestre en Bogotá. Tenía un cuarto pequeño en el segundo piso de la casa y era la única extranjera. Ni la dueña de la residencia ni sus compañeros de habitación hablaban inglés con fluidez, mucho menos chino, por lo que pronto Crisha empezó a desenvolverse en español. No hablaba con soltura, pero aprendió palabritas y expresiones y pronto empezó a dominar el idioma.

Jade, como ya sabemos, vivía con una familia donde todos hablaban inglés, por lo que no tenía que hacer mucho esfuerzo para comunicarse. Aunque tomaba cursos de español con Crisha en el CESA, no estaba realmente obligada a usarlo una vez salía del aula. A esto se suma el hecho de que Jade, igual que Crisha, compartía la mayor parte del tiempo fuera de casa con los demás compañeros que vinieron con ella desde Shanghai (Mario y Silvia). Era lo más fácil, pues tenían clases juntos. Además, ellas no habían venido única y exclusivamente a aprender español, sino que habían venido a tomar cursos de negocios (los cuales cursaban en inglés). Las lecciones de español eran un valor agregado.

En vista de que Crisha vivía con otros estudiantes, empezó a hacer planes con ellos. Salían a comer, a tomar, a bailar, hasta que lenta pero seguramente, Crisha terminó tropicalizada. Jade era, y es todavía, muy china, y como buena china, prefirió resguardarse en la seguridad de su casa. Salía poco y cuando salía lo hacía con sus amigos chinos. Iba de la casa a la universidad y de la universidad a la casa. Era de aquellas personas que ‘no va a la universidad a hacer amigos, va a estudiar’.

Y fue así, por sus experiencias en la universidad, como las dos perlas de la misma concha empezaron a ensartar dos collares.

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Durante el primer semestre de 2011, Crisha hizo muchos amigos colombianos. No solo conocidos o amistades pasajeras, sino amigos verdaderos; amigos de los que le tienden la mano a uno cuando se les necesita. Así, en junio, Crisha se fue de su residencia estudiantil en la calle 45 a vivir a la casa de una de sus amigas. Durante las vacaciones de verano se volvieron tan amigas que, la colombiana planea ir a China en diciembre y quedarse una temporada en casa de Crisha (y es un plan real, no algo que se dice por formalidad). El único inconveniente es que Crisha pasó de vivir en la calle 45, a una distancia caminable desde su casa hasta la universidad, a vivir en la calle 163, lo que le suponía un viaje de una hora y 130 cuadras para llegar a sus clases. No era ideal para ella, así que buscó una nueva casa y terminó instalándose en la calle 71, donde vive actualmente. Crisha siempre ha vivido con amigos jóvenes y le encanta.

Jade vivió en el barrio Rosales durante unos pocos meses antes de mudarse a su residencia actual. Ahora vive en la calle 24 con carrera 4ª, en el piso 25 de un edificio que le brinda una de las mejores vistas de la ciudad. Vive con una familia que, al enterarse de que ella estaba en Bogotá, usó todo su poder de convencimiento para llevar a Jade a su casa, pues sinceramente la quería allí. El apartamento es bastante pequeño, pero muy acogedor. La familia que la hospeda se ha acostumbrado a ella y viceversa. De este modo, las paredes de la casa están decoradas con recortes de papel tradicionales chinos y caracteres para la prosperidad y la felicidad. Igualmente, ella ha aprendido a manejar el horario de la familia (ellos se levantan tarde, sobre todo los fines de semana, mientras ella madruga independiente del día de la semana), los espacios y la comida. Jade siempre vivió con una familia y le encanta.

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Quien pase un día con las perlas shanghainesas podría quedarse hablando de las diferencias en cada uno de los aspectos de sus vidas, pero hay algo que las une íntimamente, que hace parecer que se estuviera hablando con la misma persona, que denota que ambas salieron de la misma concha: su disciplina en el estudio.

