Con la inauguración el jueves del XVIII Congreso del Partido Comunista, China se prepara para anunciar quiénes llevarán las riendas del país durante la próxima década. Pero también para definir cuáles serán las prioridades que tendrá la nueva generación de líderes en momentos en que la economía china se desacelera y la población pide mayor apertura política y social.
Bajo el mando de Hu Jintao y Wen Jiabao, China pasó de ser la sexta economía mundial a la segunda. Sorteó la crisis financiera global de 2008 con un masivo paquete de estímulo. Incluso reforzó su imagen internacional con el éxito de los Juegos Olímpicos de Pekín y la Expo de Shanghai. Pero no ha conseguido poner en marcha las reformas internas que le permitan mantenerse competitiva y sobre todo socialmente estable.
Por eso, con la probable designación de Xi Jinping y Li Keqiang al frente del gobierno, son cada vez más las voces que subrayan la urgencia de una agenda de reformas que permitan a China seguir fortaleciendo su influencia política y económica, así como mantener la casa en orden. “Debemos continuar haciendo esfuerzos activos y prudentes para reformar la estructura política y desarrollar una democracia popular más amplia, plena y sensata”, subrayó Hu Jintao durante el discurso inaugural del Congreso quinquenal, su último de gran importancia antes de dejar el poder en marzo.
Hu no es el único en advertirlo. Wen Jiabao lanzaba un aviso similar en marzo. “Si no avanzamos con las reformas estructurales podríamos perder todos los avances que hemos hecho, no se resolverían los nuevos problemas que han aparecido en la sociedad china y podrían ocurrir de nuevo tragedias históricas como la Revolución Cultural”, enfatizaba el premier días después de que se destapara el escándalo que selló la caída de Bo Xilai. Aún así, ninguno de los dos pudo ponerlas en marcha.
Aunque las discusiones en torno a la importancia de estas reformas han existido desde los años noventa, la caída del carismático y populista Bo sirvió para encender de nuevo las alarmas. Con su destitución y la condena de su esposa por asesinato quedó en evidencia que la corrupción es uno de los mayores factores de descontento social hoy en China. A diario se multiplican las voces que piden medidas claras y efectivas para reducir la corrupción en el gobierno, así como una mayor transparencia en un sistema donde los vínculos entre funcionarios públicos y empresas estatales son muy tenues.
“El caso Bo infligió un daño considerable a un costo muy alto. Nos reveló mucho sobre la corrupción oficial y arrojó un fuerte haz de luz sobre las razones para introducir reformas políticas”, señala el más reciente editorial de Caixin, la revista económica independiente leída por la élite empresarial china.
Los crecientes casos de corrupción, que con frecuencia están siendo develados por los ciudadanos en las redes sociales, también han servido para pedir una mayor liberalización de los medios. “El cubrimiento de los medios sirve como medida preventiva, por lo que se les debería dejar cumplir ese rol de guardianes”, añadía Hu Shuli, directora de Caixin y una de las personas más influyentes del país.
Sin embargo, la economía es tal vez el único factor que podría acelerar este proceso. A pesar de que China ha crecido a un ritmo anual de entre el 7 y el 14 por ciento en los últimos 20 años, economistas chinos y extranjeros advierten que el crecimiento disminuirá durante las próximas dos décadas si Beijing no se replantea el rol del gobierno en la economía y reduce la desigualdad social.
Entre las tareas más urgentes figuran completar la transición hacia una economía de mercado, reducir el poder de las gigantescas empresas estatales, romper los monopolios existentes en algunos sectores, fomentar la empresa privada, permitir el capital privado en la banca, garantizar la protección de la propiedad intelectual y facilitar el acceso de las pymes a los créditos bancarios. “Además, el Partido debería abandonar la práctica de escoger a los gerentes y las juntas directivas de las empresas estatales, y contratar profesionales capacitados”, señaló otra editorial de Caixin.
El modelo de crecimiento del país ha sido muy exitoso en los últimos 30 años, pero deberá cambiar para enfrentarse a los nuevos desafíos. Las reformas son urgentes ahora que China ha llegado a un punto de inflexión en su camino hacia el desarrollo”, señalaba Robert Zoellick, ex presidente del Banco Mundial, en un informe elaborado este año en conjunto con el gobierno chino. Sin estas reformas, advertía, el país asiático podría caer en la llamada “trampa de la renta media”.
“Para que el desarrollo de China sea más equilibrado y sostenible, debemos duplicar el PIB y el ingreso per capita de 2010, tanto en zonas urbanas como rurales”, reconocía el propio Hu Jintao.
¿Una década de reformas?
¿Podrían Xi Jinping y Li Keqiang ser entonces los encargados de impulsar estas políticas y convertirse en los líderes reformistas que Hu y Wen no pudieron ser? Xi, a diferencia de Wen, no llegaría al gobierno con una reputación de reformista. Su fama es la de un hombre que ha construido puentes con las diferentes facciones del partido y no se compromete con acciones decisivas. A su vez, Li Keqiang es visto como un eficiente reformista económico, pero con menor éxito en lo político.
Pero la mayor dificultad es que los cargos de presidente y primer ministro no vienen acompañados por poderes muy amplios. Xi y Li estarán a la cabeza de un grupo de iguales que constituyen el centro de un modelo de liderazgo colectivo. Todo parece indicar que ascenderán a este selecto grupo, llamado el Comité Permanente del Politburó, varios políticos aversos a las reformas y cercanos al ex presidente Jiang Zemin.
Este carácter colectivo del liderazgo chino -creado para evitar los personalismos de la época de Mao y Deng- dificulta cualquier acción decisiva, especialmente cuando el tema resulta espinoso. “Creo que las diferencias en política económica generarán discordancia dentro del Partido en vez de consenso, ya que algunos argumentan que las reformas conducirán a la inestabilidad y otros insisten en que la transformación económica no puede continuar sin cambios políticos”, señaló a China Files June Teufel Dreyer, una investigadora de la Universidad de Miami especializada en el sistema político chino.
"Los sistemas políticos tienden a llegar a un punto de quietud cuando los diversos puntos de vista sobre un tema se cancelan entre sí, resultando en una inmovilidad aun cuando los bandos están de acuerdo en que se necesitan reformas de gran envergadura”, explica Dreyer, autora de uno de los libros más reeditados sobre política china. "Sólo parece haber espacio para reformas modestas, aunque esto no quiere decir que no las habrá. Habrá acciones correctivas modestas cuando la opinión pública se movilice en torno a un tema en particular, como la corrupción”, añade.
Las medidas tomadas para frenar la corrupción son un buen ejemplo. Aunque se prohibió el uso de fondos públicos para financiar cenas y regalos, no se han ideado políticas que promuevan la transparencia. “Muchos líderes reformistas han pedido durante años que las declaraciones juradas de los funcionarios sean públicas, pero se han encontrado con una enorme resistencia”, señala Deng Xiaogang, sociólogo de la Universidad de Massachusetts especializado en corrupción.
Por eso la importancia del llamado hecho por el saliente secretario del Partido, Hu Jintao, en el Congreso. Si existe un consenso en torno a la necesidad de reformas, la nueva generación de líderes podrá ponerse a la tarea de diseñarlas.
Artículo publicado en La Nación (Argentina)