China, que se ha consolidado como la segunda mayor economía del mundo, es también la primera emisora de gases de efecto invernadero. Una razón de peso para que todos los ojos estén puestos sobre sus representantes en la cumbre sobre cambio climático que comenzó ayer en Durban.
La cumbre comenzó con malas noticias. La Organización Meteorológica Mundial anunció la semana pasada que los niveles de dióxido de carbono se incrementaron hasta las 389 moléculas de gas por millón de moléculas de aire limpio en 2010, lo que supone un alza de 2,3 unidades por millón. Con el alza, a un ritmo mayor que en años anteriores, nos acercamos cada vez más al nivel de 450 unidades por millón que se calcula podría precipitar un salto de temperatura de dos grados centígrados. Este hecho reforzó las voces de alarma sobre la necesidad de llegar a un acuerdo integral que coordine los esfuerzos de reducción de gases una vez el protocolo de Kioto caduque en 2012.
Hasta el momento Beijing parece sentirse cómoda sin asumir algún tipo de liderazgo visible. China es partidaria de extender el protocolo de Kioto, bajo cuyas provisiones está -al igual que el resto de países emergentes- exenta de cumplir un compromiso vinculante de reducción de gases de efecto invernadero. El protocolo, firmado en 1997 y en vigor desde 2005, establece metas concretas -aunque bajas- de reducción de gases para una treintena de países desarrollados. No incluyen, sin embargo, a Estados Unidos, segundo mayor contribuyente de estos gases.
Beijing propone que las naciones en vía de desarrollo -que cuentan con emisiones de gases per cápita menores- fijen metas voluntarias para reducirlas y sean motivadas a cumplirlas gracias a la transferencia de fondos y de tecnología de los países industrializados. Otros países emergentes como Brasil y Sudáfrica se han mostrado abiertos a aceptar límites vinculantes a cambio de la garantía de fondos para cumplirlos.
A su vez, la mayoría de países desarrollados quieren que China -que sobrepasó a Estados Unidos como primer emisor hace cuatro años- y los demás países emergentes también asuman compromisos obligatorios, y no voluntarios, bajo un nuevo acuerdo. La falta de consenso en este punto ha llevado a que muchos manifiesten, extraoficialmente, que no ven factible un acuerdo que entre en vigor antes de 2015, o incluso 2020. Este pulso, que amenaza con descarrilar las negociaciones en Sudáfrica, tiene alarmado a organismos internacionales como la FAO y a representantes de la sociedad civil como Greenpeace.
Japón, Rusia y Canadá han manifestado su oposición una extensión de Kioto, aduciendo que los dos principales emisores de gases de efecto invernadero no se han comprometido a recortes vinculantes: China, por ser una nación en vía de desarrollo, y Estados Unidos, por haber firmado el tratado pero no haberlo ratificado nunca.
En efecto, Beijing ha sido uno de los grandes ganadores con el mecanismo de desarrollo limpio (MDL) del protocolo de Kioto, que permite a los países industrializados -aquellos del Anexo 1 del tratado, que tienen recortes vinculantes de emisiones de gases- ganar créditos de carbono al invertir en proyectos de energías renovables en economías emergentes. Y China es de lejos el país con mayor número de proyectos.
Angustia medioambiental en China
En todo caso, China es muy consciente de los niveles de deterioro de su medio ambiente y de la creciente insatisfacción entre su población, a medida que mejoran la calidad de vida, por la contaminación. Tanto que el próximo plan quinquenal, que será revelado en diciembre, dará prioridad al desarrollo ‘verde’ del país.
Después de más de tres décadas de crecimiento económico, China ha pasado de ser un país pobre a convertirse en la segunda economía más grande del mundo en términos de PIB, después de Estados Unidos. “Esta transformación se ha logrado a un alto costo -reconoce Beijing en el libro blanco sobre desarrollo ‘verde’, publicado hace una semana- a través de la degradación ambiental, las emisiones de carbono, el consumo acelerado de recursos naturales y la escasez de agua en algunas zonas, todas cuestiones que han puesto presión sobre la vida cotidiana”.
El año pasado China se convirtió en el país que más invierte en energías renovables, sobrepasando a Estados Unidos. Y aunque Beijing aún no cuenta con los mecanismos para implementar sus ambiciosas políticas medioambientales a fondo, las inversiones chinas en este sector han crecido un 148% en los últimos cinco años. La meta: producir el 15% de la energía utilizada por China en 2020 mediante tecnologías ‘verdes’, para reducir la dependencia energética y demás convertirse en proveedor de estas tecnologías.
"China dará prioridad al sector verde para atraer la inversión extranjera”, anunció hace dos semanas el presidente Hu Jintao en Honolulu durante la cumbre de países de Asia Pacífico (APEC). Falta ver si detrás de sus palabras hay una voluntad política real. Para comenzar, Beijing tendría menos dificultades que Estados Unidos en asegurar que sus industrias -las mayores contribuyentes a la emisión de gases- operen de manera más responsable ambientalmente, al ser una gran parte de sus empresas estatales o mixtas.
Habrá que esperar y ver qué rol asumen tanto Beijing como Washington, que son los mayores contribuyentes de emisiones de gases de efecto invernadero pero que se han resistido a hacer compromisos firmes para reducirlas.