Este no ha sido un año fácil para el Partido Comunista. A propósito de la celebración del XVIII Congreso, en donde se decide la línea política y titularidad en las máximas esferas del poder partidario, las facciones al interior de la colectividad comenzaron a mover sus piezas para asegurar su poder. Las dos tendencias más fuertes, una agrupada en torno al ex presidente Jiang Zemin y la otra en torno al actual presidente Hu Jintao, desde temprano se han visto obligados a negociar para llegar a consensos que permitan fomentar la unidad al interior del Partido y coincidir en un programa político y en una lista de nombres encargados de llevarlo a cabo por los próximos diez años. Este proceso no ha estado exento de polémica, como lo demuestra la brutal caída de Bo Xilai y la pérdida momentánea de visibilidad de la corriente política que éste representaba.
En la medida que China ocupa un lugar cada vez más importante en la política y economía mundial, el Partido Comunista se verá enfrentado a tomar decisiones cuya relevancia e impacto es cada vez mayor. Según el Global Times, se espera que la economía del gigante asiático se posicione como la primera a nivel mundial dentro de los cuatro próximos años, pero a la par, algunos expertos –como Minqi Li, Han Dongfang y Yuezhi Zhao- han aventurado hipótesis señalando que el cruce entre una economía que beneficia a unos pocos y el creciente índice de desigualdad serían los factores clave para un quiebre sociopolítico a gran escala en la próxima década.
El grupo de Jiang Zemin se compone fundamentalmente de hijos de viejos revolucionarios, los llamados “principitos”, y aquellos beneficiarios del “capitalismo clientelar” desarrollado en las regiones costeras. Su preocupación principal es el desarrollo económico, sin insistir demasiado en la reforma política.
Por otro lado, Hu Jintao lidera un grupo de camaradas con larga trayectoria desde sus tiempos en la Liga de Juventud Comunista, de donde reciben su nombre de “tuanpai”. La mayoría ha desarrollado su carrera en las provincias del interior y han escalado posiciones a través de sus propios esfuerzos, sin en apoyo de apellidos con gran “tradición revolucionaria”. En términos ideológicos, ponen énfasis en mejorar las condiciones de los menos privilegiados: campesinos, trabajadores migrantes y pobres de la ciudad. En sus discursos suelen insistir en la necesidad de profundizar la reforma tanto en el campo económico como político.
Ambas posturas coinciden en un marco general neoliberal-moderado, pero de una u otra forma, ligadas a ellas se levantan otras más radicales. Por ejemplo, se sospecha de algunas voces entre los tuanpai que podrían ser defensores de un modelo más liberal, como se ha podido apreciar en algunas declaraciones de Wen Jiabao y su probable sucesor Li Keqiang en torno a la cuestión de la reforma política. Y en la otra arena, desde la “nobleza roja” han salido propuestas mucho más revolucionarias y críticas, que ponen la socialización de la riqueza, la propiedad pública de los medios de producción y el fortalecimiento de la moral socialista por sobre la acumulación de capital.
Entre estos, el más evidente de todos era Bo Xilai, quien a través del conocido “modelo de Chongqing”, puso en aprietos el discurso del Partido Comunista. Bo Xilai, siendo un “principito” y, por ende, beneficiario directo del capitalismo chino, lideró un modelo de desarrollo en la ciudad de Chongqing que -según Yuezhi Zhao- comprobó la posibilidad de implementar un sistema más igualitario y democrático en menor tiempo y desde dentro del actual sistema de Estado-partido.
El proyecto de Bo puso énfasis en la ampliación del sector público y el bienestar social, poniendo en práctica el eslogan del Partido de perseguir un desarrollo centrado en las personas. Paralelamente, se implementaron una serie de medidas gubernamentales que apuntaban a restablecer los lazos orgánicos del PCC con las bases, luchando firme y efectivamente contra la corrupción y el crimen organizado, y promoviendo un sistema de contacto directo entre los oficiales y las personas.