Tanto Jade como Crisha se impresionan con la falta de seriedad de sus compañeros colombianos. Si a ellas les asignan un proyecto, lo hacen el mismo día que las informan, o por lo menos en los días siguientes. Nunca dejan sus asuntos académicos para el último minuto y por ningún motivo los incumplen. Para ambas es un completo absurdo no entregar un trabajo, tenga la excusa que tenga. Estas diferencias con sus contrapartes colombianas solo las empezaron a notar en el segundo semestre en Colombia, pues al principio tenían clases juntas (también con Mario y Silvia) y todo trabajo en grupo lo hacían entre ellos. Jade habla de una dinámica de trabajo asiática (tal vez no dice china porque Silvia es coreana, pero su desempeño tiene el mismo rigor que el de ellos, y Jade así lo anota) que, sencillamente, elude a los colombianos.

Lo anterior ocurre hasta en los aspectos más elementales. Por ejemplo, el martes 20 de septiembre, durante su clase de administración financiera a las 8:30 de la mañana, el 85% de sus compañeros de clase están viendo Facebook o Twitter o cualquier cosa que nada tiene que ver con el contenido de la clase, mientras el profesor explica las respuestas del examen que tuvieron la sesión anterior. Ella, en cambio, está atenta a lo que dice su profesor, revisa el documento que necesitan para la clase, se le nota la tranquilidad de quien ha hecho un trabajo a consciencia. El profesor hace alusión a la profunda decepción que sintió al descubrir que unos alumnos hicieron trampa en el examen. Algunos alumnos se disculpan, dicen estar avergonzados, suplican que sus notas no se vean afectadas por el percance. Jade, por su parte, sigue tranquila, lo ha hecho todo siguiendo las reglas.

Entrado el segundo semestre de 2011, Jade y Crisha tomaron cursos distintos y dejaron de verse tan a menudo. Lo más duro de esta separación fue que, finalmente, empezaron a vivir las dinámicas de estudio de los jóvenes de su institución académica. Jade indica que son descuidados, irresponsables, indisciplinados pero, en últimas, los excusa diciendo que, aunque los estudiantes asiáticos no son así, tal vez el problema es que ella es mucho mayor que sus compañeros; entre ellos hay quienes no han terminado de salir de la adolescencia, por lo que, posiblemente, no han alcanzado la madurez.

Crisha también se queja de ellos. Si bien ella es más joven que Jade y la vida de juerga la seduce, tiene claro que está en Bogotá estudiando, y que eso es lo primordial. No entiende muy bien por qué los colombianos toman el estudio por sentado y no concibe que no le den a su proceso de aprendizaje la importancia que se merece. Es de ese proceso de aprendizaje de donde se empezaron a desprender sus más grandes diferencias, de donde se empezaron a trazar esos dos caminos que resultaron en impresiones totalmente distintas de Bogotá.

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Ya en el segundo semestre de la estadía de las perlas en la nueva concha, sucedió algo determinante: Crisha continuó estudiando en universidad privada (CESA), pero Jade, adicional a sus cursos en el CESA, por conflictos de horario, empezó a estudiar español en universidad pública (Universidad Nacional de Colombia). Este factor hizo que ellas estuvieran expuestas a situaciones totalmente diferentes, con personas de entornos muy distintos, y que vieran la educación con otros ojos.

Tanto Jade como Crisha coinciden en que la educación en el CESA es de muy buena calidad, que la mayoría de profesores están bien preparados y se les nota la experiencia. También están de acuerdo en que las instalaciones de su universidad privada son excelentes y les ofrecen todo lo que podrían necesitar para estudiar negocios internacionales. Las grandes diferencias se reflejan en cómo, después de que Jade pasó a estudiar en universidad pública, empezó a ver a los estudiantes, ya no como una gran colectividad, sino como subgrupos que se comportan de manera distinta dependiendo de la situación en la que se ven envueltos. Esto es algo que Crisha, por estar constantemente rodeada de otros estudiantes (no solo del CESA), vio desde un principio.

