Por estos días todo China habla de los “cuatro playboys de Beijing”. Tras una carrera de autos en el centro de Beijing que concluyó con un terrible accidente, uno de ellos ha sido acusado de posesión ilegal de armas y encubrimiento de pruebas. La policía investiga el caso todavía, pero la opinión pública china no parece dispuesta a perdonar a estos exponentes de la ramplonería y el abuso de poder de algunos millonarios.
Los chinos los llaman “jingcheng sishao”, o los cuatro holgazanes de la capital. Era el apodo de cuatro estrellas del mundo del espectáculo a comienzos del siglo XX, durante los primeros días de la República China. Todos llevan el mismo apellido –Wang- aunque no son parientes: Wang Ke es la cabeza de una compañía de inversión y propietario de un jet privado. Wang Shuo es el director y gerente delegado de la Beijing Wangfu Century Development, una de las mayores inmobiliarias de la capital. Wang Xiaofei es el director ejecutivo del grupo de restaurantes South Beauty y Wang Yu, el decano del grupo con 36 años, es un magnate.
Los cuatro playboys tienen en común que andan por los treinta años y que provienen de familias muy bien posicionadas socialmente, de las que han recibido todo su dinero y sus trabajos. Su vida gira en torno a autos de lujo -Lamborghinis, Ferraris, Porsches, y Rolls-Royces-, citas con las actrices más bellas del momento y fiestas interminables en los bares más exclusivos de Beijing.
Pero todo parece indicar que la fiesta terminó para ellos. En diciembre pasado, tras una noche de juerga, Ke y Shuo decidieron hacer una carrera y se lanzaron a toda velocidad por la calle Wangfujing, una de las más elegantes de Beijing. El resultado: un choque que dejó al auto de Shuo con daños por más de treinta mil dólares y al de Shuo incendiado. Shuo no puede de la rabia, saca su pistola y encañona a su viejo compañero de travesuras.
Nadie sabe cómo terminó la noche, pero al día siguiente ambos terminan en la estación de policía: Shuo para reportar el daño y Ke para denunciar las amenazas de Shuo. Y así es cómo la historia se vuelve pública. La condena de la sociedad china fue inmediata y unánime, y rápidamente comienzan a surgir los detalles. Cada nuevo dato enciende aún más a la opinión pública.
Para comenzar, en Beijing no es fácil obtener una placa para un automóvil. Para controlar el número de vehículos en la ciudad, las autoridades entregan los números de placa a cuentagotas. Por supuesto, para personas influyentes no resultan difíciles de obtener, pero las de los autos en cuestión no eran comunes y corrientes. Las licencias de los vehículos involucrados en el incidente estaban registradas en oficinas ligadas a la cima de la jerarquía política y militar del país: una remite a una agencia que se ocupa de la protección de los más altos funcionarios del Partido y del Estado, mientras la otra pertenece al cuartel general del Ejército de Liberación Nacional.
Se descubre más tarde que Shuo, antes de ir a la policía, pidió a los guardias de seguridad de su empresa eliminar todas las pruebas, incluidas las imágenes tomadas de cámaras de circuito cerrado en Wangfujing. Y resulta también que posee otras cuatro armas de fuego, dos mil balas de aire comprimido y un cargador con seis municiones. Estas son las acusaciones que la fuerza policial hace contra Shuo y que lo envían a los tribunales: posesión ilegal de armas de fuego y encubrimiento de pruebas.
Pero la opinión pública no queda contenta con ello y, por encima de todo, no les perdona ser ricos y corruptos. No está exento de la ira popular nisiquiera Xiaofei, cuyos lujosos restaurantes están implicados en un escándalo de reciclaje de aceite usado que también ocupa las portadas de los diarios en estos días.
Por una vez la prensa y las comunidades virtuales chinas están de acuerdo: en todos lados la gente se regocija por el próximo juicio y comparte la esperanza de que el comportamiento ilegal y moralmente censurable de los cuatro sea duramente castigado. “Game Over” titulaba triunfantemente el South China Morning Post, uno de los periódicos más importantes del país, anticipando la sentencia definitiva que selle la suerte de los millonarios holgazanes.