En el frente cultural, Bo Xilai se caracterizó por promover la “cultura roja”, rescatando las expresiones artísticas de los años dorados del maoísmo para fortalecer la moral socialista. La lucha ideológica la dio desde el canal provincial de Chongqing (CQTV), donde no sólo se quitó la publicidad, sino que se cambió toda la parrilla programática, apuntando a una televisión de interés popular y con una orientación didáctica. En este sentido, el canal se caracterizó por defender una fuerte línea anti-neoliberal, oponiéndose a los reformistas, que por largo tiempo han dominado los medios oficiales y espectro simbólico chino.
A la postre, Bo Xilai se había convertido en uno de los líderes más carismáticos y populares del Partido, y era una carta plausible para alcanzar un sillón en el Comité Permanente del Politburó, el mayor organismo del poder en China. Su experiencia en Chongqing, liderando un proyecto de izquierda desde dentro del sistema, probó ser eficiente e incluso positivo -pudiendo ser una alternativa válida como modelo de desarrollo para toda China desde una base socialista- y puso en aprietos el discurso reinante, donde los reformistas neoliberales siguen posponiendo la introducción de un sistema de bienestar público y aún no encuentran una solución que ponga atajo a la creciente desigualdad social.
Aún no existe claridad sobre las razones de la caída de Bo Xilai, pero -según Yuezhi Zhao- es evidente el impacto negativo de la saga Wang Lijun-Bo Xilai para la causa del socialismo en China. Junto con expulsar al líder más popular de la izquierda dentro del PCC, el aparato de seguridad de la colectividad también “armonizó” las web de distintas agrupaciones izquierdistas que explícitamente habían manifestado su apoyo al ex Secretario del Partido en Chongqing, incluyendo la emblemática web Utopía (http://www.wyzxsx.com).
Ahora bien, considerando el fuerte revés que ha sufrido la izquierda al interior del Partido, sus defensores son más bien optimistas. Ideológicamente defienden una política construida desde las bases y tienen muy claro que el mero ascenso de un líder carismático no bastará para una nueva transformación del modelo de desarrollo chino. Tal como menciona Minqi Li, el “maoísmo” –nombre que ha acuñado la prensa para agrupar a los defensores del socialismo en China- está ampliamente difundido entre las masas campesinas, trabajadores migrantes y los pobres de la ciudad. Son ellos precisamente los más reticentes y críticos al reformismo.
Y si bien no son grupos cohesionados y sus organizaciones son más bien incipientes, paulatinamente han logrado mayores espacios de acción. Tal como ha mostrado Han Dongfang a través del China Labour Bulletin, las protestas de trabajadores son cada vez más frecuentes y concurridas -alrededor de 35 reportes mensuales, pero se estima que superen las 30.000 al año-, obligando al Partido a flexibilizar su política de resolución de conflictos, accediendo a escuchar las demandas de los asalariados y negociar soluciones.
Contrario a la percepción equivocada que ha hecho carrera desde la caída de Bo, el socialismo que defiende esta corriente en China no es un retorno a la Revolución Cultural, como lo ha caracterizado el discurso oficial. Sus perspectivas están en plena construcción, y se fundan en la moral revolucionaria, el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo chino, una crítica al neoliberalismo y las reformas de mercado, la construcción de un sistema político de democracia popular (Nueva Democracia), todo en función del marxismo, las actuales condiciones históricas y la tradición socialista china.
Bo Xilai llevó a cabo un experimento eficiente, y su caída en desgracia, si bien fue un duro golpe a la izquierda, no bastará para frenar la inquietud de los sectores populares. En palabras de Yuezhi Zhao, este remezón político en lugar de empañar o incluso enterrar una vez más la causa del socialismo en China, más bien ha dejado abiertos nuevos caminos para la lucha de ideas, en donde el control popular de la economía política china será definitorio.
En definitiva, si bien las negociaciones de las dos grandes facciones podrían asegurar relativa estabilidad en las altas esferas del poder, mostrando unidad y cohesión al interior del Partido, estas deberán ser lo suficientemente audaces en solucionar las contradicciones que afectan al pueblo chino en el actual momento histórico, comenzando por la toma de decisiones claves dentro de los próximo cinco a diez años.
El Partido deberá buscar una nueva fuente de respuestas para el problema del desarrollo, en momentos donde la economía mundial no parece mejorar y con un pueblo que -según la lectura de Minqi Li- refleja el deseo de un golpe de timón en un sentido más socialista.
Pablo Ampuero Ruiz es licenciado en Historia con mención en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.