Crisha compartió en su casa con muchos estudiantes de universidades distintas al CESA, y tuvo un acercamiento diferente, más íntimo con esas personas que con sus mismos compañeros de clase de quienes, admite, nunca fue gran amiga. Quizá porque su acercamiento con sus compañeros siempre ha sido más superficial, su percepción de ellos es que son malcriados y que se toman las cosas como si fueran su derecho divino; como si alguien no hubiera tenido que luchar por eso que ellos tienen. Ella dice no tener muchos amigos de su propia universidad, pero sí muchos de otras porque los cree menos arrogantes, más amables, menos ensimismados, más abiertos.

Jade poco menciona a sus compañeros del CESA, en parte porque los reconoce como amigos, pero no cercanos. Sin embargo, vive muy asombrada con las experiencias que vive en la Universidad Nacional. Si uno le pregunta qué es lo que más la ha impactado de Bogotá, de todo lo que podría mencionar, decididamente responde: “Las protestas. En China no hay protestas”. Es cierto. Más de una vez ha presenciado manifestaciones (en especial con la ley 30 de reforma a la educación) que han incluido gases lacrimógenos y presencia del ESMAD (Escuadrón Móvil Anti Disturbios). Jade no comprende bien el fenómeno, pero cree que es bueno que los estudiantes hagan ese tipo de protestas porque así el gobierno podrá mejorar la calidad educativa.

-“¿En China nunca se ve esto?”- Le pregunto, casi que sabiendo la respuesta ensayada, mecánica que voy a obtener

-“En China jamás he visto ningún tipo de protesta (…) En China nos hemos preocupado por hacer de la educación algo primordial porque la educación es el motor del desarrollo.”- Responde ella.

Mi silencio es prolongado. Tal vez no ha visto protestas, pero ¿debo mencionar la masacre de Tiananmen? ¿Conocerá Tiananmen como una masacre o como otra cosa? ¿Hago alusión a los disturbios de Xin Jiang en 2009 violentamente reprimidos por las autoridades? ¿Siendo ella joven, será prudente? Tal vez no. Me contengo. Ella continúa.

– “Entiendo que el gobierno quiere privatizar la educación pública y que el sector privado manejaría la educación. Esto es inconcebible porque la educación debería ser lo más importante en el país y debería ser gratuita; es lo que permite encarrilar a todas las generaciones en el sendero del bien. Hay un proverbio chino que reza pueden quitarte todo menos la educación. La educación es la única manera de realizarse, entonces las protestas son una buena manera de expresión para exigir, demuestran que a los jóvenes les interesa su futuro. Solo espero que el gobierno pueda mejorar su desempeño para que estas cosas ya no sucedan acá”.

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A Crisha, a diferencia de Jade, que habla con toda la soltura del caso, le incomoda que la grabe. Cada vez que dice algo se detiene y piensa dos veces antes de soltar el comentario. Es muy prevenida con la grabadora, pero, en últimas, está hablando con una amiga. Tras hablarle de ropa, moda, hombres, de problemas amorosos, ella se relaja y empieza.

Le gusta su plantel educativo, pero la gente que a él asiste no es su favorita. Indica que hay unas personas muy amables, pero que la mayoría son engreídas. Según ella, eso se ve, particularmente, en sus compañeros y no solo en los estudiantes de universidades privadas. También tiene muchos amigos de otras instituciones privadas y su experiencia con ellos ha sido muy diferente. Cree que gran parte de las personas con las que estudia no valoran lo que tienen: “Creo que tienen demasiado dinero. Todo lo compran con plata, hasta la educación. ¡Mira los carros que traen (señala los carros que están en la acera)! No se dan cuenta de lo afortunados que son. En China, aun si se tienen recursos, se es prudente y humilde”, apunta Crisha.

Me pregunto qué tan prudentes son los chinos que se forran de pies a cabeza en ropa y accesorios de marcas lujosas como Louis Vuitton y Chanel; que gastan todo el licor de un bar para personas que ni siquiera conocen solo porque son extranjeras; que gastan, pareciera, porque sí. Me lo pregunto sin preguntárselo a ella porque, así yo no lo considere prudente, puede que sí sea señal de humildad gastar sin control para que los demás no lo hagan. Después de todo, gastar de esa manera deaforada les da cara. Es decir, les da estatus, los viste de honor. Por eso se pelean la cuenta en un restaurante, piden todos los platos así dejen la mitad. Mejor lo explica un video que circula en Internet en un portal para extranjeros que viven en Shanghai, sobre la gran contradicción que es China.

Los chinos son francos, pero tienen tacto; son honestos, pero sofisticados; sospechan, pero son ingenuos; son inescrupulosos, pero leales; promueven reglas de etiqueta, pero pueden parecer faltos de modales; buscan el balance, pero son extremos; valoran la capacidad de ahorro, pero les gusta mostrar su riqueza; mantienen las tradiciones, pero les gusta estar a la moda; creen que en la conformidad está la felicidad, pero sueñan con ser millonarios; creen en la palabra de los adivinos, pero no están afiliados a una religión particular; esto es China: una gran contradicción que se rehúsa a encasillarse.

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Tanto Jade como Crisha, dos perlas oriundas de Shanghai, llegaron a Colombia y empezaron a ensartar dos collares distintos. Pero en últimas, todos los caminos conducen a China. De vuelta a China.

En Shanghai, por ser una metrópolis cosmopolita y el centro financiero del país, se ven muchas chinas jóvenes con novios extranjeros y las relaciones inter-raciales son cada vez más comunes y socialmente aceptadas. Pero ni siquiera eso ha seducido a Crisha o a Jade a aventurarse fuera de su zona de confort.

A Crisha le encanta la fiesta (por eso, aunque en principio quería vivir en casa de familia como Jade, tal vez sea mejor así) y le gusta hacer amigos; muchos amigos. A veces quiere experimentar más que una amistad, pero, en última instancia, tiene claro que cuando llegue el momento de estabilizarse y formalizar una relación (lo que se traduce en matrimonio) lo hará con un chino. Ella especifica que ha de ser un chino que haya viajado, que sea recorrido, que haya experimentado sitios diferentes a China, que hable otro idioma, que conozca occidente y sus formas, que sea casi extranjero, pero, finalmente, chino.

A Jade le pasa algo similar: no está interesada en tener un novio acá (sea de la nacionalidad que sea), ni siquiera en deleitarse con las mieles latinas, así esa prueba no resulte en una relación formal, y, posiblemente, no le interesa porque sabe a ciencia cierta que su futuro emocional está en China, con un chino. Además, teniendo en cuenta la edad de Jade, ella debería estar próxima a casarse, por lo que no quisiera distraerse con pasatiempos que en realidad no serán lo que ella quiere y necesita en un hombre. Tanto así, que teme que al volver a casa en diciembre, sus padres empiecen a presionarla para que encuentre marido, y ese marido, para complacencia de sus padres (aunque ella también lo quiere así) debe ser chino.

Las dos dicen disfrutar de Colombia. Las dos en algún momento consideraron extender su estadía (Crisha quiso hacer estudios de maestría en la Universidad de los Andes, mientras Jade quiso vincularse con una empresa de tiempo completo). Las dos vivieron, cada una a su manera, a plenitud, su paso por Bogotá. Las dos sintieron la ciudad de manera diferente, y recorrieron caminos muy distintos, sobre todo en los ámbitos social y educativo. Pero como todos los caminos conducen a China, las dos perlas regresarán a Shanghai en diciembre de 2011 (Crisha porque su padre le insiste en que en China hay muchas oportunidades laborales; Jade porque sabe que su estabilidad en materia amorosa está en su país natal). Allá, probablemente, conseguirán trabajo, encontrarán esposo, tendrán familia y, por cómodas que pudieron sentirse en Bogotá, regresarán a China y volverán a sentirse, por fin, en casa.

*Natalia Marriaga Martínez es periodista colombiana, graduada de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia

Esta crónica hace parte del especial "Crónicas de chinos en Colombia", escritas como parte de la tesis de grado de Natalia Marriaga Martínez.

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Para leer la crónica que publicamos la semana pasada:
"Esperando al señor Chang"